Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Con la anuencia de amplios sectores de la sociedad civil colombiana, Uribe Vélez ha ido erosionando no sólo la institucionalidad, sino los propios pilares de la democracia. Y una vez se perpetúe en el poder, penetrará el corazón de la constitución de 1991, para derogarla o dejarla sin efectos por el tiempo que crean necesario él y sus áulicos y aquellos convencidos de que este país progresará disciplinando a sus habitantes a través de un gobierno de mano dura que ponga fin no sólo a la subversión, sino a todos aquellos ciudadanos que creen en que es posible dialogar para construir consensos.
Pensar en libertad es, sin duda, un riesgo que los amantes del mercado no pueden correr, por ello, quizás, le apuestan a presidentes con vocación de dictadores, de reyezuelos, o aquellos capaces de liderar proyectos conservadores de gran alcance.
Eso en lo que corresponde al ámbito local. En el internacional, por supuesto, que está la mano de los Estados Unidos que certifica a Colombia en derechos humanos, pero dice preocuparle asuntos como los ‘falsos positivos’ y las ‘chuzadas’ del DAS a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Un juego de intereses en el que parece renacer un viejo enemigo, el comunismo, encarnado en un nuevo eje del mal, liderado por la Venezuela de Chávez, centro de atención por su proyecto denominado socialismo del siglo XXI.
Todo vale a la hora de mantener y extender los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos en Colombia y de recuperar su poder de injerencia en la Región, abandonada por las aventuras bélicas de Bush en el Medio Oriente. Para lograrlo, hay que contener la avanzada chavista y para ello Uribe debe y quiere jugar a ser el muro de contención.
En ese juego de intereses, al gobierno de Obama le importa poco lo que suceda en Colombia en materia de derechos humanos y libertades ciudadanas. Lo que le interesa a la CIA, al Departamento de Estado, a la DEA y a la propia administración de Obama, es asegurar que la pandemia chavista no se extienda más por América Latina y que logre, en un descuido, instalarse en Colombia.
Por ello, Uribe no sólo intentará perpetuarse en el poder, sino que dejará las bases ideológicas, institucionales y programáticas para que su “obra” deba y pueda ser continuada por quienes se comprometen desde ya a seguir sus orientaciones y principios, desde diversos cargos y roles a jugar. El listado es largo: Andrés Felipe Arias (uribito), Noemí Sanín, Juan Manuel Santos, Sergio Fajardo, Germán Vargas Lleras, Rafael Pardo Rueda, Martha Lucía Ramírez, Rodrigo Rivera y hasta Lucho Garzón y Gustavo Petro, capaces éstos últimos de aplaudir la política seguridad democrática con tal de que por lo menos les permitan arañar la posibilidad de llegar a la Casa de Nariño.
Quienes piden, casi de rodillas, como Monseñor Rubiano, que Uribe diga no a un tercer mandato (se da por descontado que el referendo pasará los controles de la Corte Constitucional), deben saber que el legado violento, señalador, estigmatizante, reaccionario, polarizante y legitimador del narco paramilitarismo continuará, esté o no Uribe en la Presidencia. Es tal la inercia y la fuerza que hoy tienen estos elementos constitutivos de la ‘obra de Uribe’, que después de dos periodos presidenciales es muy poco lo que falta para consolidar una ‘democracia de mano dura’, primer escalón de un proyecto de ultraderecha que logrará, con el concurso del capital nacional y trasnacional, la anuencia de los Estados Unidos y el silencio cómplice de varios actores de la sociedad civil colombiana, convertir a Colombia en un Estado inviable políticamente, pero perfectamente viable en lo económico. ¿Se tratará acaso de un experimento al mejor estilo de los Chicago boys de la Chile de Pinochet?
Una etapa pos Uribe (con o sin él, ya no importa) es posible si imaginamos un escenario en donde las libertades ciudadanas estarán proscritas. El camino está servido. Los primeros pasos ya se dieron: la reelección presidencial inmediata y el segundo periodo. Ahora están por darse otros: el referendo reeleccionista, el total desmonte de los pesos y contra pesos, para acabar con la división de poderes y concentrar el poder político en el Presidente, por un largo periodo pacificador y civilizador que muchos en Colombia sueñan de tiempo atrás, y claro, el regreso a la constitución de 1886.
Esos mismos colombianos que sueñan con un régimen de terror para sacar adelante el modelo neoliberal, están convencidos de que se necesita de una gran dosis de dolor y de sufrimiento para consolidar proyectos económicos en donde justamente lo que se necesita es pensar en tener menos Estado y más mercado.
Con la anuencia de amplios sectores de la sociedad civil colombiana, Uribe Vélez ha ido erosionando no sólo la institucionalidad, sino los propios pilares de la democracia. Y una vez se perpetúe en el poder, penetrará el corazón de la constitución de 1991, para derogarla o dejarla sin efectos por el tiempo que crean necesario él y sus áulicos y aquellos convencidos de que este país progresará disciplinando a sus habitantes a través de un gobierno de mano dura que ponga fin no sólo a la subversión, sino a todos aquellos ciudadanos que creen en que es posible dialogar para construir consensos.
Pensar en libertad es, sin duda, un riesgo que los amantes del mercado no pueden correr, por ello, quizás, le apuestan a presidentes con vocación de dictadores, de reyezuelos, o aquellos capaces de liderar proyectos conservadores de gran alcance.
Eso en lo que corresponde al ámbito local. En el internacional, por supuesto, que está la mano de los Estados Unidos que certifica a Colombia en derechos humanos, pero dice preocuparle asuntos como los ‘falsos positivos’ y las ‘chuzadas’ del DAS a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Un juego de intereses en el que parece renacer un viejo enemigo, el comunismo, encarnado en un nuevo eje del mal, liderado por la Venezuela de Chávez, centro de atención por su proyecto denominado socialismo del siglo XXI.
Todo vale a la hora de mantener y extender los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos en Colombia y de recuperar su poder de injerencia en la Región, abandonada por las aventuras bélicas de Bush en el Medio Oriente. Para lograrlo, hay que contener la avanzada chavista y para ello Uribe debe y quiere jugar a ser el muro de contención.
En ese juego de intereses, al gobierno de Obama le importa poco lo que suceda en Colombia en materia de derechos humanos y libertades ciudadanas. Lo que le interesa a la CIA, al Departamento de Estado, a la DEA y a la propia administración de Obama, es asegurar que la pandemia chavista no se extienda más por América Latina y que logre, en un descuido, instalarse en Colombia.
Por ello, Uribe no sólo intentará perpetuarse en el poder, sino que dejará las bases ideológicas, institucionales y programáticas para que su “obra” deba y pueda ser continuada por quienes se comprometen desde ya a seguir sus orientaciones y principios, desde diversos cargos y roles a jugar. El listado es largo: Andrés Felipe Arias (uribito), Noemí Sanín, Juan Manuel Santos, Sergio Fajardo, Germán Vargas Lleras, Rafael Pardo Rueda, Martha Lucía Ramírez, Rodrigo Rivera y hasta Lucho Garzón y Gustavo Petro, capaces éstos últimos de aplaudir la política seguridad democrática con tal de que por lo menos les permitan arañar la posibilidad de llegar a la Casa de Nariño.
Quienes piden, casi de rodillas, como Monseñor Rubiano, que Uribe diga no a un tercer mandato (se da por descontado que el referendo pasará los controles de la Corte Constitucional), deben saber que el legado violento, señalador, estigmatizante, reaccionario, polarizante y legitimador del narco paramilitarismo continuará, esté o no Uribe en la Presidencia. Es tal la inercia y la fuerza que hoy tienen estos elementos constitutivos de la ‘obra de Uribe’, que después de dos periodos presidenciales es muy poco lo que falta para consolidar una ‘democracia de mano dura’, primer escalón de un proyecto de ultraderecha que logrará, con el concurso del capital nacional y trasnacional, la anuencia de los Estados Unidos y el silencio cómplice de varios actores de la sociedad civil colombiana, convertir a Colombia en un Estado inviable políticamente, pero perfectamente viable en lo económico. ¿Se tratará acaso de un experimento al mejor estilo de los Chicago boys de la Chile de Pinochet?
Una etapa pos Uribe (con o sin él, ya no importa) es posible si imaginamos un escenario en donde las libertades ciudadanas estarán proscritas. El camino está servido. Los primeros pasos ya se dieron: la reelección presidencial inmediata y el segundo periodo. Ahora están por darse otros: el referendo reeleccionista, el total desmonte de los pesos y contra pesos, para acabar con la división de poderes y concentrar el poder político en el Presidente, por un largo periodo pacificador y civilizador que muchos en Colombia sueñan de tiempo atrás, y claro, el regreso a la constitución de 1886.
Esos mismos colombianos que sueñan con un régimen de terror para sacar adelante el modelo neoliberal, están convencidos de que se necesita de una gran dosis de dolor y de sufrimiento para consolidar proyectos económicos en donde justamente lo que se necesita es pensar en tener menos Estado y más mercado.
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