Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Los medios de comunicación suelen novelar hechos políticos, bien para atraer más audiencias, para ocultar lo que realmente sucede detrás de esos hechos, o bien con el claro propósito de banalizarlos.
Los hechos políticos y la política misma, a diario son registrados por las empresas mediáticas y suelen ser banalizados bien en secciones de noticieros como La Cosa Política, del noticiero RCN, o El Código Caracol, de Caracol Noticias. Los efectos son claros: el vaciamiento de sentido de la política y del concepto mismo, lo que a todas luces resulta dañino para una ciudadanía que, al quedarse con ese holograma, con esa lectura ligera, irresponsable y banal, sigue sin entender qué es lo que realmente pasa con la política en el país.
La prensa escrita, que compite en los tratamientos banales que se hacen en los noticieros privados de la televisión colombiana, aporta su grano de arena a través de titulares y de notas poco profundas, que encubren elementos de este complejo contexto colombiano.
En días pasados, noticieros y la gran prensa escrita de Colombia registraron nuevamente un hecho relacionado con el distanciamiento en la relación Santos-Uribe, que periodistas y medios han logrado que se vea como una simple pelea entre líderes o en el peor de los casos, como consecuencia de un acto de felonía por parte del Presidente Juan Manuel Santos.
El titular, inspirado en una expresión de Santos, va en camino de ocultar lo que realmente sucede con el evidente distanciamiento ideológico y político entre los dos políticos: “No sé por qué el presidente Uribe está bravo conmigo": Santos (sic)[1].
Este titular se repitió en varios medios no sólo porque se trató de un pronunciamiento del Presidente, sino porque periodísticamente es perfecto para los propósitos mediáticos: banalizar, encubrir y para vaciar de sentido, en este caso, lo político en tanto expresión de la política.
En la expresión presidencial se evidencia un sentido de la diplomacia que le permite a Juan Manuel Santos presentarse como un conciliador, como un mandatario y como un político con quien los conflictos y las diferencias se pueden solucionar a través del diálogo respetuoso.
Santos, de manera hábil, se muestra sorprendido ante una prensa que espera una mala palabra o una confrontación verbal con el ex mandatario. Ello les aseguraría aumentar las ventas, de allí que insistan en buscar declaraciones, en uno y otro, para ver quién pica el anzuelo y cae en la trampa mediática, con la que se busca ocultar que efectivamente asistimos a un cambio radical en la forma como se dirigen los asuntos públicos y las responsabilidades del Estado.
Es decir, pasamos de un estilo de gobierno que a todas luces buscaba debilitar las instituciones del Estado y en general la institucionalidad, a un estilo que, por el contrario, busca consolidar una idea de Estado y de la política soportada en la existencia de reglas claras, de procedimientos prístinos de acción política, pero por sobre todo, alejados de ese caudillismo enfermizo con el que Uribe orientó el Estado durante ocho años. Eso sí, ambos con el problema de fondo de llevar los destinos de un Estado-nación debilitado por el neoliberalismo y por actores económicos y financieros transnacionales.
Pero en su reacción, elegante y apropiada, Santos puede cometer el error de mantener con vida política a un gobierno, a un ex presidente y a un uribismo procaz, mostrándose temeroso de enfrentarlo discursivamente, investido como está de la dignidad presidencial.
Al mantenerlo como interlocutor válido con el cual se puede y se desea hablar, termina dándole la razón a quienes desde diversas huestes uribistas, por ejemplo, desde tribunas de opinión, vienen insistiendo en que efectivamente Santos traicionó al patrón que lo llevó a la Presidencia, y más allá, que traicionó un ideario que, aunque construido desde la subjetividad de Uribe Vélez, por acción mediática y política de sus áulicos, terminó convertido en una doctrina ideológica y en una forma válida de llevar la acción política del Estado.
Además, Santos exhibe demasiada cautela con aquellos congresistas uribistas que lo acompañan interesadamente en su Unidad Nacional. Moderación que puede entenderse como miedo y que puede estar soportada en un débil liderazgo para convencer y persuadir a quienes por ocho años alimentaron y coadyuvaron a desinstitucionalizar el Estado, a debilitar la política y a reducir lo político a un vulgar intercambio de favores con el gobernante.
En todo este asunto, las subjetividades enfrentadas muestran, de todos modos, un comportamiento irresponsable muy propio de ególatras que creen que los asuntos públicos, los del propio Estado y la vida de millones de ciudadanos, dependen exclusivamente de su benevolencia y de su poder, cuando es claro que, a pesar del amplio poder que concentra un Presidente en Colombia, subsisten en todo el territorio colombiano formas no institucionalizadas, poderes de facto, legales e ilegales y formas de poder que relativizan un poco esa cohesión y esa fuerza que suele reconocerse a quienes llegan a estar investidos de la dignidad presidencial.
Si hubiera en Colombia un periodismo que realmente estuviese comprometido con la generación de una opinión pública que sirviera para que sus audiencias comprendieran qué hay detrás realmente del distanciamiento entre Santos y Uribe, los periodistas no insistirían en ahondar en dicho alejamiento hasta llevarlo a una enemistad con efectos claros en la política nacional. Pero claro, resulta más provechoso y fácil banalizar los hechos, que explicarlos.
[1] Tomado de http://www.elespectador.com/noticias/politica/articulo-332278-no-se-el-presidente-uribe-esta-bravo-conmigo-santos
Los medios de comunicación suelen novelar hechos políticos, bien para atraer más audiencias, para ocultar lo que realmente sucede detrás de esos hechos, o bien con el claro propósito de banalizarlos.
Los hechos políticos y la política misma, a diario son registrados por las empresas mediáticas y suelen ser banalizados bien en secciones de noticieros como La Cosa Política, del noticiero RCN, o El Código Caracol, de Caracol Noticias. Los efectos son claros: el vaciamiento de sentido de la política y del concepto mismo, lo que a todas luces resulta dañino para una ciudadanía que, al quedarse con ese holograma, con esa lectura ligera, irresponsable y banal, sigue sin entender qué es lo que realmente pasa con la política en el país.
La prensa escrita, que compite en los tratamientos banales que se hacen en los noticieros privados de la televisión colombiana, aporta su grano de arena a través de titulares y de notas poco profundas, que encubren elementos de este complejo contexto colombiano.
En días pasados, noticieros y la gran prensa escrita de Colombia registraron nuevamente un hecho relacionado con el distanciamiento en la relación Santos-Uribe, que periodistas y medios han logrado que se vea como una simple pelea entre líderes o en el peor de los casos, como consecuencia de un acto de felonía por parte del Presidente Juan Manuel Santos.
El titular, inspirado en una expresión de Santos, va en camino de ocultar lo que realmente sucede con el evidente distanciamiento ideológico y político entre los dos políticos: “No sé por qué el presidente Uribe está bravo conmigo": Santos (sic)[1].
Este titular se repitió en varios medios no sólo porque se trató de un pronunciamiento del Presidente, sino porque periodísticamente es perfecto para los propósitos mediáticos: banalizar, encubrir y para vaciar de sentido, en este caso, lo político en tanto expresión de la política.
En la expresión presidencial se evidencia un sentido de la diplomacia que le permite a Juan Manuel Santos presentarse como un conciliador, como un mandatario y como un político con quien los conflictos y las diferencias se pueden solucionar a través del diálogo respetuoso.
Santos, de manera hábil, se muestra sorprendido ante una prensa que espera una mala palabra o una confrontación verbal con el ex mandatario. Ello les aseguraría aumentar las ventas, de allí que insistan en buscar declaraciones, en uno y otro, para ver quién pica el anzuelo y cae en la trampa mediática, con la que se busca ocultar que efectivamente asistimos a un cambio radical en la forma como se dirigen los asuntos públicos y las responsabilidades del Estado.
Es decir, pasamos de un estilo de gobierno que a todas luces buscaba debilitar las instituciones del Estado y en general la institucionalidad, a un estilo que, por el contrario, busca consolidar una idea de Estado y de la política soportada en la existencia de reglas claras, de procedimientos prístinos de acción política, pero por sobre todo, alejados de ese caudillismo enfermizo con el que Uribe orientó el Estado durante ocho años. Eso sí, ambos con el problema de fondo de llevar los destinos de un Estado-nación debilitado por el neoliberalismo y por actores económicos y financieros transnacionales.
Pero en su reacción, elegante y apropiada, Santos puede cometer el error de mantener con vida política a un gobierno, a un ex presidente y a un uribismo procaz, mostrándose temeroso de enfrentarlo discursivamente, investido como está de la dignidad presidencial.
Al mantenerlo como interlocutor válido con el cual se puede y se desea hablar, termina dándole la razón a quienes desde diversas huestes uribistas, por ejemplo, desde tribunas de opinión, vienen insistiendo en que efectivamente Santos traicionó al patrón que lo llevó a la Presidencia, y más allá, que traicionó un ideario que, aunque construido desde la subjetividad de Uribe Vélez, por acción mediática y política de sus áulicos, terminó convertido en una doctrina ideológica y en una forma válida de llevar la acción política del Estado.
Además, Santos exhibe demasiada cautela con aquellos congresistas uribistas que lo acompañan interesadamente en su Unidad Nacional. Moderación que puede entenderse como miedo y que puede estar soportada en un débil liderazgo para convencer y persuadir a quienes por ocho años alimentaron y coadyuvaron a desinstitucionalizar el Estado, a debilitar la política y a reducir lo político a un vulgar intercambio de favores con el gobernante.
En todo este asunto, las subjetividades enfrentadas muestran, de todos modos, un comportamiento irresponsable muy propio de ególatras que creen que los asuntos públicos, los del propio Estado y la vida de millones de ciudadanos, dependen exclusivamente de su benevolencia y de su poder, cuando es claro que, a pesar del amplio poder que concentra un Presidente en Colombia, subsisten en todo el territorio colombiano formas no institucionalizadas, poderes de facto, legales e ilegales y formas de poder que relativizan un poco esa cohesión y esa fuerza que suele reconocerse a quienes llegan a estar investidos de la dignidad presidencial.
Si hubiera en Colombia un periodismo que realmente estuviese comprometido con la generación de una opinión pública que sirviera para que sus audiencias comprendieran qué hay detrás realmente del distanciamiento entre Santos y Uribe, los periodistas no insistirían en ahondar en dicho alejamiento hasta llevarlo a una enemistad con efectos claros en la política nacional. Pero claro, resulta más provechoso y fácil banalizar los hechos, que explicarlos.
[1] Tomado de http://www.elespectador.com/noticias/politica/articulo-332278-no-se-el-presidente-uribe-esta-bravo-conmigo-santos
1 comentario:
Hola Uribito:
¡Buen día!
Espero que el puente te haya revitalizado.
En tu columna observo dos cosas:
1.- La superficialidad de los medios de comunicación, en lo cual estamos de acuerdo. Es triste la manera como los medios simplemente venden y no analizan y, sobre todo, como lo afirmas, desorientan a la los lectores.
2.- Los estilos de gobierno, que también comparto. Igualmente coincidimos en que a Santos le falta talante de estadista, puede ser hasta un buen gobernante, pero la talla de estadista le queda lejos, cuestión que no heredó.
Espero a ver hasta cuándo resistimos.
Un abrazo,
Luis F.
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