YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 9 de febrero de 2012

DE GATILLEROS Y GRAFITEROS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

El patrullero de la Policía nacional, Wilmer Antonio Alarcón (de 25 años) fue enviado ayer a una celda de la cárcel La Picota, en razón a la medida de aseguramiento proferida por un juez, por haber asesinado a Diego Felipe Becerra (de 16 años), llamado por los medios masivos, como el joven grafitero.

Del caso van quedando claros, varios asuntos. El primero, que estamos ante un acto demencial de quien portando el uniforme de una fuerza represiva del Estado, creyó estar haciendo cumplir la ley (¿cuál ley?) y manteniendo el orden (¿cuál orden?), al dispararle al joven Becerra porque estaba pintando una pared, o el muro de un puente. ¿Este tipo de actuaciones y decisiones se exponen y se enseñan como principios operativos en las escuelas de formación de la Policía Nacional? ¿O estamos ante una decisión individual de un sujeto que, investido de la autoridad que le da un uniforme, creyó y aún cree a pie juntillas que estaba cumpliendo con su deber y que la muerte de un grafitero es la simple consecuencia de quien irrespeta el espacio público?

¿Qué pudo haber pasado por la cabeza del patrullero en los instantes en que vio a Becerra expresarse en una pared? ¿Rabia por ensuciar una ciudad, o acaso se sintió burlado al momento de la persecución? En cualquier sentido, estamos ante la acción de un joven policía que se equivocó en materia grave y que usó el uniforme para dar rienda suelta, quizás, a viejos y muy bien alimentados odios hacia los ‘civiles’ y jóvenes, que suelen darse dentro las escuelas de formación de policías y militares. El patrullero Alarcón olvidó, por esos instantes, que él también era un joven. Y en cuestión de minutos, pasó de Patrullero a gatillero.

En segundo lugar, queda clara la intención mediática de estigmatizar al joven asesinado, al insistir en el mote de joven grafitero. Al convertir en un rol, en un oficio, una acción que bien pudo ser fortuita, medios y periodistas rescatan y validan un ya viejo imaginario colectivo de esta Colombia intolerante, que se expresa así: pintar o rayar una pared es un acto vandálico, propio de vagos, que debe ser duramente castigado. O que se resume en el aforismo, el papel y la muralla son el papel del canalla. Y por esa vía, muchos colombianos hoy justifican y hasta aplauden la acción del Patrullero, quien en defensa del ornato y de la estética urbana, mató a un vago. Es allí donde se equivocan tanto los periodistas, como aquellos que justifican el actuar del Patrullero.

Es distinto cuando se informa que un joven fue asesinado por un Policía por poner un graffiti en una pared, que insistir en que joven grafitero fue muerto (los medios no hablan de asesinato) por un policía. La diferencia no es únicamente semántica, hay detrás un imaginario colectivo con el que históricamente se ha invalido la protesta, la expresión de las ideas en paredes y muros públicos, y con el que se suelen justificar estos abusos de autoridad.

En tercer lugar, queda claro que hay en la Policía un mal entendido espíritu de cuerpo, en especial en los superiores del Patrullero, que ayudaron a cambiar la primera versión en la que el policial informa lo sucedido. En esa comunicación radial, el joven policía no habla de un enfrentamiento a tiros, tal y como se dijo después. Se manipuló la escena de los hechos y al muchacho Becerra se le colocó un arma, con la cual, supuestamente, disparó contra Alarcón. Esto, sin duda, teje un manto de dudas sobre el papel de este organismo policial y sobre la real posibilidad de que los ciudadanos confíen en los policías.

Así como el juez ordena la reclusión de Alarcón en La Picota, por considerarlo un peligro para la sociedad, mientras se da inicio al juicio, debería de sugerir al comando general de la Policía, que este caso sirva de ejemplo para formar, en adelante, patrulleros y policías distintos, que sepan valorar la vida y tengan el suficiente criterio para saber cuándo deben o no desenfundar un arma. Ojalá usen este caso en las escuelas de formación de policías y militares para que de allí salgan verdaderos defensores de la vida de los civiles.

De igual manera, este episodio debería de servir para revisar qué pasó dentro de la incorporación y la formación del policial Alarcón. Qué tipo de exámenes psicológicos se efectúan al ingresar y al salir a la calle, investidos de autoridad. Creo que hay mea culpa que deben asumir los directores de las escuelas de instrucción de la Policía nacional.



Nota: publicada en el portal www.nasaacin.org, http://www.nasaacin.org/attachments/article/3426/DE%20GATILLEROS%20Y%20GRAFITEROS.pdf

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Uribito:



¡Buena tarde!



Los abogados decimos: no existe la verdad real, sino la probada en el proceso. Como lección del caso que comentas, hay que concluir algo: la formación (¿educación o instrucción?) está fallando. ¿Qué pasa con la "formación" en derechos humanos?



Considero que tanto los medios como la sociedad deben hacer un alto y repensarse así mismos para decidir qué rumbos seguir.



Luis F.