Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El reciente fallo de la Corte
Constitucional, con el que se dijo no a la adopción de menores a parejas del
mismo sexo (padres no biológicos), hay que mirarlo a la luz de una cultura
dominante hegemónica, históricamente fundada en valores católicos, principios
conservadores y motivaciones y prácticas patriarcales y excluyentes.
La decisión del alto tribunal
debe de servir para entender que el poder de la Iglesia Católica sigue vigente
y que las discusiones y decisiones que en derecho vayan a tomar los jueces sobre este y
otros temas, estarán sujetas a las vetustas creencias de una Iglesia
que se quedó en el pasado. Hay miedo aún en Colombia de confrontar a una
institución que históricamente es responsable de la discriminación de los
homosexuales. Hay miedo a enfrentar nuestras tradiciones y de confrontar las
creencias religiosas, en especial las de políticos como Vivian Morales, que siguen
teniendo un gran peso en sectores sociales y políticos que no aceptan que el
modelo tradicional de familia cambió y que hoy más que nunca la gente está
dispuesta a asegurar su felicidad por encima de viejas y anacrónicas creencias.
De igual manera, produce terror
controvertir a ese “faro azul” que desde la Procuraduría General de la Nación
pontifica qué es lo correcto, lo digno y lo natural en lo que concierne al
concepto de familia, el papel de la mujer y el lugar social de aquellos que
simplemente buscan ser reconocidos como seres humanos, con todo y lo que ello
significa. Mucho tiene que ver el
Procurador Ordóñez Maldonado en este fallo. Y no exclusivamente por su poder
clientelista que le ha servido en otras instancias para frenar la decisión por
la demanda contra su reelección, sino porque él de tiempo atrás se ha
convertido en líder espiritual que busca moralizar y someter a impíos. Por
supuesto, dentro de ese grupo caben los homosexuales y las mujeres que buscan a
toda costa que su cuerpo y sexualidad sean respetadas. En lugar de ser un líder
que defienda los derechos humanos consagrados en la Carta Política, Ordóñez
está allí para desconocer libertades y derechos.
Los Magistrados que dijeron no a
las parejas del mismo sexo que desean adoptar menores, tuvieron miedo de
enfrentar la cultura dominante, al Procurador y a la Iglesia Católica. Y fallaron,
además, presionados por sus propios fantasmas, por sus viejas creencias, sus
miedos y valoraciones ideológicas de las que no se pudieron soltar. Por eso, la
decisión tomada no se da en estricto derecho, pues hubo y hay fuertes circunstancias contextuales e
individuales que presionaron la toma de la decisión.
Por cuenta de la decisión de la
Corte Constitucional, el país acaba de perder la oportunidad de avanzar hacia
la construcción de una sociedad respetuosa de la diferencia. Y por ese camino, coadyuvó a que ese error
histórico de la humanidad, de haber sacado del ámbito privado la sexualidad,
continúe siendo un claro instrumento para discriminar, señalar, perseguir y
estigmatizar, pero sobre todo, para ocultar la doble moral de una sociedad que
deambula confundida en medio de incertidumbres, débiles procesos civilizatorios
y excesos. Y no podemos dejar de señalar la doble moral de los sectores godos
de poder, que siguen atados a sus vetustas creencias, mientras pelean a diario
dentro de ese closet en el que suelen
ocultar sus verdaderas tendencias.
Es claro que pudo más la moral
cristiana con la que esta sociedad asume la homosexualidad, que el
reconocimiento de los derechos de los menores que parejas heterosexuales
abandonan en el ICBF. Esa misma moral con la que se mira la homosexualidad
como una “cosa” contra natura, o una “enfermedad”, como lo aseguró el profesor
de la Universidad de la Sabana (liderada por el Opus Dei).
No somos la sociedad moderna y
liberal que muchos creen. Por el contrario, somos premodernos, godos,
conservadores y excluyentes. Los derechos de las mujeres, los niños, los
homosexuales y de todo aquel que riña con el modelo cultural hegemónico,
seguirán siendo relativos cuando éstos terminen expuestos ante decisiones que
toquen la sexualidad, en especial la homosexualidad y los derechos que las
mujeres tienen para decidir cuándo ser madres. Estamos ante un fallo
culturalmente correcto, en la medida en que se instala en lo que somos: una
sociedad goda.
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