YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 2 de septiembre de 2009

DIEZ CONCLUSIONES, UN SOLO ENTIERRO

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


Con un titular que dice que el Congreso colombiano dio vía libre a segunda reelección de Uribe (sic), el periódico EL TIEMPO grita con alborozo lo que sin duda significa el entierro de un principio, de un valor y de un pilar fundamental para la democracia: el equilibrio de poderes, de los pesos y contra pesos que se requieren para vivir realmente en democracia.

Desde la primera reelección y ahora con esta notable posibilidad de que Uribe continúe siendo el Jefe de Estado y de Gobierno, van quedando varias conclusiones. Dejo diez para la reflexión, mientras asistimos, con resignación, al entierro de un factor decisivo para el funcionamiento de la democracia: la primera, que el equilibrio de poderes es un asunto menor tanto para los ciudadanos que apoyaron la recolección de las firmas para dar vida al referendo reeleccionista, como para aquellos que hoy no ven las implicaciones constitucionales y democráticas de permitir que Uribe se perpetúe en el poder.

La segunda, que la democracia es quizás la apuesta política que mayores exigencias hace al ser humano, especialmente cuando en la condición humana contemporánea, en especial para el caso colombiano, aparecen factores pre políticos que de forma decisiva impiden jugar el juego democrático: la intolerancia, el individualismo, la ignorancia supina tanto de líderes políticos como de los ciudadanos del común, la avaricia y las ansias de poder, entre un largo listado que ponen a la democracia en un ideal cada vez más lejos de alcanzar.

La tercera, que a los periodistas y a la fragmentada sociedad civil colombiana les importó y les importa poco que se modifique la constitución en beneficio de un individuo y de un proyecto político con un claro carácter vengativo. Quedará para el juicio de la historia el papelón que jugó la gran prensa nacional en estas horas aciagas. De la sociedad civil realmente se espera aún alguna reacción, así sea tardía.

La cuarta, que no hemos aprendido en Colombia que se necesitan instituciones fortalecidas y no proyectos individuales y que por ello, los caudillos y los Mesías aluden a un pasado en el que todavía viven muchos colombianos.

La quinta, que detrás del silencio de actores de la sociedad civil y de la cómplice decisión de quienes se han beneficiado de las dos administraciones de Uribe, hay una profunda subvaloración de la democracia (social, política y económica de la que habla Sartori), sostenida en un proyecto autoritario de país, esperado por largo tiempo.

La sexta, que la rigidez de la constitución política de 1991 se puso a prueba, con lo que se demostró que el grosor de su blindaje estaba más del lado de quienes añoran el marco constitucional de 1886, que en la propia estructura y cohesión del texto constitucional.

La séptima, que la política se puso al servicio de la avaricia, del crimen organizado y de la irresponsabilidad política de una clase política que de tiempo atrás le ha dado la espalda a los profundos problemas sociales, económicos y políticos generados por un Estado incapaz de cumplir con responsabilidades y tareas modernas.

La octava, que hoy más que nunca se necesita de una educación que, fundada en la defensa de principios democráticos y de los pilares de una constitución garantista, mire de manera crítica la historia y las actuaciones de quienes de manera decisiva desean retroceder y regresarnos al modelo feudal.

La novena, que sólo a través de la discusión y el diálogo respetuoso, en escenarios públicos y privados, podemos avanzar en la construcción de una verdadera democracia.

Y la décima, que sólo queda esperar que la Corte Constitucional detenga a la aplanadora uribista, pues ella, mañana, puede también convertirse en su víctima. También, que la Corte Suprema de Justicia investigue y castigue a quienes de forma deliberada vendieron su voto para golpear el equilibrio de poderes de una democracia en proceso de consolidación. Las decisiones que tome en adelante la Corte Suprema de Justicia, tendrán, sin duda, un carácter jurídico, pero también político de inesperadas consecuencias.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Será que la corte sí?

Cómo está ahí el equilibrio?


Jaime