YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 28 de marzo de 2016

LA MARCHA DEL 02 DE ABRIL

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

La Marcha del 02 de abril de 2016, convocada por el “uribismo”[1] no se convertirá en sí misma en un hito político, pero si es un suceso que debe servir para mirar los insospechados escenarios de polarización social, política, étnica y de clase a los que nos llevará superar, con las Farc, eso que llamamos el conflicto armado interno. Y es así, a pesar de la relativa legitimidad social y política de quienes convocan salir a la calle para protestar contra el “Castrochavismo”, la “entrega del país al terrorismo de las Farc” y contra “la Paz con impunidad de La Habana”. Las anteriores nomenclaturas sirven de  consignas a quienes claramente tienen miedo[2] de enfrentar la Comisión de la Verdad y quizás evitar el llamado de la Jurisdicción Especial de Paz.

Ahora bien, no se trata de una marcha exclusivamente contra el Proceso de Paz que el Gobierno de Santos adelanta con la guerrilla de las Farc: quienes saldrán a marchar el 02 de abril lo harán contra el anhelo de millones de colombianos de ambientar la paz y la reconciliación. Al final, la Marcha del 02 de abril terminará profundizando la polarización política e ideológica que desde 2002 aupó Uribe Vélez desde la Presidencia y de la que se ha servido para mantener su vigencia político-mediática y de esa forma, desviar la atención de las condenas, investigaciones y señalamientos de la que es objeto el ex presidente y varios de los ministros que le acompañaron en sus dos administraciones.

Justamente, ese escenario de polarización política e ideológica calza perfecto a los intereses de aquellos sectores importantes de la sociedad civil que se han beneficiado directa e indirectamente de la guerra interna. Y no hablo exclusivamente de aquellos que se lucran de la compra y venta (legal e ilegal) de armas y pertrechos, sino de aquellos que se han aprovechado de las dinámicas del conflicto armado interno para impedir la ampliación de la democracia y por ese camino, continuar manejando el Estado y la política doméstica de acuerdo con sus mezquinos intereses.

Y claro, no se puede desconocer que hay circunstancias contextuales que ayudan a los propósitos de los marchantes: la posibilidad de un nuevo apagón, el manejo de la economía[3] y las consecuentes incertidumbres sociales y sobre todo, los enormes problemas y dificultades que exhibe el Gobierno de Santos para hacer pedagogía por la paz. 

De cara a la posibilidad de que se convoque a los colombianos para que decidan refrendar o no el Acuerdo final que se suscriba en La Habana, la Marcha del 02 de abril, independiente de su resultado, debería de servir de argumento para que la Corte Constitucional declare exequible el plebiscito.

Una vez la Corte avale el proceso jurídico-político y el mecanismo refrendatorio, el país podrá hacerse a una imagen más clara del lugar social y político que los colombianos le  han dado a esta oportunidad de ponerle fin al conflicto armado con la guerrilla de las Farc. A lo mejor el carácter periférico del conflicto armado interno y la consecuente indolencia de los colombianos que viven en las ciudades, terminan confirmando que para esos mismos colombianos la firma del fin del conflicto y la construcción de la paz tiene ese mismo carácter, de allí la relativa relevancia y aceptación social que las negociaciones de paz de La Habana han alcanzado.

Llegado ese escenario, tendríamos que aceptar que efectivamente la expresión armada de este conflicto tiene un trasfondo social, cultural y étnico[4] fundado en el enorme rechazo que millones de colombianos citadinos sienten y profesan hacia indígenas, afrocolombianos y campesinos, víctimas directas de la guerra interna y de los actores económicos de la sociedad civil que los han sacado de sus territorios. Los mismos que   continúan haciendo ingentes esfuerzos para terminar de desplazarlos a las grandes ciudades, para anularlos cultural, étnica, social y políticamente.



Imagen tomada de semana.com

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