Por Germán Ayala Osorio. Comunicador social y politólogo
La derrota de Andrés Felipe Arias en la consulta interna del Partido Conservador y la actitud asumida por el ex ministro de dejar en libertad a sus votantes para la elección presidencial de mayo próximo, son la expresión máxima de la desconfianza que genera Noemí Sanín no sólo en Uribe, sino en general en el llamado uribismo.
Las razones de la desconfianza están soportadas no sólo en su evidente incoherencia ideológica, sino en su condición de mujer, que para la mayoría de uribistas e, incluso, para el propio Presidente[1], es suficiente para dudar de su capacidad de gobernar un país, con los desafíos que enfrenta Colombia, especialmente en materia de orden público.
Por fuera del camino, Arias hará todo lo posible para torpedear la aspiración presidencial de Noemí, buscando con ello que las maquinarias clientelares que Uribe logró montar en ocho años de gobierno, terminen apoyando a Juan Manuel Santos, alfil número uno del uribismo. No significa que sobre Santos no haya dudas. Uribe, por su carácter mesiánico y su perfil megalómano, duda que alguien lo pueda remplazar. Además, duda de Santos porque es hijo de la rancia élite bogotana que tanta aversión le genera a Uribe y que tanto criticó públicamente.
Lo cierto es que la crisis de los partidos políticos tradicionales, en particular del Partido Conservador, no logra ocultarse con la aparente cohesión y disciplina que pareciera generarse con el triunfo de Noemí y en general, con los resultados finales de la consulta interna de la colectividad. El haber hecho parte de la coalición de gobierno le aseguró una buena participación burocrática que sus directivas no querrán perder, de ahí que estén haciendo todos los cálculos políticos y previendo componendas, para mantener los privilegios que Uribe les entregó y les mantuvo durante ocho años de gobierno.
Le apuestan a Noemí Sanín tratando con ello de demostrar que la colectividad mantiene su condición de Partido Político, pero saben que si no alcanzan el triunfo en la primera vuelta, el uribismo - y Uribe - les exigirá la disciplina que hoy su presidente, Fernando Araújo demanda a todos sus militantes, para que apoyen a la triunfadora de la consulta interna. Tratar de conjurar la desbandada de votos hacia Juan Manuel Santos va a necesitar más que una simple resolución que exige una tardía disciplina, que el Partido hace rato perdió si se piensa en términos ideológicos y programáticos.
Lo cierto es que los candidatos presidenciales deberán jugar con el poder clientelar que Uribe acumuló en ocho años. El partido Liberal, por ejemplo, ávido de contratos y de burocracia, debe calcular muy bien si continúa otros cuatro años por fuera del uribismo o si decide apoyar a quien se vislumbra como el próximo Presidente de Colombia: Juan Manuel Santos. Si resulta así, vendrán cuatro años más de terror.
[1] Con frases como “sea varón”, así como su postura intransigente para aceptar, por ejemplo, las relaciones homosexuales y el matrimonio gay, pero especialmente por el entorno cultural en el cual creció el Presidente, hacen pensar en que su mirada sobre la mujer y sobre lo femenino tiene un carácter instrumental, de desprecio, de duda, sobre la capacidad de una mujer de gobernar este país.
La derrota de Andrés Felipe Arias en la consulta interna del Partido Conservador y la actitud asumida por el ex ministro de dejar en libertad a sus votantes para la elección presidencial de mayo próximo, son la expresión máxima de la desconfianza que genera Noemí Sanín no sólo en Uribe, sino en general en el llamado uribismo.
Las razones de la desconfianza están soportadas no sólo en su evidente incoherencia ideológica, sino en su condición de mujer, que para la mayoría de uribistas e, incluso, para el propio Presidente[1], es suficiente para dudar de su capacidad de gobernar un país, con los desafíos que enfrenta Colombia, especialmente en materia de orden público.
Por fuera del camino, Arias hará todo lo posible para torpedear la aspiración presidencial de Noemí, buscando con ello que las maquinarias clientelares que Uribe logró montar en ocho años de gobierno, terminen apoyando a Juan Manuel Santos, alfil número uno del uribismo. No significa que sobre Santos no haya dudas. Uribe, por su carácter mesiánico y su perfil megalómano, duda que alguien lo pueda remplazar. Además, duda de Santos porque es hijo de la rancia élite bogotana que tanta aversión le genera a Uribe y que tanto criticó públicamente.
Lo cierto es que la crisis de los partidos políticos tradicionales, en particular del Partido Conservador, no logra ocultarse con la aparente cohesión y disciplina que pareciera generarse con el triunfo de Noemí y en general, con los resultados finales de la consulta interna de la colectividad. El haber hecho parte de la coalición de gobierno le aseguró una buena participación burocrática que sus directivas no querrán perder, de ahí que estén haciendo todos los cálculos políticos y previendo componendas, para mantener los privilegios que Uribe les entregó y les mantuvo durante ocho años de gobierno.
Le apuestan a Noemí Sanín tratando con ello de demostrar que la colectividad mantiene su condición de Partido Político, pero saben que si no alcanzan el triunfo en la primera vuelta, el uribismo - y Uribe - les exigirá la disciplina que hoy su presidente, Fernando Araújo demanda a todos sus militantes, para que apoyen a la triunfadora de la consulta interna. Tratar de conjurar la desbandada de votos hacia Juan Manuel Santos va a necesitar más que una simple resolución que exige una tardía disciplina, que el Partido hace rato perdió si se piensa en términos ideológicos y programáticos.
Lo cierto es que los candidatos presidenciales deberán jugar con el poder clientelar que Uribe acumuló en ocho años. El partido Liberal, por ejemplo, ávido de contratos y de burocracia, debe calcular muy bien si continúa otros cuatro años por fuera del uribismo o si decide apoyar a quien se vislumbra como el próximo Presidente de Colombia: Juan Manuel Santos. Si resulta así, vendrán cuatro años más de terror.
[1] Con frases como “sea varón”, así como su postura intransigente para aceptar, por ejemplo, las relaciones homosexuales y el matrimonio gay, pero especialmente por el entorno cultural en el cual creció el Presidente, hacen pensar en que su mirada sobre la mujer y sobre lo femenino tiene un carácter instrumental, de desprecio, de duda, sobre la capacidad de una mujer de gobernar este país.
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