YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 8 de junio de 2009

ADORAR LA VIDA POR ENCIMA DE LA PATRIA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo. Profesor Asociado de la Universidad Autónoma de Occidente, Cali- Colombia


La adoración a símbolos patrios y la exaltación de su significado más allá de los límites protocolarios naturalmente definidos, resultan ser un par de indicadores de lo enfermiza que puede resultar la actitud de militares, políticos, presidentes, e incluso, ciudadanos de a pie, cuando expresan abiertamente que son capaces de morir por la patria, por sus símbolos, por sus himnos, llegando al extremo de aceptar ir al campo de batalla sin que en esa decisión medie la más mínima reflexión alrededor de sus efectos, conveniencia y real razón de ser .

Nada más inocuo, aberrante, contradictorio y peligroso que poner por encima de la legitimidad de un Estado, de un gobierno e incluso, de la obligación de generar condiciones dignas de vida para todos los ciudadanos que viven en un territorio, el valor de unos símbolos que en muchas ocasiones resultan de unas tradiciones, de unos valores y principios, de unas prácticas, esto es, de una cultura, en donde justamente la vida ha sido vapuleada, limitada, perseguida y expuesta como un error para aquellos que en algún momento fueron, son, o pueden ser aún señalados como una vergüenza para la patria.

Da físico terror escuchar los gritos de quienes prometen defender la patria y hacerse moler por ella, cuando al tiempo demuestran poco interés por la vida y honra de todos aquellos que han sido víctimas, paradójicamente, de guerrilleros, paracos y militares, que no son más que peones enfermos que creen que la mejor forma de luchar por una país es asesinando a sus semejantes y persiguiendo a todos aquellos que no comparten su arbitrario sentido de patria.

En las actitudes patrioteras es fácil reconocer en nuestro actual escenario político latinoamericano a mandatarios como Álvaro Uribe Vélez, Hugo Rafael Chávez Frías, Daniel Ortega Saavedra y Rafael Correa Delgado y por supuesto, al eterno dictador, Fidel Castro Ruz. Resulta comprensible que ese excesivo y enfermizo amor por sus banderas y patrias lo profesen aquellos que desde un uniforme han tratado de legitimar el asesinato y la persecución, pero desconcierta que haya presidentes civiles como Uribe y Correa, que insistan en ese discurso patriotero. Unos y otros, guerreros activos como Chávez, o los ya retirados Ortega y Castro, y civiles enamorados de las armas, como Uribe y Correa, pretenden ocultar detrás de ese mórbido amor de patria, su intolerancia, su odio por las libertades ciudadanas, sus miedos y debilidades para debatir las ideas y para dialogar con sus seguidores, detractores o simplemente, con aquellos que deseen expresarse frente al manejo que todos ellos hicieron, hacen, vienen y seguirán haciendo de la cosa pública.

Cuán equivocados están quienes hoy siguen esas prácticas y discursos, que lo único que garantizan es que las armas, legales e ilegales, terminen usándose para defender unas ideas de patria, alejadas de toda racionalidad humana cuyo propósito debe ser garantizar que la vida prospere, sin mayor obstáculo que la finitud misma de nuestra existencia. Lo que se necesita es, justamente, re direccionar ese patrioterismo para convertirlo al final, en un elocuente respeto por la vida de todos los ciudadanos que de forma más o menos autónoma, han decidido vivir en un territorio, con la noble idea de compartir en la diferencia y hacer viable la vida humana, con la dignidad que solo un Estado responsable puede asegurar.

Justamente ahí, en el sentido y en la importancia política que alcanzan las ideas patrioteras de los señalados mandatarios, es donde radican los problemas que hoy enfrentan las democracias de países como Colombia, Venezuela y Ecuador, para nombrar las más cercanas.

Para el caso de Colombia, Uribe se presenta como un soldado más que admira con ceguera extrema el camino de las armas, con el fin último de restringir las libertades ciudadanas y garantizar que no haya voces disidentes y críticas de su proyecto de ultraderecha, que poco a poco va adquiriendo ese carácter plutocrático que sólo hace feliz a unos pocos e infeliz, a las grandes mayorías; por los lados de Venezuela, la situación es similar. El Presidente Chávez insiste en un caduco y anacrónico proyecto socialista en el que las libertades ciudadanas y el pensamiento crítico se exhiben como factores desequilibrantes que deben controlarse por el bien del régimen. Con la estatización de las conciencias ciudadanas, Chávez pretende hacernos ver que lucha por las clases menos favorecidas, pero sabemos que lo que pretende es redimir su condición étnica, frente a años y años de exclusión.

Apoyados en las armas y en poderosos ejércitos, unos y otros, no son más que ególatras perdidos entre débiles instituciones democráticas, de las cuales abusan para garantizar sus abyectos proyectos personales. Agitan sus banderas y el discurso patriotero pues saben que con ello logran el apoyo de unas fuerzas armadas que gustan de aquellos que vibran con la posibilidad de morir y de matar mientras se izan las banderas.

En estos tiempos de incertidumbres, lo que menos se necesita es insistir en prácticas contrarias al cultivo de la vida, del buen vivir. Lo cierto es que los discursos patrioteros de Uribe y Chávez, para señalar los dos más representativos, poco aportan al cultivo de la vida, de la tolerancia, de la convivencia pacífica, al derecho que tenemos todos de disentir, de criticar, de señalar, con argumentos, lo que nos parece que no es correcto.

Es desalentador ver los caminos dictatoriales que se vienen construyendo en Colombia, Venezuela y Ecuador. Nada más peligroso e inconveniente para la democracia que adorar la patria y a sus voceadores, por encima de la vida y del bienestar de todos los ciudadanos que buscan expresarse, sin el temor de terminar señalados como apátridas.

El camino de las armas, las armas mismas, los ejércitos, las banderas y los himnos, y por supuesto, las guerras, no son más que expresiones primitivas de un espíritu humano que a pesar de luchar por hacer posible vivir en la diferencia, al final terminará aceptando que no hay nada más difícil para la condición humana, que reconocer que hay otros que pueden pensar distinto y que incluso, pueden tener la razón. Eso debería ser suficiente para vivir por fuera del discurso y de las prácticas de los guerreros.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimado profesor: dos comentarios:
- Toda la vida humana está ligada a conceptosy simbologías. No es POSIBLE DESLIGARLA DE SENTIMIENTOS. Lo otro es ser ahistórico.
- Si usted analiza a fondo la conducta de todos los presidenes del mundo, empezando por los del mundo desarrollado (supuestamente civilistas y demócratas) va a ver que de una u otra manera son herramientas de grandes imperios económicos, que son los que determinan en últimas la reacción de los pueblos concentradas en personas como son los presidentes que usted menciona. La sociedad está dividida en clases y sectores de clases, las clases se organizan en expresiones políticas y los partidos o movimientos políticos eligen unos lideres, que concentran sus intereses. Los valores y simbologías "nacionales" solo son herramientas (las más de las veces ideológicas y artificiales) para defender determinados intereses, ocultando los intereses que hay detrás.
- De todas formas no se pueden igualar o poner en el mismo plano - por decir algo, la defensa de una nación como EE.UU. (en aras supuestamente de la "libertad" y la "democracia") con la defensa, por ejemplo de la autonomía e independencia de Cuba (por ejemplo).
Es sólo la opinión de un lego y aficionado. Atte; FD

Anónimo dijo...

Hola.
Me gustó. Pero el problema está siempre entre las polaridades que se nos dan a escoger y sobre las que finalmente elegimos. O nos quedamos con la elegancia de la crema innata de los socios de los lagartos o el gun club, que roban, hablan y se expresan con elegancia y el discreto encanto de la burguesia criolla, o en via contraria optamos por la igualmente perniciosa comandita de criminales, ramplones, vulgarotes, chafarotes con o sin uniforme, que como recien aparecidos en la politica, son el terror de las mamas, que quieren buenos potros para su sangre, en edad de merecer.
Para mi el centro es la opción: moral, alcurnia del conocimiento, ética, sentido amplio de lo social, no dogmatismos trasnochados y si conciencia de apertura, honestidad y trabajo. Pero - y la discusión es vieja - en un pais del frente nacional quien le cree a las terceras opciones, si desde la casa del partido y desde el pulpito, nos alienaron con que el mundo es liberal o conservador; blanco o negro; rojo O AZUL y el resto es guerrilla y terrorismo internacional? Creemos solo en un mundo cartesiano, donde no hay areas grises reconocidas en politica.
Los educadores políticos como vos, pueden ayudar a vociferar sobre las areas grises en politica, porque la falta de fe y de lideres acaban con el presente y no permiten construir el futuro. La politica y la religion son escenarios donde se construye solo con fe, esperanza y trabajo con la gente. Eso si lo ensenaron los viejos marxistas entre ellos los de la teoria de la liberacion.

Un abrazo y gracias por enviarme tus escritos.

Diana M

Anónimo dijo...

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