Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
En su discurso de posesión como
Alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa no hizo referencia a la paz y al
posconflicto. No se trata de un simple olvido. Por el contrario, esa consciente
omisión nos puede llevar a pensar en la actitud y en la postura que en adelante
asumirán la rancia élite y burguesía bogotanas que no acompañan y que mucho
menos aceptan los acuerdos de La Habana.
Como ficha de una mezquina y
anquilosada élite de poder económico, político y social, Peñalosa piensa que
Bogotá, como ente territorial y centro de poder, no tiene por qué pensar,
discutir o liderar ejercicios de paz, reconciliación y posconflicto. La visión
maniquea y ahistórica que comparten el recién posesionado Alcalde de la Capital
y quienes lo llevaron al Palacio Liévano, les impide considerar temas públicos
como la paz y el posconflicto.
Finalmente, desde cómodas
oficinas y exclusivos clubes como El Nogal se acostumbraron a tomar decisiones
sobre la guerra, consolidando ese centralismo bogotano que de tiempo atrás
considera al resto del país como un gran baldío. Es decir, que Colombia es
Bogotá, hasta Chía. Y lo demás, extensos baldíos que cualquiera puede ocupar y
usurpar.
A esa acomodada élite y burguesía
bogotana poco le interesa lo que suceda con el resto del país. Es decir, con
eso que el periodismo bogotano llama las provincias. Eso sí, siempre y cuando
en esas provincias las Farc (no la Far, como dice el Ex Mesías) no afecten sus
intereses económicos y los de las élites regionales que les hacen el juego con
la corrupción, la desidia, la estrechez mental y la incapacidad de liderar un
proyecto moderno de país.
Peñalosa es incapaz de hablar y
de pensar en temas y asuntos relacionados con la paz y el posconflicto porque de tiempo atrás asumió
el rol de ficha e instrumento de una élite corrupta y una burguesía permisiva
que sigue pensando que Bogotá es el país. Sus dicientes silencios frente a esos
cruciales temas se deben a que sigue las órdenes de Vargas Lleras. Un vice presidente
que guarda sospechoso silencio frente al Proceso de Paz de La Habana y quien en
2018 intentará llegar al Solio de Bolívar para desde allí torpedear la
implementación de lo acordado con las Farc y de esa manera, evitar consolidar
el posconflicto. Peñalosa y Vargas Lleras no son más que dos peones de la
Derecha y de la ultraderecha.
Enrique Peñalosa no tiene el
talante de un político moderno con el que es posible discutir asuntos públicos
de especial interés: cambio climático, paz, reconciliación y posconflicto,
entre otros. Ni siquiera tiene el carácter de un líder: es el mandadero de la
Derecha bogotana. Tampoco es un Académico en su amplio significado. Es, si
acaso, un acomodado técnico que con su arrogancia pasa por capaz e inteligente.
Durante mucho tiempo vendió la
idea, con el apoyo de la prensa bogotana, de que sabe de urbanismo. Es posible que conozca de asuntos técnicos en
temas de movilidad y expansión urbanística, pero sus inexistentes sentidos de
lo humano y de lo ambiental permiten caracterizarlo como un simple burócrata.
Uno más.
De esta manera, Peñalosa, como
estafeta de la Derecha bogotana, desde ya manda un mensaje claro a quienes
desde otras esferas de poder vienen apoyando el proceso de paz de La Habana: lo
que suceda en las provincias poco importa mientras el centralismo bogotano siga
intacto y sus agentes puedan seguir tomando decisiones políticas y económicas
desde exclusivos clubes sociales.
Más allá de las diferencias en sus
proyectos políticos y convicciones ideológicas, siempre será mejor escuchar y
discutir temas y asuntos públicos con Petro. Finalmente, este último se levantó
en armas, fue rebelde, se desmovilizó y jugó con las reglas de la democracia.
Peñalosa ha vivido en una burbuja toda su vida. Y no tiene la culpa por ello,
pero en lo que sí tiene responsabilidad es en la manera en la que “entiende” los
problemas del país y los de la Capital.
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