YO DIGO SÍ A LA PAZ

YO DIGO SÍ A LA PAZ

miércoles, 1 de febrero de 2017

Una oportunidad a la Ética

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Avanza con éxito la fase de implementación del Acuerdo Final II, suscrito por los delegados del Gobierno de Santos y de las Farc. Se trata de un hecho histórico que abre la posibilidad para que el país consolide un régimen democrático plural y el Estado se erija, por fin, como un orden justo, legítimo y capaz de guiar la vida de todos sus asociados.

Mientras avanza la concentración, entrega de armas y la reinserción de los miembros de las Farc a la vida civil  y se crea y se establece la institucionalidad que se pactó en La Habana[1] para lograr una paz estable y duradera, millones de colombianos empiezan a entender la dimensión de la grave enfermedad que de tiempo atrás sufren los colombianos: la corrupción política.

Enfermedad que se tornará incurable, si la sociedad en su conjunto no reacciona ante semejante desafío ético-político. La corrupción público-privada no solo conlleva a la pérdida de recursos económicos del erario, sino que socava la confianza de los ciudadanos en el Estado, en la democracia y en sus gobernantes, al tiempo que marchita la esperanza que día a día depositamos en las nuevas generaciones, obligadas  a cambiar el destino de una Nación que parece naufragar en medio del dolo, la ilegalidad, la perfidia y la inmoralidad.

Lo más curioso y preocupante es el silencio que guardan hasta el momento la Iglesia Católica, los Militares, la Academia, y los grupos de intelectuales, escritores y pensadores, entre otros, frente a los escandalosos casos de corrupción de Odebrecht, Reficar e InterBolsa, para nombrar tan solo a los más recientes. No hay hasta el momento quién o quiénes, con toda la legitimidad necesaria, lideren un proceso de construcción de una ciudadanía capaz de asumir el reto ético de rechazar a los corruptos, en especial a aquellos que quieren llegar a gobernar y a legislar, de la mano de las sempiternas mafias que han hecho de Colombia un Estado mafioso y convertido a sus nacionales en amanuenses y cómplices de la corrupción público-privada.

La coyuntura electoral de 2018 bien podría coadyuvar a un quiebre histórico en las lógicas que rodean las relaciones entre el Estado y específicos actores de la sociedad civil señalados de aupar las prácticas corruptas. Para dar ese salto, necesitamos de una ciudadanía activa que se levante en contra de ese ethos mafioso[2] que la clase dirigente y la élite política, militar  y empresarial lograron inocular, legitimar y naturalizar en todo de tipo de relaciones y transacciones.

No se trata exclusivamente de fustigar y verbalizar nuestro rechazo a las prácticas corruptas de funcionarios estatales y agentes privados. Por el contrario, debemos asumir el compromiso de votar en contra de todos aquellos candidatos y candidatas a cargos de elección popular –incluyendo la Presidencia de la República – que hayan tenido relaciones con mafias y funcionarios investigados y sancionados por corrupción. Incluso, que hayan guardado silencio, por conveniencias políticas o simpatías ideológicas, frente a actos de corrupción. 

Un ejercicio ético de una ciudadanía consciente del daño que hacen y dejan las prácticas dolosas y sucias de funcionarios y particulares, debe llevar a que millones de ciudadanos, en  2018,  digan NO a la pretensión de Germán Vargas Lleras de llegar a la Casa de Nariño. Y las razones son claras: su cercanía y apoyo político a consumados corruptos como los gobernadores de La Guajira, Kiko Gómez y Oneida Pinto,  y el recién capturado alcalde de Riohacha, Fabio Velásquez.

En esa misma línea ética, es hora de que los colombianos digan NO a quien desde el Centro Democrático busque llegar a la Casa de Nariño. Baste con recordar la penetración paramilitar en el DAS, los casos de los falsos positivos, la compra de la reelección (Yidispolítica), el caso de Reficar y Odebrecht, todos estos asuntos y hechos que salpican al Gobierno de Uribe Vélez.  De igual manera, la reacción ética y ciudadana debe llevarnos a evitar que Alejandro Ordóñez[3] Maldonado logre alcanzar el objetivo de hacerse con el Solio de Bolívar, quien muy seguramente se presentará a la contienda electoral de la mano del Partido Conservador[4]. Su espuria reelección como Procurador General de la Nación y el haber convertido el Ministerio Público en una trinchera ideológica desde donde atacó y persiguió a quienes este ladino personaje calificó como impíos, son suficientes elementos de juicio que muestran el ethos mafioso que guía sus acciones públicas.  

Así entonces, en las redes alternas de generación de opinión pública debemos hacer que el tema de la corrupción público-privada guíe las discusiones y el debate electoral de 2018. Ese año electoral que se avecina resultará definitivo para la consolidación de una paz estable y duradera, no solo porque hay que asegurar políticas públicas y recursos económicos que garanticen el éxito rotundo del Proceso de Paz[5] con las Farc, sino porque la ejecución de dichos dineros e instrumentos de política pública deberá hacerse de manera transparente, a través de un ejercicio político limpio de toda sospecha. Y para ello, debemos llevar a la Presidencia y a los otros cargos de elección popular, a ciudadanos probos y no a los bandidos, amanuenses, estafetas y testaferros ideológicos de quienes desde el Estado y la sociedad civil han venido manejando a sus anchas las redes mafiosas y clientelares y por esa vía, debilitando el Estado y la confianza ciudadana en las instituciones públicas y en general, en la Política.

Quizás haya llegado la hora de darle el lugar privilegiado que se merece la Ética, en especial cuando solo vemos y advertimos en el horizonte cómo se borran los límites entre lo correcto y lo incorrecto y entre lo legal y lo ilegal. 



No hay comentarios.: