YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 14 de agosto de 2012

HACIA UNA NUEVA CULTURA POLÍTICA

Cali, 14 de agosto de 2012
Elizabeth Gómez Etayo, Carmen Jimena Holguín, Hernando Uribe Castro, Guido Germán Hurtado Vera y Germán Ayala Osorio[1]
Desde distintas corrientes místicas hasta la física cuántica, se coincide en afirmar que cuando pensamos algo, al otro lado del mundo alguien puede estar pensando en lo mismo. A veces se tiene la grata sensación de que tal premisa pueda ser cierta.
Frente a la actual crisis política que se vive en Colombia, desde hace varios meses algunos docentes universitarios venimos pensando en que es necesario, y por las actuales circunstancias contextuales, urgente, el surgimiento de nuevos liderazgos verdaderamente democráticos para que Colombia encuentre un nuevo rumbo, lejos del autoritarismo, la polarización ideológica y política y, más aún, lejos de la propuesta de un desarrollo extractivo, ambientalmente insostenible, que se viene aplicando en Colombia desde el 2002 y que ha afianzado algunos medios de comunicación al servicio de las élites políticas y económicas que imperan en nuestro país.
Ese nuevo liderazgo puede surgir tanto del movimiento social e indígena, como del mundo académico y de grupos de intelectuales, con el claro propósito de sumar fuerzas y esfuerzos para articularse a la vida social y política de un país como Colombia.
Un país que, sin duda, tiene líderes políticos, pero ello no necesariamente se traduce en propuestas democráticas, sostenibles y responsables social y ambientalmente. De allí que la sociedad colombiana espere el diseño de propuestas políticas y opciones de poder  que respondan al mandato constitucional donde se consagra que somos un Estado social de derecho. ¡Exijámoslo!
Intelectuales y académicos que no pueden quedarse silentes, temerosos y aislados frente al rumbo de un país que da tumbos, porque está soportado en liderazgos políticos y económicos que no buscan cambiar las complejas circunstancias del contexto colombiano, en especial las que originaron el levantamiento armado en los años 60, sino, perpetuarlas y extenderlas con claros beneficios para unas reducidas élites, que por cierto, cada vez más demuestran su incompetencia para la construcción de un proyecto de nación incluyente.
Desde hace varias semanas los indígenas Nasa del norte del Cauca vienen haciendo pública una apuesta política que ha sido juzgada por varios como de ingenua: no aceptar actores armados en sus territorios.
Estamos tan acostumbrados al poder de las armas y a la existencia de diversos ejércitos, que plantear una vía desarmada, pacífica, no parece tener asidero. Si fuéramos más generosos y ahondáramos en nuestra comprensión, podríamos pensar que la vía desarmada nos podría conducir a una nueva cultura política, donde recuperemos el valor de la palabra y la condición de civiles capaces de rescatar y de reconstruir espacios democráticos.
Acciones pacíficas, responsables, prudentes, respetuosas y comprometidas que permitan, a quienes creemos en una salida negociada al conflicto armado interno, modificar sustancialmente las circunstancias de pobreza, desempleo, concentración de la riqueza y de la tierra, que hacen ver a este orden social y político como ilegítimo y en específicos momentos, como inviable.  
El pueblo colombiano, azuzado por los medios masivos de comunicación que tenemos, lamentó mucho más el desplazamiento de un soldado de su puesto de combate, que el asesinato de un joven indígena, reconocido como un vano error militar. Seguramente los líderes indígenas del Norte del Cauca tendrán que desvirtuar las versiones del Gobierno de Santos y recogidas ampliamente por los medios masivos, que señalan que el movimiento indígena está permeado y cooptado por las Farc.  
De igual forma, mantenerse firmes y claros en la negociación que avanza con tropiezos con el Gobierno nacional, bajo la veeduría de representantes internacionales, para que sus propuestas no sean burladas. Pero sin duda, son los indígenas, tanto del Cauca, como los de la Sierra Nevada de Santa Marta y de la gran selva amazónica, entre otros rincones, quienes  están dando pautas para un nuevo trasegar en Colombia. Un llamado al diálogo, al desarme y al encuentro con los otros y con la naturaleza. Es posible silenciar las armas. Un embrión de un nuevo país que nace en las entrañas de una minoría golpeada física y culturalmente.
Por otro lado, la  semana pasada asistimos con sorpresa a la llamada “misteriosa cumbre de intelectuales” en Medellín, que está en vía de constituirse en un nuevo movimiento ciudadano llamado “Pedimos la palabra”. Importantes intelectuales, políticos democráticos y exfuncionarios públicos, se dieron cita para intentar nuevos y necesarios procesos políticos en Colombia, que nos lleven, insistimos, hacia una nueva cultura política. Por supuesto que muchos hacen falta en esta congregación. El próximo encuentro será en Cali, lo que hace pensar en la posibilidad de que se vaya fortaleciendo a lo largo y ancho del país. Creamos en esta nueva posibilidad.
Tanto indígenas, como mujeres, jóvenes, afrodescendientes, ambientalistas, comunidades diversas, académicos críticos y todos los que tengamos un espíritu y una conciencia democrática, podemos darnos cita y encontrarnos por distintos coordenadas de la geografía nacional, para construir una nueva Colombia, lejos de los gritos, las balas y la desenfrenada avaricia económica que viene ignorando el medio ambiente. Lejos de la abierta polarización entre dos líderes políticos cuyo liderazgo poco le aporta a la paz, a la reconciliación, al fortalecimiento y a la ampliación de la democracia.
Es un reto construir una nueva cultura política, que quiebre las nefastas experiencias del pasado. Es un desafío construir una nueva cultura política dejando de nombrar a aquellos que desde hace 10 años nos tienen engolosinados hablando de ellos, sea para elogiarlos o para criticarlos. Que la justicia, en todo el conjunto de instituciones que la representa y que todavía no han sido contaminadas por el gusanillo de la corrupción, como las altas cortes, se encarguen de juzgar a quienes han atrasado el verdadero desarrollo del pueblo colombiano.
Mientras tanto los otros, nosotros, nosotras, los que creemos en la democracia, en la justicia, en la paz sin armas, en la reparación y en una nueva cultura política, estemos atentos a los llamados de nuestros hermanos mayores y a nuestros colegas académicos que han iniciado el camino hacia una nueva cultura política.


[1] Profesores-investigadores de la Universidad Autónoma de Occidente.

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