En Colombia se desprecia la condición civil
Germán Ayala Osorio. Docente- investigador de la Universidad Autónoma de Occidente.
La naturaleza del conflicto armado interno colombiano, su evolución y la anomia que se advierte en los diversos procesos de socialización que se generan en las relaciones Estado colombiano y sociedad civil, dejan entrever un hecho extremadamente preocupante: el desprecio por la condición de civilidad, del carácter y de la condición de lo civil.
Es desde ahí desde donde podemos tratar de explicar y de entender la acción irresponsable e indolente de las Farc y del Estado colombiano, que permitió el secuestro y posterior muerte de 11 políticos, así como el de otros colombianos que corrieron la misma suerte de los ex – diputados.
Lo civil debe expresar – y exigir- de manera natural una prudente, pero fuerte distancia frente a quienes portan un uniforme y un arma, cualquiera sea la idea o proyecto político que estén dispuestos a defender. Desde la legalidad o la ilegalidad, la condición de soldado o guerrero impone a la razón, a lo razonable y a la propia racionalidad comunicativa habermasiana, el lenguaje de la fuerza, simbólica y física, dejando por fuera el diálogo, la pluralidad y la posibilidad del disenso. Un soldado cumple órdenes, de ahí lo significativo que resulta que el propio Presidente de Colombia se presente como un soldado más, capaz de hacerse moler por la Patria.
Lo militar es ya un obstáculo para la convivencia pacífica, para el respeto, para la construcción plural y abierta de espacios de comprensión. O por lo menos, el uniforme y las armas son un riesgo latente para los encuentros dialógicos necesarios para la consolidación de democracias en riesgo como la nuestra.
Esa admiración que los civiles colombianos sienten por el uniforme militar y por el porte de armas es el principal obstáculo a vencer en cualquier intento de diálogo de paz o en cualquier campaña que se emprenda para minimizar los hechos de intolerancia, tan comunes en Colombia.
El desprecio por la condición de lo civil se evidencia en el discurso promocional que las fuerzas militares (las legales) utilizan para ganar adeptos y adictos a la guerra: venga, viva de verdad, su futuro está aquí, sirva a la Patria… hágase hombre. A estas expresiones se suman otras que propios civiles se atreven a hacer: se nota que no prestó el servicio militar, le faltó disciplina, como le hubiera servido la milicia; volvió serio, responsable y más hombre.
Para los colombianos lo civil suena a falto de carácter, de actitud, a miedo, a incapacidad. Lo militar, por el contrario, es aventura, es hombría, es valor, honor, servicio, capacidad de sacrificio. Cuando congresistas, académicos o profesionales deciden ser o convertirse en oficiales de la reserva, demuestran su desprecio por su propia condición de civil. Contradicen su naturaleza, sin reconocer que subsiste en la decisión de uniformarse por algunas horas, una profunda confusión identitaria.
¿Qué hace un congresista portando el uniforme militar? ¿Acaso no está confundido de escenario? Y es más diciente aún cuando desde esa doble condición, discute proyectos de ley y participa en debates: no es un civil, es un congresista que milita en una idea confusa del papel que él debe cumplir. Y el riesgo es mayor cuando, en esa doble condición, tiene que tomar decisiones que afectarán a civiles que él ve como distintos: hombres sin honor, sin capacidad de sacrificio, a medios hombres.
En Colombia, tanto el presidente Uribe, como senadores, periodistas y docentes, entre otros, que fungen como oficiales de la reserva, así como guerrilleros de las Farc, del ELN y los paramilitares, expresan el miedo que les generó en su momento el sentirse civiles. Y a quienes como el Presidente, el decir que hubieran sido buenos guerrilleros o paramilitares de verdad, les permite exorcizar esa confusión y esos miedos que lo civil les genera de tiempo atrás.
Cuando gobernantes, miembros de la población civil y periodistas muestran su admiración por lo militar y por las armas, dejan entrever su propio descontento de su condición de civiles, y por ese camino, terminan legitimando la acción de militares, policías, farcos, elenos y paracos.
Ese es un asunto a tener en cuenta para comprender la belicosidad de un pueblo, que como el colombiano, exige a gritos la solución de nuestros más sentidos problemas, desde la lógica de un uniforme y no desde la razón.
Los 11 ex diputados murieron porque nunca tuvieron el valor, el honor y la capacidad de sacrificio que sus secuestradores creen tener; y, murieron en la selva, porque el Presidente- soldado despreció su condición de civiles.
Adenda: Igual desprecio se siente por los militares y ex soldados secuestrados. A los primeros, por haber permitido su captura, se les condena al olvido; y a los segundos, porque alcanzaron la condición de civiles, lo que es suficiente para ser condenados a morir en la selva.
La naturaleza del conflicto armado interno colombiano, su evolución y la anomia que se advierte en los diversos procesos de socialización que se generan en las relaciones Estado colombiano y sociedad civil, dejan entrever un hecho extremadamente preocupante: el desprecio por la condición de civilidad, del carácter y de la condición de lo civil.
Es desde ahí desde donde podemos tratar de explicar y de entender la acción irresponsable e indolente de las Farc y del Estado colombiano, que permitió el secuestro y posterior muerte de 11 políticos, así como el de otros colombianos que corrieron la misma suerte de los ex – diputados.
Lo civil debe expresar – y exigir- de manera natural una prudente, pero fuerte distancia frente a quienes portan un uniforme y un arma, cualquiera sea la idea o proyecto político que estén dispuestos a defender. Desde la legalidad o la ilegalidad, la condición de soldado o guerrero impone a la razón, a lo razonable y a la propia racionalidad comunicativa habermasiana, el lenguaje de la fuerza, simbólica y física, dejando por fuera el diálogo, la pluralidad y la posibilidad del disenso. Un soldado cumple órdenes, de ahí lo significativo que resulta que el propio Presidente de Colombia se presente como un soldado más, capaz de hacerse moler por la Patria.
Lo militar es ya un obstáculo para la convivencia pacífica, para el respeto, para la construcción plural y abierta de espacios de comprensión. O por lo menos, el uniforme y las armas son un riesgo latente para los encuentros dialógicos necesarios para la consolidación de democracias en riesgo como la nuestra.
Esa admiración que los civiles colombianos sienten por el uniforme militar y por el porte de armas es el principal obstáculo a vencer en cualquier intento de diálogo de paz o en cualquier campaña que se emprenda para minimizar los hechos de intolerancia, tan comunes en Colombia.
El desprecio por la condición de lo civil se evidencia en el discurso promocional que las fuerzas militares (las legales) utilizan para ganar adeptos y adictos a la guerra: venga, viva de verdad, su futuro está aquí, sirva a la Patria… hágase hombre. A estas expresiones se suman otras que propios civiles se atreven a hacer: se nota que no prestó el servicio militar, le faltó disciplina, como le hubiera servido la milicia; volvió serio, responsable y más hombre.
Para los colombianos lo civil suena a falto de carácter, de actitud, a miedo, a incapacidad. Lo militar, por el contrario, es aventura, es hombría, es valor, honor, servicio, capacidad de sacrificio. Cuando congresistas, académicos o profesionales deciden ser o convertirse en oficiales de la reserva, demuestran su desprecio por su propia condición de civil. Contradicen su naturaleza, sin reconocer que subsiste en la decisión de uniformarse por algunas horas, una profunda confusión identitaria.
¿Qué hace un congresista portando el uniforme militar? ¿Acaso no está confundido de escenario? Y es más diciente aún cuando desde esa doble condición, discute proyectos de ley y participa en debates: no es un civil, es un congresista que milita en una idea confusa del papel que él debe cumplir. Y el riesgo es mayor cuando, en esa doble condición, tiene que tomar decisiones que afectarán a civiles que él ve como distintos: hombres sin honor, sin capacidad de sacrificio, a medios hombres.
En Colombia, tanto el presidente Uribe, como senadores, periodistas y docentes, entre otros, que fungen como oficiales de la reserva, así como guerrilleros de las Farc, del ELN y los paramilitares, expresan el miedo que les generó en su momento el sentirse civiles. Y a quienes como el Presidente, el decir que hubieran sido buenos guerrilleros o paramilitares de verdad, les permite exorcizar esa confusión y esos miedos que lo civil les genera de tiempo atrás.
Cuando gobernantes, miembros de la población civil y periodistas muestran su admiración por lo militar y por las armas, dejan entrever su propio descontento de su condición de civiles, y por ese camino, terminan legitimando la acción de militares, policías, farcos, elenos y paracos.
Ese es un asunto a tener en cuenta para comprender la belicosidad de un pueblo, que como el colombiano, exige a gritos la solución de nuestros más sentidos problemas, desde la lógica de un uniforme y no desde la razón.
Los 11 ex diputados murieron porque nunca tuvieron el valor, el honor y la capacidad de sacrificio que sus secuestradores creen tener; y, murieron en la selva, porque el Presidente- soldado despreció su condición de civiles.
Adenda: Igual desprecio se siente por los militares y ex soldados secuestrados. A los primeros, por haber permitido su captura, se les condena al olvido; y a los segundos, porque alcanzaron la condición de civiles, lo que es suficiente para ser condenados a morir en la selva.
1 comentario:
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