YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 5 de marzo de 2013

Tres Caínes y un solo Dios: el rating

Por Lisandro Penagos Cortés

En estos tiempos en que todo tiene un precio –incluida la vida– no resulta extraño que la muerte sea utilizada como arpón para ensartar billetes. La fórmula es eficaz y muy sencilla. Se retoma de la realidad mediática una historia violenta, se escriben unos libretos (amañados, o mejor, descontextualizados para no hilar tan delgado), se buscan unos actores taquilleros, buenos directores audiovisuales, tecnología de punta y se adoba con publicidad hasta la saciedad. El resultado: rating, es decir, pauta publicitaria, o sea, ganancias, billete. Los Tres Caínes es más de lo mismo. No hay originalidad, solo la ficcionalización de la realidad con alto grado de irresponsabilidad social. El viejo truco, diría Maxwell Smart, el superagente 86, ese sí, un personaje resultante de una idea original.

No es que no pueda utilizarse la historia como insumo, es que se ha caído en el facilismo y la superficialidad. Ella ha sido el mayor insumo creativo de todos los tiempos y ha dejado para la posteridad historias únicas sobre Cleopatra o Jesús, Hitler o Mandela. Sobre el Imperio Romano, el Cristianismo, la Segunda Guerra Mundial o el Apartheid. Ambientadas en Jerusalén o Egipto, en Alemania o Suráfrica, han repercutido porque trascienden la imitación, la puesta en escena de la bondad o la barbarie, la simpleza maniquea de erigir malos o buenos totales, y han conformado relatos que dan cuenta de las complejas relaciones que determinan la aparición de liderazgos –positivos o negativos– en el devenir de las naciones. Colombia no ha contado aún muchas historias desde otras voces, desde otras experiencias y se siguen produciendo series televisivas hechas a la menor provocación, que es la mayor apuesta, la rentabilidad. El morbo es colectivo.

No es que no se pueda ganar dinero con una producción televisiva, nadie trabaja para perder, es que no se tiene conciencia y se engaña al público sumiéndolo más en la ignorancia, asumamos –por ahora– que sin otras intenciones. Nos venden la idea de historia real, pero la cuestión no es tan simple, ni las versiones tan libres. Se tergiversa, se esconde, se lavan imágenes y conciencias, se manipula, se cuenta el cuento desde un solo lado, se desinforma, se deforma en nombre de la libre adaptación y se trabajan historias que el país no ha digerido. Aún palpita le dolor, aún corre la sangre, aún suenan las balas. Los elementos melodramáticos hacen el resto. En el fondo solo es un buen negocio y como tal se emula, RCN le apuesta a lo que le funcionó a CARACOL. Escobar el patrón del mal dejó más de 12.000 millones de pesos en ganancias y el rancho está ardiendo, porque se está vendiendo. Es una excelente producción en lo audiovisual, pero lo es conceptualmente.

Tanto como en el país y el mundo, en la televisión se observa un profundo desencuentro: los negocios, no tienen en cuenta a la gente, solo al consumidor. La calidad de nuestros productos audiovisuales medida en términos de rating y ganancias –no de impacto social– hicieron primero que se exportaran, y luego, que llegaran grandes productoras a trabajar en asocio con sus pares nacionales: Telemundo, Sony, Disney, Fox, Univisión y Televisa, para citar algunas. Es una cuestión de globalización y economía, que en dichos términos, va bien.

Hay más trabajo y presencia en el ámbito internacional. No se trata aquí de medir la sensibilidad social o el aporte en la construcción de nación de estos productos. No. Son solo negocios. Y cuál es la relación con el proyecto de país. La economía de la nación crece y llegan multinacionales (BHP Billiton, Banco Santander, Occidental Petroleum, Telefónica y SAP, para citar solo las cinco que hacen pública su información, según la Corporación Transparencia Internacional, aunque operan 57) pero no mejora la calidad de vida de las comunidades intervenidas. A quién le importa, solo interesan las ganancias, no las personas. Estamos sometidos por la televisión privada, privada de calidad, de contextos, de contendidos, de originalidad, de casi todo.

No en vano el único premio declarado desierto en la reciente edición de los premios India Catalina fue el de Mejor historia y libreto original de serie o miniserie. No hay nada nuevo, es más de lo mismo, de lo que arroja ganancias, de lo que hace sonar la caja registradora. Y que ya suelten el argumento de que en Colombia la realidad supera la ficción. Lo que se comprueba es que los capos, narcos, paracos, guerreros, políticos corruptos y demás ralea violenta, tuvo y tienen más creatividad que nuestros libretistas, productores, directores, etc. No ayudan a construir sociedad estos productos tan simplistas, donde se rinde culto a la agresión entre nosotros y se aliena a través una práctica cultural en apariencia tan inofensiva como ver televisión.

Falta ver cómo manejará la serie Tres Caínes lo que han evidenciado libros como Guerreros y Campesinos. El despojo de la tierra en Colombia; Paramilitarismo en Colombia. Más allá de un fenómeno de violencia política; o El caso Klein, de Alejandro Reyes Posada, Germán Ayala, y Olga Behar y Carolina Ardila, respectivamente, que el fenómeno paramilitar fue aupado desde las altas esferas políticas de la nación, que no fue –como no ha sido ningún otro de los fenómenos violentos de la nación– una iniciativa aislada, sino más bien y sobretodo, el aprovechamiento de los señores de la guerra de una situación de la que siempre sacan provecho, político y económico, y de la que salen limpios cuando se cuenta la historia, porque suelen ser también los dueños de los medios. Se nombrará a El Ubérrimo. No creo. A la estirpe paisa que se apoderó de Córdoba. Tampoco. A los altos mandos bogotanos que trajeron a los mercenarios. Menos. ¡Válgame Dios, el rating!

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