Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Después de varios días, el
Gobierno de Colombia y la dirigencia de la guerrilla de las Farc ratificarán,
ante millones de televidentes en el mundo, las firmas que previamente Juan
Manuel Santos, en su calidad de Jefe de Estado y “Timochenko”, máximo comandante
de las Farc, estamparon en el Acuerdo Final el 24 de agosto[1] de
2016.
Hoy 26 de septiembre de 2016, con
la presencia de varios mandatarios y personalidades del mundo, dos comandantes
revalidarán lo acordado. De un lado, Juan Manuel Santos como Comandante Supremo
de las Fuerzas Armadas, y del otro, alias “Timochenko”, volverán a firmar el
documento que sus delegaciones de paz redactaron en la Mesa de Diálogos,
después de cuatro años de intensas negociaciones.
Es un día de fiesta y de
celebración para millones de colombianos que acompañaron el esfuerzo de las
delegaciones de paz, en medio de incertidumbres, dudas, tropiezos y miedos, pero sobre todo, en medio de una
fuerte polarización política entre quienes insisten en la continuidad de la
guerra, o en la idea de que lo acordado
en La Habana no le conviene al país; y quienes apoyaron desde el principio el
proceso de paz y otros tantos que a pesar de tener dudas y reparos frente al
sentido del Acuerdo Final, se la juegan por evitar que se produzcan más víctimas.
A pocas horas del registro
noticioso y político de semejante suceso histórico, el país deberá reconocer el
esfuerzo y la constancia del Gobierno de Santos, así como el apoyo de la cúpula
de las Fuerzas Militares que en negociaciones
anteriores no acompañaron, de buena forma, a los anteriores Presidentes que
intentaron negociar con las Farc. En general, la institucionalidad estatal acompañó al Presidente. Muy bien por la Corte Constitucional y el Congreso de la República, en sus respectivas responsabilidades. De igual forma, hay que reconocerle a la
propia dirigencia de las Farc el haber comprendido, aunque tardíamente, que el
objetivo de conquistar el poder a través de las armas, con el tiempo se hizo
inalcanzable.
Hoy, en Cartagena de Indias, un
hijo de la rancia élite bogotana sellará el fin del conflicto armado con la
guerrilla de las Farc. Y lo hará, asumiendo la responsabilidad histórica que le
cabe por sus actuaciones como ciudadano, ex ministro de varios gobiernos y por
supuesto, como Jefe de Estado y de Gobierno; y en representación de esa
Colombia rural olvidada y sometida a las decisiones inconsultas de ese país
urbano que aún mira con desdén a campesinos, afros e indígenas, llegará el
máximo Comandante de una guerrilla de origen y de orientación campesina que
jamás puso en jaque y en riesgo la estabilidad del Régimen y el poder económico
y político de unas élites enquistadas en el Estado.
Bienvenida pues la fiesta que
supone el evento de esta tarde-noche en Cartagena. Eso sí, que la celebración
no nos impida reconocer que la firma del fin del conflicto es apenas un paso
para la construcción de una paz estable y duradera. La Paz aún no llega. Es un
camino que nos tocará trazar y recorrer.
Ojalá las fuerzas y sectores que
se oponen a la firma del fin del conflicto armado y del Acuerdo Final lo sigan
haciendo dentro de la institucionalidad y los límites mismos que le impone la
protesta pacífica. Esos mismos sectores deben comprender que su radicalizada
protesta y el apego a la “propaganda negra”, pueden inspirar a los
paramilitares y otros sectores de poder, que esperan agazapados la más mínima
invitación a desconocer lo acordado en el Acuerdo Final.
La noche del 26 de septiembre de
2016 será diferente en todos los rincones del país: un olor a esperanza
acompañará la vida de los colombianos, en especial la de aquellos que sufrieron
los horrores de un conflicto armado degradado. Por ahora va ganando la
sensatez.
Adenda: el latifundista y ganadero Álvaro Uribe Vélez se graduó
como enemigo del proceso de paz y de la construcción de la paz. Desesperado
porque su influencia política cada vez se reduce más, este terrateniente pasará
a la historia no solo por los daños que le hizo al país durante sus 8 años de
mandato, sino por su tozudez y resistencia ante la firma del fin del conflicto
armado. Sus envejecidas y enmohecidas ideas políticas lo acompañarán hasta el
fin de su vida. Pobre hombrecito.
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