YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 25 de mayo de 2012

LOS VICTIMARIOS EN LA TELEVISIÓN

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


La industria televisiva es un poderoso factor y actor cultural que logra profundizar comportamientos sociales, valores, e incluso, imaginarios que pueden terminar confirmando preconceptos y prejuicios alrededor de específicos sectores societales, luchas, conflictos y fenómenos en los que claramente hay discursos diferenciados y relaciones de poder. Es, sin duda, uno de los principales agentes de socialización, con todo lo que ello significa. 

En Colombia la industria de la televisión está fincada en las producciones de dos grandes canales privados, que compiten por una torta de anunciantes construida a gusto de los empresarios que los sostienen. Es decir, una torta concentrada y por ello, peleada a dentelladas. Pelea que día a día se vuelve más fuerte y que da vida a los  índices de audiencia con los que se termina decidiendo qué deben ver o les gusta a los colombianos, según estos canales.

Abordar hechos y fenómenos de una compleja realidad política, social y económica como la nuestra, requiere de un trabajo de investigación y de interpretación interdisciplinario, que la televisión no suele hacer, pues lo que menos interesa es que las audiencias comprendan la múltiple dimensionalidad de los fenómenos y hechos propios de nuestras violencias. Lo que realmente buscan es entretener con representaciones que generan modelos a seguir, que terminan aportando a los ya graves problemas de convivencia que tenemos en Colombia.

Cuando dichos canales de televisión se concentran en producir series basadas en criminales o en fenómenos como el narcotráfico o el conflicto armado interno, suele resultar un buen negocio para estas abordar dichos asuntos de manera ligera y hasta irresponsable, construyendo modelos a seguir, héroes, machos violentos y mujeres sometidas y usadas como objetos sexuales, en fin, victimarios con respaldo y admiración en específicos sectores sociales. Hay que recordar series que en esa dirección, fueron exitosas, a juzgar por altos puntajes de rating que alcanzaron: La viuda de la mafia, El cartel de los sapos, Rosario Tijeras, La Mariposa, Sin tetas no hay paraíso y ahora, la anunciada Escobar, el patrón del mal.

En muchas de ellas, el rol del victimario se exhibe y se exalta de tal manera, que se convierte en referente social a seguir por quienes sueñan en alcanzar poder y dinero, así sea violando la ley y ordenando la muerte de miles de seres humanos.

Las víctimas no sólo son invisibilizadas, sino que sobre ellas recae un pesado apelativo: culpables. Una vez se miran como víctimas-culpables, la labor del victimario queda legitimada ante la sociedad. Víctimas-culpables suelen ser todos aquellos ciudadanos que al no aceptar las reglas de juego que imponen mafiosos, sicarios, y delincuentes de cuello blanco (políticos, abogados y empresarios), se tornan indeseables y peligrosos para la actividad que, aunque delictiva, es socialmente aceptada y validada.

Así, las señaladas series de televisión terminan siendo un vehículo cultural que agrava los problemas de la sociedad colombiana, que arrastra deficiencias para afianzar procesos civilizatorios en los que la ley se acata, se respeta al otro, al diferente, en un contexto en el que sobrevive un Estado débil y precario, que no es un referente moral a seguir, o un norte seguro en el camino de aceptar, por ejemplo, el imperio de la ley.

A lo anterior se suma que el Estado ha sido incapaz de diseñar políticas culturales que, sin censurar los contenidos de las productoras de televisión privadas, permitan la consolidación, por ejemplo, de una televisión pública que de alguna manera confronte, con calidad técnica y con contenidos y tratamientos divergentes, las producciones de unos canales a los que claramente les gusta exaltar la labor de los victimarios y en consecuencia, invisibilizar a las víctimas.

El asunto de la producción de este tipo de series se complejiza aún más, cuando en las prácticas de consumo de las audiencias se reconocen problemas para diferenciar la realidad de la ficción, o una enorme incapacidad para discernir alrededor de los valores y principios que naufragan y los que logran mantenerse a flote en las producciones.

El asunto es que hay un riesgo grande en las formas como esas audiencias miran los noticieros, las series, las novelas y en fin toda una cantidad de programas, por la manera acrítica y con la enorme ingenuidad con que éstas consumen estas producciones televisivas. Por ello, el éxito de la nueva producción Escobar, el patrón del mal, estará  garantizado en la medida en que las audiencias que consuman dicho producto, lo hagan de la misma manera ingenua y cándida como suelen consumir este tipo de propuestas.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uribito:



¡Buen día!



Uno no sabe qué es peor: si la inversión de valores, como lo señalas (víctima-culpable) o, la demostración del mal en su máxima expresión.



De todas maneras, también es evidente que la memoria no debe ignorar el pasado, así sea malo, para poder extraer lecciones y sobre todo, para que no se repita. En este sentido, los medios, sobre todo el televisivo, tienen un gran valor e influencia y, de allí, su penetración en la cultura popular. El tema es demasiado sensible y tiene, en mi concepto, esos dos filones.



Un abrazo,



Luis F.

Anónimo dijo...

Qué utilidad sacarán los televidentes de la anunciada serie ??? La maldad vende y Escobar sin lugar a dudas.Más de lo mismo ?? Validación de la violencia y la astucia malévola como ejemplo para nuestra maleable juventud....Qué piensa la Universidad si es que piensa, en hacer critica de estos modelos de comportamiento ???.


Rodrigo