Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Sobre el asesinato de los cuatro uniformados, prisioneros de las Farc, bien vale la pena mirar asuntos, elementos y variables de un complejo contexto en el que de todas maneras hay que entender el fatal desenlace.
Un primer elemento tiene que ver con el exiguo valor que alcanza la vida de aquellos uniformados y civiles que, privados de la libertad por un grupo armado ilegal, son valorados por el Estado y por las propias Farc, bien por su condición de clase, nacionalidad, grado alcanzado o reconocimiento social y político nacional.
Creo que detrás del asesinato de los uniformados cautivos hay una previa subvaloración por parte de la sociedad y del Estado, puesto que dentro del grupo de plagiados ya no había joyas de la corona, no había premios gordos, es decir, ya no había ciudadanos norteamericanos o una ciudadana francesa, como Ingrid Betancur, que obligaran el diseño de una operación, estilo la Operación Jaque, que trajo a la libertad a la ex candidata presidencial y a los tres contratistas militares americanos.
A la anterior subvaloración por condición de clase y de nacionalidad se suma la responsabilidad de varios gobiernos incapaces de llegar a acuerdos de intercambio o canje con las Farc, que permitieran el regreso con vida de los uniformados, sin darle demasiado valor a las exigencias de los plagiadores. ¿Cómo es posible que ciudadanos colombianos, y peor, servidores públicos, puedan pasar 10 y más de 14 años privados de su libertad? ¿Será que no le cabe responsabilidad alguna al Estado colombiano? Claro que sí le cabe responsabilidad, especialmente, si revisamos las circunstancias en las que fueron privados de la libertad militares y policías, en las que claramente hubo fallas en el servicio, que facilitaron las arremetidas de las Farc a varias bases militares de donde se los llevaron, o simplemente, porque ese Estado no está en capacidad de garantizar la vida, la libertad y la honra de sus asociados, civiles, que han sido también secuestrados.
Claro que quienes mataron a los uniformados este fin de semana fueron las Farc, en cumplimiento de una orden ante un posible rescate. Eso no tiene discusión y se trata de un execrable crimen, que hay que lamentar y repudiar, pero el actor que llevó y expuso la vida de los plagiados a la fría consideración de los asesinos farianos es, sin duda, el Estado, a través de las tropas oficiales que buscaron arrebatar a las Farc los ya subvalorados trofeos de guerra. Hubo, sin duda, un fallido rescate y no un acercamiento como ahora se señala, lo que motivó la criminal decisión de los carceleros, lo que terminó con el sacrificio de los uniformados.
El segundo elemento tiene que ver con el valor de uso que adquieren los ciudadanos que deciden defender una causa, justa o no, a través de las armas. Soldados, policías y guerrilleros pierden su condición de personas y de individuos, para convertirse en meras herramientas, en objetos, en cosas susceptibles de intercambio, previo el juicio valorativo de las condiciones arriba señaladas. Como piezas del engranaje de la guerra, a las familias de los plagiados no se les reconoce su voz a la hora de decidir si se autoriza o no un operativo militar de rescate. Por ello quizás el repudio de los familiares del mayor Hernández ante las autoridades policiales y militares, porque de tiempo atrás habían pedido que no se intentara un rescate a sangre y fuego. Para estos casos, priman los intereses del Estado, el mismo que facilitó el plagio de muchos de los que hoy las fuerzas armadas y el país lloran. Si se trató de un fallido rescate, habría que comparar las condiciones en las que se dio el operativo con el que se logró arrebatarle a las Farc a Ingrid Betancur y a los tres gringos, en cuanto a planeación, costos de la operación, la forma en que se planeó y se ejecutó la acción militar con la que se buscaba rescatar a los secuestrados. Estamos, sin duda, ante el poder de un Estado que se pone por encima de toda consideración humana, familiar, cuando considera, tardíamente, que debe hacer algo para rescatar de las manos enemigas, a varias de sus fichas, de sus piezas de guerra.
Es más, se puede hablar de imprudencia, por cuanto los farianos, golpeados fuertemente por la muerte de ‘Alfonso Cano’, tenían toda la predisposición para dar un golpe a las fuerzas armadas, así, finalmente, se trate de un autogolpe que los pone en el escenario internacional como una organización criminal, cruel y despiadada.
El tercer elemento tiene que ver con los niveles de barbarie que el conflicto armado y sus actores han alcanzado. Los comandantes de las Farc no temen a la justicia internacional. No sólo desconocen la autoridad del Estado colombiano, sino todo lo que gira en torno al Derecho Internacional Humanitario aplicable a esta guerra interna. Y esta circunstancia debería de llamar más la atención del Estado, por cuanto los farianos pueden, mañana, diseñar golpes aún más dolorosos, desde el punto vista humano y militar, en el que las víctimas sean civiles. Estamos ante la despolitización de la guerra, y por ese camino, sólo queda la criminalización, la barbarie.
Una vez degradada la guerra, secuestros, liberaciones y la comisión de crímenes de guerra, son parte del escenario que hemos venido presenciando desde que las Farc optaron por atacar bases militares y poner prisioneros a los que se entregaran o se rindieran ante los desmedidos usos de fuerza de las Farc, o por los insustanciales apoyos militares brindados a quienes resistieron feroces ataques farianos en bases como Miraflores, las Delicias o Patascoy.
¿Qué viene ahora? Más de lo mismo. Un escenario mediático presto a convalidar las posturas de los oficiales troperos, que obligarán al gobierno a mantener cerrada la puerta al diálogo. La exaltación de una derecha que aprovecha muy bien los desvaríos de una guerrilla lumpenizada y criminal, para tapar sus propios errores e incoherencias en el ejercicio del poder político, militar y económico. Unos familiares de secuestrados a los que poco a poco la gran prensa olvidará, la misma que hoy los busca con afán para escuchar sus testimonios, completamente ignorados. Un Presidente que buscará dar otro golpe a las Farc, buscando con ello ampliar los factores a favor de un segundo mandato. Y una empresa armada como las Farc, que por tozudez, hará todo lo posible para mantenerse en el tiempo, aferrada al discurso y a las circunstancias que históricamente justificaron su levantamiento, pero también al lucrativo negocio de las drogas. Es decir, la guerra degradada, continuará. Finalmente, las piezas de la guerra no se agotarán jamás en un país en el que ella, la guerra, aparece como una opción de vida viable, posible y atractiva para millones de colombianos.
Sobre el asesinato de los cuatro uniformados, prisioneros de las Farc, bien vale la pena mirar asuntos, elementos y variables de un complejo contexto en el que de todas maneras hay que entender el fatal desenlace.
Un primer elemento tiene que ver con el exiguo valor que alcanza la vida de aquellos uniformados y civiles que, privados de la libertad por un grupo armado ilegal, son valorados por el Estado y por las propias Farc, bien por su condición de clase, nacionalidad, grado alcanzado o reconocimiento social y político nacional.
Creo que detrás del asesinato de los uniformados cautivos hay una previa subvaloración por parte de la sociedad y del Estado, puesto que dentro del grupo de plagiados ya no había joyas de la corona, no había premios gordos, es decir, ya no había ciudadanos norteamericanos o una ciudadana francesa, como Ingrid Betancur, que obligaran el diseño de una operación, estilo la Operación Jaque, que trajo a la libertad a la ex candidata presidencial y a los tres contratistas militares americanos.
A la anterior subvaloración por condición de clase y de nacionalidad se suma la responsabilidad de varios gobiernos incapaces de llegar a acuerdos de intercambio o canje con las Farc, que permitieran el regreso con vida de los uniformados, sin darle demasiado valor a las exigencias de los plagiadores. ¿Cómo es posible que ciudadanos colombianos, y peor, servidores públicos, puedan pasar 10 y más de 14 años privados de su libertad? ¿Será que no le cabe responsabilidad alguna al Estado colombiano? Claro que sí le cabe responsabilidad, especialmente, si revisamos las circunstancias en las que fueron privados de la libertad militares y policías, en las que claramente hubo fallas en el servicio, que facilitaron las arremetidas de las Farc a varias bases militares de donde se los llevaron, o simplemente, porque ese Estado no está en capacidad de garantizar la vida, la libertad y la honra de sus asociados, civiles, que han sido también secuestrados.
Claro que quienes mataron a los uniformados este fin de semana fueron las Farc, en cumplimiento de una orden ante un posible rescate. Eso no tiene discusión y se trata de un execrable crimen, que hay que lamentar y repudiar, pero el actor que llevó y expuso la vida de los plagiados a la fría consideración de los asesinos farianos es, sin duda, el Estado, a través de las tropas oficiales que buscaron arrebatar a las Farc los ya subvalorados trofeos de guerra. Hubo, sin duda, un fallido rescate y no un acercamiento como ahora se señala, lo que motivó la criminal decisión de los carceleros, lo que terminó con el sacrificio de los uniformados.
El segundo elemento tiene que ver con el valor de uso que adquieren los ciudadanos que deciden defender una causa, justa o no, a través de las armas. Soldados, policías y guerrilleros pierden su condición de personas y de individuos, para convertirse en meras herramientas, en objetos, en cosas susceptibles de intercambio, previo el juicio valorativo de las condiciones arriba señaladas. Como piezas del engranaje de la guerra, a las familias de los plagiados no se les reconoce su voz a la hora de decidir si se autoriza o no un operativo militar de rescate. Por ello quizás el repudio de los familiares del mayor Hernández ante las autoridades policiales y militares, porque de tiempo atrás habían pedido que no se intentara un rescate a sangre y fuego. Para estos casos, priman los intereses del Estado, el mismo que facilitó el plagio de muchos de los que hoy las fuerzas armadas y el país lloran. Si se trató de un fallido rescate, habría que comparar las condiciones en las que se dio el operativo con el que se logró arrebatarle a las Farc a Ingrid Betancur y a los tres gringos, en cuanto a planeación, costos de la operación, la forma en que se planeó y se ejecutó la acción militar con la que se buscaba rescatar a los secuestrados. Estamos, sin duda, ante el poder de un Estado que se pone por encima de toda consideración humana, familiar, cuando considera, tardíamente, que debe hacer algo para rescatar de las manos enemigas, a varias de sus fichas, de sus piezas de guerra.
Es más, se puede hablar de imprudencia, por cuanto los farianos, golpeados fuertemente por la muerte de ‘Alfonso Cano’, tenían toda la predisposición para dar un golpe a las fuerzas armadas, así, finalmente, se trate de un autogolpe que los pone en el escenario internacional como una organización criminal, cruel y despiadada.
El tercer elemento tiene que ver con los niveles de barbarie que el conflicto armado y sus actores han alcanzado. Los comandantes de las Farc no temen a la justicia internacional. No sólo desconocen la autoridad del Estado colombiano, sino todo lo que gira en torno al Derecho Internacional Humanitario aplicable a esta guerra interna. Y esta circunstancia debería de llamar más la atención del Estado, por cuanto los farianos pueden, mañana, diseñar golpes aún más dolorosos, desde el punto vista humano y militar, en el que las víctimas sean civiles. Estamos ante la despolitización de la guerra, y por ese camino, sólo queda la criminalización, la barbarie.
Una vez degradada la guerra, secuestros, liberaciones y la comisión de crímenes de guerra, son parte del escenario que hemos venido presenciando desde que las Farc optaron por atacar bases militares y poner prisioneros a los que se entregaran o se rindieran ante los desmedidos usos de fuerza de las Farc, o por los insustanciales apoyos militares brindados a quienes resistieron feroces ataques farianos en bases como Miraflores, las Delicias o Patascoy.
¿Qué viene ahora? Más de lo mismo. Un escenario mediático presto a convalidar las posturas de los oficiales troperos, que obligarán al gobierno a mantener cerrada la puerta al diálogo. La exaltación de una derecha que aprovecha muy bien los desvaríos de una guerrilla lumpenizada y criminal, para tapar sus propios errores e incoherencias en el ejercicio del poder político, militar y económico. Unos familiares de secuestrados a los que poco a poco la gran prensa olvidará, la misma que hoy los busca con afán para escuchar sus testimonios, completamente ignorados. Un Presidente que buscará dar otro golpe a las Farc, buscando con ello ampliar los factores a favor de un segundo mandato. Y una empresa armada como las Farc, que por tozudez, hará todo lo posible para mantenerse en el tiempo, aferrada al discurso y a las circunstancias que históricamente justificaron su levantamiento, pero también al lucrativo negocio de las drogas. Es decir, la guerra degradada, continuará. Finalmente, las piezas de la guerra no se agotarán jamás en un país en el que ella, la guerra, aparece como una opción de vida viable, posible y atractiva para millones de colombianos.
Nota: publicada en los siguientes portales: www.hechoemcali.com, http://www.hechoencali.com/columnas/las-piezas-de-la-guerra/ y en www.nasaacin.org, http://www.nasaacin.org/attachments/article/3076/LAS%20PIEZAS%20DE%20LA%20GUERRA.pdf
3 comentarios:
Me gusto mucho el escrito. Me parece que tiene un tono poco pesimista o trágico (?).
Mas allá de todos los mezquinos intereses puestos en juego, si viene o no viene mas de los mismo, depende en gran medida de la sociedad civil colombiana, es decir, solo sucede si esta lo permite.
Abrazo
Héctor
Todo lo que dices es válido, pero lo que más me parece aberrante es como la prensa, abiertamente utiliza a estas personas, sin pensar en su vulnerabilidad mental luego de 14 de años de estar en una situación inhumana y llevarlos a declarar cuando mentalmente apenas están aptos para aprender a vivir de nuevo. Eso sí que me parece irresponsable. Luego, la misma prensa luego de utilizarlos los olvida, los cambia por cualquier otra cosa como mercancía.
cmj
Hola Uribito:
¡Buen día!
Lamentable lo ocurrido. Es un acto que merece todo tipo de reproches y censuras.
No obstante, lo que no debe pasarse por alto es el cinismo del mendaz ministro de Defensa, cuando afirma que el operativo no era un rescate. Si esto fuera cierto, mayor es la responsabilidad de la institucionalidad porque está andando a la topa tolondra, sin rumbo en la manigua colombiana y, entonces las preguntas son ¿dónde está la inteligencia militar? ¿Será que así se pueden meter en la madriguera , es decir, sin darse cuenta? ¿Esto no llevaría un gran números de soldados al matadero?
Creo que este gobierno está montando una película tan cínica y aética, como el anterior, al menos, en este tema.
Un abrazo,
Luis F
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