Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Los argumentos de quienes tienen
decidido votar NO el plebiscito de 2 de octubre de 2016, vienen investidos,
permeados o quizás “contaminados” por una fe ciega en el tipo de orden social,
económico, político y cultural vigente en Colombia.
Les aterra a muchos de los que
insisten en el NO, que delincuentes
políticos, ex miembros de las Farc, vayan a órganos de Gobierno. Pero poca
atención prestan al hecho de que por lo menos el 35% del Congreso de la
República, entre 2002 y 2010, legisló para favorecer el proyecto paramilitar
que de manera directa apoyó, validó y legitimó la candidatura y luego los dos
periodos de Uribe Vélez.
En esa misma línea, muchos de
aquellos que votarán NO, le entregan una amplia legitimidad a un Estado que
históricamente deviene débil y precario, gracias a una clase dirigente que,
enquistada en las instituciones públicas, insiste en mantenerlo en esas
condiciones porque les conviene a su proyecto político y económico, fundado en
prácticas premodernas, lo que ha configurado una democracia restringida y
ejercicios económicos que presuntamente promueven el mercado y la competencia.
Pero no hay tal. Se trata de ejercicios económicos mas bien propios de agentes
precapitalistas.
Aquellos que se benefician de
manera amplia de un sistema político y económico de esas características,
tendrían todo el “derecho” a votar NO, reconociendo en esa postura una clara
mezquindad y pobreza de criterio.
A esos otros colombianos que
insisten en votar NO, a pesar de que son víctimas directas de esa democracia
restringida y de ese Estado débil y precario, solo resta entenderlos porque muy
seguramente son resultado de un ejercicio periodístico atado a los intereses de
los grandes conglomerados económicos responsables de la histórica ilegitimidad
y precariedad moral del Estado colombiano. Si su postura negativa frente al
plebiscito está atada a la información mediática, ello confirmaría su pobreza
de criterio y la enorme incapacidad para entender las ventajas que traerá para
el país si se logra consolidar el fin del conflicto armado interno y por ese
camino, en el mediano y largo plazo, afianzar la paz y la convivencia a lo
largo y ancho del territorio.
También es posible hallar en aquellos
que votarán NO el 2 de octubre, un incomprensible desdén por la suerte de las
comunidades rurales que han sufrido los rigores de un conflicto armado que se
degradó y que modificó, sustancialmente, los objetivos misionales, la mística y los buenos propósitos
de TODOS los actores armados comprometidos en las hostilidades, en razón del
conflicto armado interno.
Ubicados muchos de estos
colombianos en ciudades alejadas de la guerra y de las bombas, prefieren
extender el conflicto porque creen o tienen la certeza de que sus vidas jamás
correrán peligro alguno. Entienden que la guerra se escenifica,
fundamentalmente, en las selvas y en territorios rurales.
Y claro, hay que considerar que
muchos colombianos que votarán NO al plebiscito no se tomarán el trabajo de
leer el Acuerdo Final, porque su capital social y cultural acumulado no les
permite asumir la tarea de comprender el documento en sí mismo.
Un mínimo carácter crítico frente
a la forma como hemos construido Estado, sociedad, mercado y ciudadanía,
debería de ser suficiente para darle un voto de confianza al país que podremos
transformar si de una vez por todas ponemos fin al largo conflicto armado.
Querer proscribir la guerra está inexorablemente anclado a una ética que
defiende la vida. Por el contrario, querer y aspirar a que esta guerra
fratricida se extienda en el tiempo, está fatalmente fondeado en una postura
mezquina y cicatera, compartida por
civiles que apoyan el NO y por quienes aún creen que podrán alcanzar una
victoria militar sobre el Estado.
Imagen tomada de EL COLOMBIANO.com.co
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