YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 8 de mayo de 2007

LO HUMANO Y LOS SEÑORES DE LA GUERRA, por Germán Ayala Osorio

Ubicar ideológicamente a las guerrillas colombianas, Farc y Eln, es un asunto y un interrogante claves para saber qué significa –ha significado- la lucha de aquellos que, convencidos, creen que van a liberar a un buen número de colombianos de ataduras y de sempiternos problemas. Y ¿dónde ubicar a las AUC, o los llamados ‘paracos’?
Estamos, sin duda, frente a una guerra que se ha prolongado por más de 40 años y que no advierte un final claro tanto para guerrilleros, como para los soldados oficiales- incluye a los paracos -, que en representación de dirigentes, empresarios, religiosos y el propio Estado, han pretendido mantener las condiciones naturales de un caótico orden social, económico, político y cultural, que en ires y venires, puede ser legítimo o ilegítimo.
Dichos bandos se ubican, ante una confundida opinión pública nacional, en orillas aparentemente disímiles e irreconciliables, pero con puntos de encuentro que no sólo los acercan ideológicamente, sino que sostienen y explican el maridaje, el connubio y hasta el contubernio con el cual, unos y otros, es decir, soldados, paracos y guerrilleros, han vivido durante más de cuatro décadas. Todos profundamente equivocados.
El conflicto armado en Colombia es la representación de una lucha de sectores perdedores e incapaces que no han entendido el lugar histórico que cada uno decidió recorrer. Un conflicto alimentado por el sistema financiero, nacional e internacional, y por la industria militar mundial, no puede resultar liberador: es una suerte de maldición imposible de superar. Por el contrario, esta guerra interna- con narcotráfico a bordo- alcanza los niveles de óptimo rendimiento que esperan banqueros y hasta las propias instituciones de Bretton Woods, olvidándose de lo más importante: el ser humano. En este caso, los colombianos. El resto del mundo, con guerras o sin guerras, también se olvidó del ser humano.
Sus acciones no pueden estar más lejos de un verdadero objetivo: luchar por una condición humana que se presenta débil, finita e impredecible. Los caminos trazados están equivocados y, con éstos, quienes los transitan. Equivocados los banqueros y los militares que creen defender la patria; equivocados los empresarios que defienden sus riquezas y han privatizado lo Público para su beneficio; equivocada la Iglesia católica y las otras iglesias, que siguen pensando en feligreses y en diezmos, cuando lo que tienen que buscar es liberar al hombre de toda atadura religiosa, para acercarse al ‘Otro’ sin pensar si Dios (o el dios de cada uno) está de acuerdo o no con lo que ese ‘Otro’ representa, es, o defiende.
Las Farc y los elenos vienen siendo el correlato de un país conservador, de una élite apegada al poder que da la tierra y el dinero; a un país mojigato, rezandero y camandulero que poco entiende de respeto a la diferencia y de comprender que hay quienes pueden llegar a pensar distinto.
Las Farc y los elenos son conservadoras, como el país y como casi el mundo entero, especialmente en este hemisferio, desde el 11 de septiembre de 2001, a pesar de giros ideológicos en Brasil, Ecuador, Uruguay y Venezuela, que de todas maneras, no aseguran que dichos pueblos superen la mirada conservadora de antiguos regímenes económicos, políticos y de apuestas culturales que se ajustan a los principios neoconsevadores de hoy.
De ahí que no podemos esperar que sean ellas quienes liberen a los colombianos. Nada más desesperanzador que esperar a que unas guerrillas conservadoras construyan un país y una sociedad diferentes. Ellas en el poder sólo prolongarían un estado de cosas, algo así como un cambiar para que todo siga igual. Y es claro: ellas no han pensado el asunto de lo humano.
De igual forma, poco o nada podemos esperar de banqueros, agiotistas, empresarios, ganaderos, clase política y naturales oligarcas; menos aún, de paramilitares y narcos. Para todos, paracos, farcos, elenos, empresarios, políticos tradicionales, oligarcas y banqueros, entre otros, la condición humana no es un asunto público. Es más, lo humano para ellos se reduce a la vida y la muerte, al goce y al dolor, pero jamás, a pensar en que el ubicarnos- caprichosamente-, en lo más alto de la cadena trófica, significará la desaparición de la vida en el planeta.
Más allá de la discusión ideológica, lo que debemos revisar son las formas como hemos construido las relaciones con la Naturaleza, con los demás seres vivos, con nuestros congéneres. El asunto está ahí. Pero mientras eso sucede y las instituciones financieras transnacionales reducen y empobrecen la vida humana- y de paso, la de los colombianos- debemos tratar de descubrir los equívocos de unas organizaciones armadas que siguen convencidas de su carácter liberador.
Más allá de desmovilizaciones, de procesos de paz, de pre negociaciones, indultos y demás escenarios de paz, lo que se requiere es volver lo humano un asunto público. Pero para ello se requiere de unos ciudadanos liberados de sus lógicas consumistas, de sus propias miserias y miedos. Se necesita con urgencia repensar los asuntos humanos. Qué bueno que esa urgente discusión se empezara a dar en Colombia en- y con- disímiles sectores poblacionales, incluyendo, por supuesto, a farcos, narcos, paracos, paraconservadores, paraliberales y para empresarios. Sería un verdadero golpe de opinión y un hit mediático capaz de relegar a un tercer plano las noticias que produce la guerra y la para política en Colombia.

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