YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 4 de junio de 2012

EL CASO DE ROSA ELVIRA: UNA RACIONALIDAD MASCULINA EN CRISIS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo 

La muerte violenta de Rosa Elvira Cely fue convertida por los medios televisivos[1] (noticieros) en una bandera de protesta contra el fenómeno que está de fondo en el execrable homicidio: la violencia contra la mujer. En principio, la acción mediática es bien recibida y vista por el grueso de una sociedad colombiana que no cuenta con fuertes canales institucionales para elevar protestas ante el Estado para que este responda, bien con políticas públicas en educación o con una legislación que logre atacar múltiples fenómenos de violencia, hasta lograr reducirlos sustancialmente a unos mínimos tolerables, de acuerdo con una condición humana proclive a la comisión de actos violentos, en lo simbólico y en lo físico.
En las consecuentes marchas de protesta se exige un “No más” que el Estado y la sociedad en su conjunto no pueden garantizar, en tanto hay elementos culturales, humanos, políticos, éticos, morales y mediáticos que pueden cruzarse en una suerte de confabulación que haga de este tipo de crímenes un asunto cotidiano difícil de erradicar. El asunto, entonces, es estructural, circunstancia que escapa al aparente compromiso mediático de liderar campañas que lleven, por ejemplo, al diseño de una legislación fuerte que logre castigar a violadores y feminicidas.
Los medios ocultan bien esa circunstancia a través de tratamientos noticiosos que parecen recoger la indignación nacional, pero sólo alcanzan para edificar una conciencia episomediática[2], resultado de unas rutinas de producción aupadas por unos criterios de noticiabilidad que se erigen, de manera contradictoria, en el mayor obstáculo para lograr resultados positivos en la erradicación de las prácticas violentas de género, así como  fuertes castigos para los hombres responsables de delitos como los cometidos contra  la mujer que encarnaba Rosa Elvira Cely.
Hay, entonces, varios factores y circunstancias que se erigen como fuertes obstáculos en la tarea de avanzar hacia la erradicación de hechos violentos, en especial los que se cometen en contra de las mujeres, hacia donde apunta la protesta social mediatizada.
El primer factor a considerar es la condición humana, de la que es posible esperar este tipo de acciones y comportamientos, y aún otros peores, como las guerras y las prácticas genocidas, así  se intenten  justificar políticamente. Está, esa condición humana, radicalmente asociada a un mundo masculino, a una racionalidad masculina violenta que es la que debe exhibirse como la principal circunstancia a modificar a través de la intervención de los procesos civilizatorios (educativos) dispuestos por una sociedad moderna que deambula en medio de la crisis del proyecto moderno que la soporta.
Dominada y sometida la naturaleza y la sociedad moderna a esa racionalidad masculina violenta y con altos grados de insostenibilidad, será difícil avanzar en la erradicación de hechos violentos socialmente repudiados como  el perpetrado contra  Rosa Elvira Cely.
En segundo lugar, hay que considerar un hecho cultural incontrastable: somos un país profundamente machista, que ha logrado reducir y someter, a través de disímiles caminos y acciones, a la mujer y a lo femenino, a los caprichos de una racionalidad masculina violenta, en gran parte responsable de hechos políticos y pre políticos que abiertamente van en contravía de los sueños echados a andar en torno a que es posible garantizar felicidad colectiva, bienestar social y económico a millones de habitantes que comparten un territorio, un Estado y una nación.
Esa racionalidad masculina, dominante y violenta ha logrado crear mecanismos y discursos con los cuales logra no sólo dominar la Naturaleza (antropocentrismo), sino someter a las mujeres. La publicidad, la técnica médica y los roles históricamente aceptados han servido y sirven hoy con mayor fuerza e ímpetu a esa  perversa racionalidad masculina. La publicidad y en general la industria del entretenimiento son mecanismos desde los cuales se ejerce violencia simbólica contra las mujeres. Los patrones de belleza allegados de los narcotraficantes terminaron entronizándose en las conciencias de miles de mujeres que deciden cambiar sus fisonomías (aumento de senos, por ejemplo), para dar gusto a los imaginarios de belleza de hombres, que desean exhibirlas como trofeos.
Reducida a un símbolo sexual, a un objeto y  a una mercancía generadora de placer erótico y sexual, la publicidad logra que la racionalidad masculina  someta y reduzca  lo femenino y oculte la racionalidad femenina, asociada hábilmente a la debilidad y a la sensibilidad (sensiblería), factores estos contrarios  a la racionalidad masculina, que es -y debe ser-, para la sociedad y para las propias mujeres, ejemplo de fuerza y de fortaleza.
La racionalidad masculina se define socialmente a través de actos de habla  que bien pueden conducir a los hombres al desarrollo de comportamientos violentos que la propia sociedad ha validado con anterioridad. Expresiones como los hombres no lloran, pórtese como un varón, o no sea marica o finalmente, estoy verraco y si lo veo le voy a dar en la cara marica, son, finalmente, la expresión de un mundo masculino pensado para dominar y someter.
Esa misma racionalidad masculina dispone, predispone y obliga a los niños varones a que desde temprana edad deban demostrar que nacieron bajo el género masculino,  en una suerte de imposición natural y cultural que conlleva riesgos cuando se falla en la tarea de hacerse a la condición de hombre[3]: burla, señalamiento, castigo y hasta persecución. En el fondo de esas acciones,  lo femenino aparece como contrario e inconveniente y se valida con expresiones de rechazo a la fallida masculinidad: mujercita, mariquita y debilucho, entre otras más.
En tercer lugar, no existe una política criminal coherente y acorde con los desafíos de una violencia estructural que hace de Colombia una nación compleja, no sólo por la precariedad del Estado, sino porque culturalmente hemos aceptado los comportamientos violentos de unos hombres atormentados por su propia condición y por unas prácticas culturales que les exigen comportarse de acuerdo con una masculinidad que tiene mayores responsabilidades, características y esperados comportamientos, frente a una feminidad de la que ya han establecido tareas únicas: reproducirse y servir a los hombres. Hay que señalar, también, que recae gran responsabilidad en las familias y en comunidades que guardan silencio frente a actos de violencia simbólica y física de hombres contra mujeres.
Qué hacer, entonces, es la pregunta que muchos se hacen ante un sentimiento de impotencia frente a los recientes hechos violentos. Se requiere la revisión profunda de las racionalidades masculinas que aparecen en la escena cultural, que la acción mediática oculta, para hallar, a partir del análisis, puntos de encuentro, con los cuales fincar otro tipo de relaciones entre hombres y mujeres.
También es importante revisar el tipo de educación impartida en jardines infantiles, colegios y universidades, en aras de modificar discursos y prácticas de poder normalmente diseñadas para exaltar roles en los que claramente hay una búsqueda por privilegiar la masculinidad en detrimento de lo femenino.



[1] Estamos ante una acción política de unos medios que remplazan en buena medida a los partidos políticos, mediadores que deberían legislar en aras de garantizar unas condiciones de bienestar colectivo, en donde la violencia, simbólica y física contra las mujeres, y en general entre los seres humanos, no termine siendo el elemento más importante que caracterice a la sociedad colombiana, que exhibe, de tiempo atrás, un fenómeno de violencia estructural.
[2] Aquella que, soportada en un lenguaje periodístico y en una técnica periodística ahistóricas, acríticas, moralizantes y macartizantes, logra influir en las audiencias de tal forma, que éstas asumen posturas resultantes de una exposición rápida a unos hechos televisados, elevados al estatus de noticia, que resultan socialmente sensibles y reprochables. Los estados de opinión pública generados se basan en episodios rápidamente superados por nuevos hechos noticiosos, lo que inmediatamente expresa una conciencia episódica, que no permite a las audiencias hacer un ejercicio comprensivo, complejo y sistémico, de los hechos consumidos. La conciencia episomediática resulta convenientemente pasajera en la interesada tarea de los medios de generar estados de opinión pública ajustados a sus intereses, motivaciones e inclinaciones políticas. Una conciencia episomediática facilita la incomprensión de complejas realidades colombianas, relatadas mediante un discurso periodístico-noticioso sujeto a intereses económicos y políticos de las empresas mediáticas. Nota del autor.
[3] Es muy probable que la masculinidad del hombre que atacó a Rosa Elvira haya sufrido señalamientos sociales que el individuo soportó y que canalizó en actos violentos, con los cuales quisiera castigar a quienes se burlaron de su proceso fallido de afianzar su masculinidad. Esto no justifica el crimen, pero sí puede servir para comprender y explicar hechos execrables como el cometido por el violador y asesino de Rosa Elvira.
Nota: en el proceso de demanda de la flia de Rosa Elvira Cely en contra del Distrito Capital, la unidad jurídica de la Secretaría de Gobierno emitió un concepto jurídico que terminó re victimizando la memoria de la mujer asesinada y a su familia. Dicho concepto señalaba que la víctima tenía la culpa de lo sucedido. La reacción ciudadana a través de las redes sociales hizo que la Alcaldía retirara dicho enunciado. Mayo 16 de 2016




 Imagen tomada de EL ESPECTADOR.COM

Nota: publicada en el portal http://www.nasaacin.org/, http://www.nasaacin.org/attachments/article/4094/EL%20CASO%20ROSA%20ELVIRA%20UNA%20RACIONALIDAD%20MASCULINA%20EN%20CRISIS.pdf

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