Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
En la reacción de Andrés Ocampo
Perdomo al encontrar en la calle, libre de esposas, al ya condenado Samuel
Moreno Rojas, encuentro dos momentos: uno, el de un ciudadano que se siente
ofendido al ver en la calle al político de marras, condenado “ejemplar” y recientemente
por corrupción. Como el mismo Ocampo explicó, quiso “desahogarse” con el ex
burgomaestre lo que supone la existencia de una clara animadversión del
ciudadano hacia la malograda figura política. Y así lo confirmó el
paracaidista: “Por lo menos tuve la
oportunidad de decirle en la cara lo que yo sentía[1]”.
Quizás el irritado ciudadano
desconocía, al momento del encuentro con el exalcalde, que éste cumplía con una
diligencia judicial, según explicó el INPEC. Esta circunstancia elimina o
invalida en parte el origen de la molestia de Andrés Ocampo en la medida en que
Moreno Rojas no estaba en la calle disfrutando de unas horas de sol y libertad.
El segundo momento cobra vida al
momento en el que Ocampo llama “rata inmunda” a Moreno Rojas, por haber
dirigido una red de corrupción público-privada conocida como el “carrusel de la
contratación”.
En las redes sociales y medios
tradicionales el video generó todo de tipo de comentarios. Muchos a favor del
indignado ciudadano, por cuanto se valoró la reacción de Ocampo dentro de lo
que se llama “sanción social”. Otros, contrariamente, vieron en la actitud
asumida por aquel como un irrespeto o una exageración por cuanto se trata de un
político que ya fue vencido en un juicio y paga su condena de 18 años de
prisión, en las cómodas instalaciones de la Escuela de Caballería, al norte de
la capital del país.
Este caso bien puede servir para
imaginar situaciones similares cuando, en unos años, y muy seguramente en
condiciones distintas de seguridad, miembros de las guerrillas desmovilizadas
transiten con alguna libertad por las calles de Bogotá o de otra ciudad capital.
¿Qué podemos esperar que suceda
con ciudadanos urbanos que sienten un profundo odio por quienes cometieron
delitos y crímenes atroces en el contexto de un degradado conflicto armado
interno? ¿Les gritarán asesinos y la consabida palabrota que Usted muy
seguramente está pensando? Es posible.
Esta reflexión apunta a que
aprendamos a manejar y dar salida a esos sentimientos de odio, animadversión,
rencor o antipatía que por largos años cientos de miles de colombianos han
alimentado hacia quienes se levantaron en armas defendiendo unas ideas, al
tiempo que develaban la enorme mezquindad y torpeza de unas élites y una
burguesía que hizo del Estado su caja menor.
De firmarse el fin del conflicto
armado, muy seguramente encontraremos a los líderes guerrilleros de
las Farc caminando o expresando sus ideas en espacios académicos o en la plaza
pública, como candidatos a ejercer cargos públicos.
El país debe prepararse para
ello, lo que no significa que quienes les odien, no puedan apelar a
instrumentos y acciones de sanción social, ojalá dentro del marco del respeto
por quienes tomaron la decisión de firmar el fin del conflicto y aceptar
reintegrarse a la vida civil.
Ocampo Perdomo bien pudo
acercarse al ex alcalde para entablar con él un diálogo respetuoso, con el
firme propósito de exigirle respuestas por lo sucedido con los millones de
pesos que se perdieron en el “carrusel” de la contratación. No era necesario llamarlo “rata inmunda”.
Suficiente hubiera sido si le dice que él está seguro de su responsabilidad en
los hechos de corrupción.
Así como en La Habana las delegaciones
de paz del Gobierno y Farc han acordado “sacar las armas de la política”, en la
vida cotidiana los ciudadanos debemos proscribir las groserías y otras maneras
de insultar a quien consideramos que es culpable o responsable de unos hechos.
Estos largos años de
conflicto armado interno y las dolorosas dinámicas de nuestras múltiples
violencias, deben servir para evaluar nuestros procesos civilizatorios. En lo
colectivo y en lo individual. Quizás al hacer ese análisis crítico, encontremos
razones que explicarían porqué nos queda tan fácil responder, violentamente,
ante una provocación, un insulto o una inquietante actitud de ese Otro al que
de inmediato miramos con desdén por razones de género, origen étnico, condición
social o postura política.
Imagen tomada de EL TIEMPO.com
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