YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 24 de enero de 2012

LAS REALES DISTANCIAS ENTRE URIBE Y SANTOS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


El rompimiento de las relaciones entre Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos Calderón sigue siendo noticia en los medios masivos de Colombia. El tema reviste importancia política no tanto por lo que significa un distanciamiento entre los dos políticos, sino por el trasfondo ético y político del evidente cambio en la forma como hoy el actual Presidente Santos entiende la política y lo político, y como asume los asuntos de gobierno y de Estado.

Pero los periodistas, columnistas y hasta los políticos del partido de la U que mantienen sus intereses y relaciones personales y políticas con uno y con otro, reducen ese trasfondo a un problema de carácter y hablan, incluso, de una traición por parte de Santos hacia Uribe. La idea de la traición tiene un arraigo fuerte en las formas tradicionales como se efectúan las transacciones en la política doméstica, sostenidas en las componendas, en tapar, en no denunciar y con un gran miedo de sacudir la cobija con la que uno y otro se arroparon durante el tiempo en el que Santos sirvió en el largo gobierno de Uribe Vélez. Santos es pragmático. Aprovechó las condiciones generadas por el embrujo uribista, para ocultar su falta de carisma y liderazgo y venderse como exponente de un uribismo que mediáticamente fue señalado como la corriente política que salvaría a Colombia. Juan Manuel Santos, no muy convencido de ello, se guareció bajo esa gran sombrilla.

Pero vamos al trasfondo ético y político que está detrás del distanciamiento entre uno y otro. Santos, político de derecha e hijo de una rancia élite bogotana, al tomar distancia de Uribe Vélez, manda un mensaje claro al país, a los colombianos, a las élites regionales, pero en especial, a esos proyectos emergentes que como Uribe, surgieron y surgen todavía de relaciones y de actuaciones poco claras con grupos al margen de la ley, o con fenómenos como el paramilitarismo e incluso, con el mismo narcotráfico, sobre los cuales hay, por lo menos, simpatías ideológicas o tratamientos éticos acomodaticios.

Santos, como miembro de una élite que posa de pulcra frente a expresiones y fenómenos ilegales como los señalados, sabe que desmontando y develando lo ocurrido durante los ocho años de la funesta administración de Uribe, recupera la credibilidad perdida de un sector de poder tradicional, que siempre vio con sospecha el nacimiento y el crecimiento exponencial de un fenómeno emergente, con un carácter montaraz, impulsivo, irrespetuoso de la institucionalidad, con altos grados de informalidad y proclive a transar con fuerzas legales e ilegales. Con Uribe en la sombra y en el descrédito, los proyectos emergentes que se incuban hoy en varias regiones del país, deberán entender que la tradición, en adelante, deberá ser respetada y consultada para fines como el de alcanzar el poder presidencial.

Además, Santos cree que puede devolverle al Estado la legitimidad perdida y la decencia a la política, lo que le permite presentarse como un estadista. Muchas de sus políticas van encaminadas a eso, a generar en los ciudadanos confianza frente al Estado. Con la devolución de tierras, Santos busca pasar a la historia como un mandatario capaz de tocar intereses mafiosos e ilegales, eso sí, sin tocar los de los grandes terratenientes que lógicamente han estado asociados a las élites tradicionales regionales, con las cuales él se identifica plenamente.

Está claro que la derecha, la misma que sostiene hoy a Santos en el poder, usó a Uribe Vélez para probar hasta dónde era capaz ella misma de llegar para mantener el control del Estado y de someter a quienes desde la izquierda democrática hacían oposición. El paramilitarismo, como brazo armado de una derecha acomodada, sirvió a los intereses de una élite tradicional que vio riesgos serios en el afán de Uribe de perpetuarse en el poder.

La molestia de Uribe Vélez está no sólo en lo que él considera como una persecución criminal contra su gobierno, políticas y colaboradores, en especial contra Luis Carlos Restrepo, sino porque ya entendió que al servir de pararrayos a quienes desde la legalidad agenciaron prácticas ilegales, quien sufrió el desgaste político fue él y su gobierno, y no las fuerzas que lo apoyaron durante ocho años. Al final, Uribe entenderá que su origen emergente siempre será mal visto, en especial por la élite bogotana que hoy está feliz porque uno de sus hijos, formado y educado para ello, está al mando de la Casa de Nariño.




Nota: publicada en el portal www.hechoencali.com, http://www.hechoencali.com/columnas/las-reales-distancias-entre-uribe-y-santos/

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen Análisis



Elver.

Anónimo dijo...

Volviendo a tus editoriales, me parece acertada la apreciación del rompimiento Uribe-Santos. Siempre creí y creo, que el problema es más de élites y de rancia aristocracia que ideológico.



Un abrazo,



Luis F.

Anónimo dijo...

Qué bueno…

Muy agudo análisis.

Realmente nadie sabe para quien trabaja…



Jaime

Anónimo dijo...

¿Y qué podemos hacer nosotros?