Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Si Uribe logra perpetuarse en el poder, como es su aspiración, los riesgos que ello conlleva para el orden constitucional, el equilibrio democrático de poderes, para la convivencia social e incluso, para el mantenimiento de las libertades, son mayúsculos en tanto su carácter despótico y autocrático se va fortaleciendo en la medida en que aparecen las lisonjas, la veneración y el exagerado respeto de todos aquellos que siguen viendo en él a un salvador. Nada más peligroso para el equilibrio emocional que debe tener un Presidente y cualquier ser humano, que recibir todos los días, los aplausos, el cómplice silencio y la ovación de verdaderos fanáticos que esconden sus miedos y sacan a flote sus intereses de clase, en una actitud que les ubica como súbditos y no como ciudadanos pensantes.
Justamente, en la natural veneración que genera la máxima autoridad administrativa del país, se soporta el riesgo de convertir un proyecto político particular, en un proyecto hegemónico en el cual la opinión contraria, el pensamiento divergente y crítico, se elevan a factores desestabilizadores, a toda una amenaza, que debe ser controlada, repelida y perseguida.
En un orden democrático tienen gran valor el control que se ejerza a las actividades, decisiones y pretensiones del mandatario, de igual manera, tiene gran valor el poder criticarlo y hasta burlarse de él. Pero cuando un líder egocéntrico gana o compra, apelando a todo tipo de estratagemas, el respaldo de instituciones jurídico-políticas, de la sociedad civil, y por supuesto, de las fuerzas militares, corre el riesgo de convertirse en un verdadero sátrapa capaz de echar por la borda todo el camino que Colombia ha recorrido, para lograr no sólo ampliar o extender la legitimidad del Estado, sino para hacer viables, en condiciones dignas, los proyectos particulares y colectivos de quienes aún vivimos en este territorio.
Más allá de si la política de seguridad democrática debe continuar como política pública, lo que los colombianos deben medir son los riesgos que conlleva el que un hombre se coloque por encima del Estado, de las instituciones, de la constitución y de sus críticos, para sacar adelante un proyecto personal. Proyecto que calza perfecto con ideólogos neoconservadores que, al tener miedo de vivir en libertad, que les asusta el poder pensar diferente, incluso, en contravía del venerado líder, piensan o creen que le hacen un favor a quienes aún valoran en gran medida el poder hacer uso de la libertad de conciencia, calificándola como un riesgo mayúsculo para ese proyecto neoconservador.
En la actual coyuntura política en Colombia está en juego no sólo un orden democrático y constitucional en proceso de legitimación y consolidación, sino un asunto a veces poco valorado: la libertad de disentir.
Cuando llegue la oportunidad de votar por la continuidad de Uribe Vélez, lo que debemos contraponer a los éxitos militares de una política de guerra, y a la veneración mediática y demoscópica, es el valor que le damos, realmente, a la posibilidad de pensar, de sentir, de expresar nuestras opiniones, de controvertir al otro, sin que ello nos convierta en enemigos. Sólo eso.
Si Uribe logra perpetuarse en el poder, como es su aspiración, los riesgos que ello conlleva para el orden constitucional, el equilibrio democrático de poderes, para la convivencia social e incluso, para el mantenimiento de las libertades, son mayúsculos en tanto su carácter despótico y autocrático se va fortaleciendo en la medida en que aparecen las lisonjas, la veneración y el exagerado respeto de todos aquellos que siguen viendo en él a un salvador. Nada más peligroso para el equilibrio emocional que debe tener un Presidente y cualquier ser humano, que recibir todos los días, los aplausos, el cómplice silencio y la ovación de verdaderos fanáticos que esconden sus miedos y sacan a flote sus intereses de clase, en una actitud que les ubica como súbditos y no como ciudadanos pensantes.
Justamente, en la natural veneración que genera la máxima autoridad administrativa del país, se soporta el riesgo de convertir un proyecto político particular, en un proyecto hegemónico en el cual la opinión contraria, el pensamiento divergente y crítico, se elevan a factores desestabilizadores, a toda una amenaza, que debe ser controlada, repelida y perseguida.
En un orden democrático tienen gran valor el control que se ejerza a las actividades, decisiones y pretensiones del mandatario, de igual manera, tiene gran valor el poder criticarlo y hasta burlarse de él. Pero cuando un líder egocéntrico gana o compra, apelando a todo tipo de estratagemas, el respaldo de instituciones jurídico-políticas, de la sociedad civil, y por supuesto, de las fuerzas militares, corre el riesgo de convertirse en un verdadero sátrapa capaz de echar por la borda todo el camino que Colombia ha recorrido, para lograr no sólo ampliar o extender la legitimidad del Estado, sino para hacer viables, en condiciones dignas, los proyectos particulares y colectivos de quienes aún vivimos en este territorio.
Más allá de si la política de seguridad democrática debe continuar como política pública, lo que los colombianos deben medir son los riesgos que conlleva el que un hombre se coloque por encima del Estado, de las instituciones, de la constitución y de sus críticos, para sacar adelante un proyecto personal. Proyecto que calza perfecto con ideólogos neoconservadores que, al tener miedo de vivir en libertad, que les asusta el poder pensar diferente, incluso, en contravía del venerado líder, piensan o creen que le hacen un favor a quienes aún valoran en gran medida el poder hacer uso de la libertad de conciencia, calificándola como un riesgo mayúsculo para ese proyecto neoconservador.
En la actual coyuntura política en Colombia está en juego no sólo un orden democrático y constitucional en proceso de legitimación y consolidación, sino un asunto a veces poco valorado: la libertad de disentir.
Cuando llegue la oportunidad de votar por la continuidad de Uribe Vélez, lo que debemos contraponer a los éxitos militares de una política de guerra, y a la veneración mediática y demoscópica, es el valor que le damos, realmente, a la posibilidad de pensar, de sentir, de expresar nuestras opiniones, de controvertir al otro, sin que ello nos convierta en enemigos. Sólo eso.
1 comentario:
“Solo eso” es mucho más que eso
Gracias por tu artículo.
Me autorizas para subir uno de tus artículos al periódico Pachakuty el cual oriento. Es un periódico de tendencia entre indianista e indigenista por aquello que decía Bonfil Batalla que era vital ganar el pensamiento mestizo hacia el pensamiento indio, sumar antes que restar.
Ary
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