Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Se equivocan quienes piensan que la paz se concreta con la desmovilización, dejación de armas y con la llegada de líderes farianos a cargos de elección popular. Esas circunstancias son, sin duda, pasos esenciales hacia la consecución de la paz, pero no son definitivos en la perspectiva de concebir y consolidar escenarios de posconflicto, que permitan dignificar la vida de millones de colombianos.
Las condiciones de inequidad, de concentración de la riqueza, el despojo de tierras, la precarización laboral, la violencia cotidiana y la conversión de derechos en servicios, son factores que nos obligan a ver la guerra interna como la expresión de un conflicto social, político y económico complejo, que amerita esfuerzos colectivos y el compromiso de todos para superarlo.
Mantener la idea de que estamos ante un conflicto que va más allá del enfrentamiento entre las fuerzas subversivas y la fuerza pública, permite poner sobre la mesa temas álgidos que lleven a tocar los intereses de actores de un Establecimiento históricamente desentendido del devenir de grandes mayorías, que sobreviven en condiciones de miseria, abandono y en medio de profundas incertidumbres.
Puede suceder que en Oslo las Farc terminen firmando un acuerdo de paz que sólo beneficia a la cúpula que negocia. Puede darse el caso de que los negociadores farianos olviden el trasfondo social, político y económico de la guerra interna y terminen dejando las armas a cambio de cargos públicos, con garantías excepcionales para garantizar sus vidas. No hay que descartar ese escenario, pues a la derecha y a sectores poderosos de Colombia y de la llamada ‘comunidad internacional’ les conviene cooptar a quienes de alguna manera detienen la avanzada de un modelo económico extractivo, hecho a la medida de proyectos agroindustriales y de explotación minera que tomaron fuerza desde la llegada de AUV a la Presidencia y que hoy Santos da continuidad sin controles ambientales y con una débil apuesta institucional.
Ubicados en zonas selváticas y rurales, las Farc detienen la avanzada de unas locomotoras de desarrollo que urgen correr la cerca de ciudades, convertidas cada vez más en enclaves económicos, para someter espacios rurales y selvas y dar así rienda suelta al hambre inversionista que ya coloniza el Guainía, Casanare, Amazonas, Vaupés y la extensa zona del Chocó Biogeográfico, y otras zonas de especial interés nacional y transnacional.
Por lo anterior, el proceso de paz y la negociación no puede quedar en manos del Gobierno de Santos y de los líderes farianos. La sociedad civil, las víctimas, los trabajadores y los estudiantes, entre otros, deben presionar para que el diálogo se abra en términos conceptuales y contextuales, para poder así garantizar que la guerra colombiana sea entendida como expresión de un conflicto que supera con creces el enfrentamiento armado entre las fuerzas del Estado y las de la subversión.
Sigo dudando de que esa de idea de conflicto sea compartida por terratenientes, banqueros y familias tradicionales y emergentes de Colombia. Estos sectores de poder, que han sabido jugar a la guerra sin perder privilegios y con relativos impactos negativos en sus vidas y proyectos económicos y políticos, pueden oponerse a la necesidad de mirar la guerra colombiana desde un contexto más amplio, que permita redireccionar el sinuoso desarrollo que el capital nacional y transnacional le viene imponiendo de tiempo atrás a Colombia.
Habrá que esperar a que se instale la mesa de diálogo y a que se dé una negociación que no sólo asegure la desmovilización de farianos - y ojalá, de elenos, también- y su participación en política, sino con el redireccionamiento de los caminos desiguales que hoy transitamos.
Negativo mensaje envían el Gobierno de Santos y el Congreso con la propuesta de reforma tributaria. Gravar a los trabajadores, en lugar de hacerlo con los más ricos y con los empresarios, hace parte de viejas prácticas que hoy exacerban el conflicto social, económico y político que Colombia puede superar si quienes negociarán en Oslo y Cuba así lo entiendan.
2 comentarios:
Germán, esa es la clave del asunto, y , es lo que se debe resolver. Dejar las armas, incorporarse a la vida civil, ocupar puestos y dignidades públicas, al estilo M-19, es dejar las cosas como están y dejar el camino libre a las locomotoras del capital. Como lo apuntas acertadamente, la paz no es un tema exclusivo.
entre gobierno y Farc; debe ser la oportunidad para resolver los conflictos que la modernización nos regaló.
Saludos,
Gilberto
Uribito:
Claro, el conflicto, como tensión social, no es unilateral sino una realidad compleja.
Luis F.
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