Por Germán Ayala Osorio,
comunicador social y politólogo
Adherido el paramilitarismo[1] a la
cultura y a las propias lógicas del Establecimiento, su desmonte es, desde ya,
el reto más difícil para cualquier imaginado y deseado escenario de
posconflicto.
Sin haber sufrido mayor sanción
social, el Paramilitarismo, como fenómeno, continúa vigente como fórmula de
dominación económica, política y social de quienes siempre han estado
dispuestos a hacer lo que sea necesario para mantener el statu quo.
Así entonces, la implementación y
consolidación de escenarios de posconflicto[2] tiene y
tendrá en el Paramilitarismo a su más enconado enemigo. Está claro que las
estructuras armadas no se desmontaron
del todo después del “proceso de sometimiento”[3] que el
Gobierno de Uribe Vélez le planteó a la comandancia de las AUC en el 2005. Por
el contrario, las mal llamadas Autodefensas mutaron a grupos armados que actúan
hoy por fuera del proyecto político con el que buscaron “refundar la Patria” y
con el que lograron consolidar un proyecto económico asociado a actividades extractivistas
(mega minería), ganadería extensiva y monocultivos como palma africana.
No podemos olvidar que el
Paramilitarismo es la expresión del miedo que exhiben poderosas élites y
sectores burgueses de perder privilegios y el control mafioso que
históricamente han hecho del Estado colombiano.
En escenarios de posacuerdos es
posible que veamos a una parte del Estado dispuesta a atacar y someter a las “nuevas”
estructuras paramilitares. Las autoridades hablan de Bandas Criminales o
neoparamilitares. Pero también será posible observar a sectores de poder
estatal apoyando las acciones paramilitares porque estas hacen parte de la
naturaleza bifronte de un Estado que aún
no logra conservar para sí el monopolio de las armas y que deviene sometido a
los intereses privados de unas cuantas familias que lo controlan.
Dentro de la sociedad y la sociedad
civil también subsisten sectores afectos al Paramilitarismo. De este fenómeno y
de sus fuerzas se han servido para exhibir el odio contra aquellos que se
atrevieron a plantear ideas para mejorar
las condiciones de vida de millones de colombianos víctimas de la mezquindad de
elites y burguesía, y de un oprobioso modelo neoliberal, en el contexto de un Estado sometido a las fuerzas
del mercado y capturado por mafias asociadas a los partidos Liberal y
Conservador y a movimientos políticos convertidos de tiempo atrás en los
amanuenses y estafetas de dichas mafias.
El carácter relativo de la paz se
afianzará y consolidará gracias a que el fenómeno paramilitar tiene un profundo
arraigo cultural que una gran parte de la sociedad colombiana parece no
advertir aún. Hay, entonces, una “Colombia Paraca” que se opone a los acuerdos
de paz de La Habana, así como a cualquier cambio sustancial en las
correlaciones de fuerza que están detrás de la triada Estado-Mercado-Sociedad.
No será
fácil desmontar los valores y principios
que guiaron y guían a esas nuevas estructuras paramilitares. Más que un reto
militar o policivo, estamos ante un enorme reto cultural. La Colombia del
posconflicto necesitará de un nuevo ethos que permita reconstruir la
ciudadanía, el sentido de lo público, reordenar el territorio y transformar el
Estado.
[1] Véase:
Ayala Osorio, Germán. Paramilitarismo en Colombia: más allá de un fenómeno de
violencia política. Cali: UAO, 2011.
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