YO DIGO SÍ A LA PAZ

YO DIGO SÍ A LA PAZ

miércoles, 22 de octubre de 2014

CHOCÓ BIOGEOGRÁFICO: DEBILIDAD ESTATAL Y ANIMOSIDAD ÉTNICA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo. Artículo publicado en el boletín Ethos Regional, número 11, órgano de información y divulgación del CIER, de la Universidad Autónoma de Occidente.


Es ya un lugar común hablar de abandono estatal y de una deuda histórica que tienen el Estado[1] y la nación con el Pacífico[2] colombiano. Aunque no insistiré en el cacareo de esa ‘verdad’, si haré referencia a hechos y circunstancias que guardan estrecha relación con Buenaventura y su zona rural, y con el Chocó de manera indirecta, sin olvidar que tanto dicho municipio como el departamento están ubicados dentro de la extensa zona del Chocó Biogeográfico.

Como tesis, señalo que esas condiciones de abandono estatal y de atraso, desde una perspectiva de desarrollo en donde son referentes claves las infraestructuras vial, energética y de saneamiento básico, entre otras, están soportadas en una histórica animosidad étnica[3] de los centros de poder regional y nacional frente a las comunidades afrocolombianas e indígenas que viven o sobreviven en esa extensa zona del país.

A pesar de lo planteado y promulgado en  los artículos 7[4] y 13[5] de la Carta Política, es claro que en el ejercicio del poder político y en muchas actividades de la cotidianidad colombiana a lo largo y ancho del territorio, se discrimina por el color de la piel y por el origen social. Eso es innegable.

Esa animosidad o malquerencia étnica está soportada en el ejercicio del poder de familias tradicionales que siendo mestizas, se presentan como ‘blancas’, circunstancia natural que les ha otorgado toda la legitimidad para negarle a la gente del Pacífico y el Chocó Biogeográfico iniciativas de desarrollo que consideren, valoren y reconozcan las tradiciones, la cultura y las cosmovisiones de los pueblos y comunidades afrocolombianas[6] e indígenas que a pesar de tener disímiles formas de vida y organización social, comparten la idea de vivir en condiciones distintas a las que se promueven desde la lógica de la acumulación de bienes y la propiedad privada, soportadas estas en una relación no consustancial con los ecosistemas naturales. 

Por el contrario, a lo largo y ancho del Chocó Biogeográfico se vienen imponiendo unas lógicas de desarrollo ancladas en la mega explotación minera, en proyectos agroindustriales y en la extracción  de madera, que claramente generan efectos socio ambientales negativos que terminan coadyuvando a la eliminación y/o a la perdida de sentido de las relaciones consustanciales[7] que afrocolombianos e indígenas sostienen de tiempo atrás con la Naturaleza. Esta es una expresión clara de esa malquerencia étnica, dado que los procesos de intervención con fines de explotación de recursos del suelo y del subsuelo, están fincados en la subvaloración de unas culturas tradicionales que históricamente han sobrevivido al abandono estatal y a las condiciones inhóspitas de unos ecosistemas difíciles para el devenir humano. Además, dichas intervenciones vienen asociadas a prácticas de violencia física y simbólica.

Estas actividades de explotación no sólo desconocen las condiciones ecosistémicas y la capacidad de resiliencia de los entornos intervenidos, sino que confrontan la propia vida de quienes de tiempo atrás viven también de explotar oro y madera, pero no en las condiciones que proponen, por ejemplo, empresas madereras y mineras que por su misma concepción y condiciones de operación, deben sacar el mayor provecho económico, lo que conlleva a dejar de lado consideraciones socio ambientales.

Así entonces, la animadversión étnica hacia afrocolombianos e indígenas no sólo se expresa en actividades cotidianas, en usos particulares de la lengua y en actitudes claramente discriminatorias, sino en la anuencia de las autoridades ambientales y de los organismos de control frente a la llegada e imposición de modelos de vida y desarrollo que en nada consultan las necesidades, aspiraciones y cosmovisiones de las comunidades allí asentadas.

Se hace más complejo el asunto cuando los proyectos de explotación a gran escala vienen acompañados de ejercicios de violencia por parte de grupos al margen de la ley, como paramilitares y guerrillas, que penetran y se establecen en los territorios ancestrales y comunitarios, para imponer allí regímenes de poder con la anuencia del Estado central, que mira con desdén al Chocó Biogeográfico.

El caso Buenaventura

La Ciudad puerto puede ser un caso paradigmático de las condiciones de animosidad étnica, promovida desde los centros de poder regional y nacional. Y es así, porque desde las lógicas e intereses de actores económicos locales y regionales, se vienen diseñando planes de desarrollo[8] para Buenaventura. Se echan al aire globos de crecimiento económico a espaldas de una realidad social y política inocultable: extrema pobreza, múltiples violencias y Estado local colapsado[9]. En esos globos van propuestas como convertir a Buenaventura  en un puerto que supere los rendimientos de sus ‘similares’ de El Callao y Valparaíso. Singapur aparece como referente para darle a la ciudad costera el giro estético y logístico con el que sueñan la Cámara de Comercio y la Sociedad Portuaria, entre otros. Ahora quieren posicionar a Buenaventura como la capital de la Alianza Pacífico, a pesar de que su lanzamiento se hizo en Cartagena. Otra prueba clara de la animosidad étnica que se promueve desde las altas esferas del poder político bogotano.  

Iniciativas todas que se piensan a espaldas de las complejas condiciones de vida que se presentan hoy en Buenaventura. Obras como el Malecón y el bulevar Bahía de la Cruz, la terminación de la doble-calzada y los constantes y costosos dragados del canal de acceso, entre otras, parecen caminar de forma paralela a los problemas de convivencia, de seguridad, de orden público, de pobreza y de incertidumbres sociales que  Buenaventura exhibe de tiempo atrás y que guardan relación con los cambios sociales, políticos y ambientales que se están produciendo a lo largo y ancho de la región del Chocó Biogeográfico.

Buenaventura es receptora de una población que internamente migra desde varios puntos de la región Pacífico. Una población sedienta que, mediante protestas sociales[10], ha llamado la atención sobre sus necesidades como el acceso a agua potable y mejores servicios sociales. Igualmente, el Puerto es escenario de sangrientas disputas entre bandas criminales y narcotraficantes, que actúan con el silencio cómplice de un Estado local que no ha podido erigirse como un orden legítimo capaz de guiar a la sociedad local hacia otras formas de vida y convivencia.

La pequeña y la gran minería deambulan por meandros y selvas en una región biodiversa en la que históricamente el Estado brilla por su ausencia física o por su asombrosa incapacidad, soportadas estas en lo que aquí he llamado animosidad étnica.

Los nocivos efectos ambientales que se vienen produciendo a las cuencas de los numerosos ríos que buscan el océano Pacífico, hacen que el dragado del canal de acceso de la Bahía se convierta en una actividad constante y costosa, dadas las dimensiones que viene adquiriendo la sedimentación producida por la tierra que se ‘lava’ por la sistemática deforestación. Se trata de cuantiosas inversiones que únicamente benefician a sectores privados asociados a las actividades de exportación e importación de mercancías a través del puerto.

Antes de echar globos y de diseñar en maquetas de la Buenaventura que sueñan los actores económicos, bien valdría la pena primero observar y estudiar muy bien los problemas que afronta la ciudad puerto, para luego intervenirlos. Para ello, se requiere voluntad política de los gobiernos nacional, regional y local, con miras a convocar a las universidades públicas y privadas asentadas en la región, para que a través de procesos investigativos, interpretativos y de intervención se logre avanzar en la ‘pacificación’ y en la discusión de ideas de ‘progreso y desarrollo’ que tengan en cuenta las cosmovisiones de las comunidades afrodescendientes asentadas en el Puerto.

Ahora bien, no se requieren más diagnósticos, sino acciones concretas y permanentes en el tiempo, eso sí, sobre la base de consensos sociales logrados con las comunidades de base. También se requiere ‘voluntad cultural’, para superar la histórica malquerencia con la que se han establecido las relaciones entre el Estado local, las instancias de poder regional y nacional, con la población afro asentada en el casco urbano.

Dejar que únicamente actores económicos sueñen con una idea de Buenaventura, alejada de su historia, de sus valores ancestrales, de su presente y sobre todo, apartada de los intereses y perspectivas de vida de sus habitantes, es insistir en la construcción de una ciudad-puerto que discrimina y arrincona a quienes han soportado de tiempo atrás la imposición de proyectos de desarrollo que se piensan por fuera de las dinámicas culturales, sociales, económicas y políticas no sólo del Puerto, sino de las zonas que conforman el Chocó Biogeográfico. La deuda histórica que el Estado y la nación tienen con Buenaventura y con la región Pacífico no sólo se mantiene, sino que seguirá creciendo, así se haya decretado que Buenaventura es la capital de la Alianza Pacífico.

¿Qué esperar?

Hay que señalar entonces, que la democracia racial en Colombia es un mito. La población afrocolombiana, palenquera y raizal sigue siendo víctima de prácticas, discursos y manifestaciones claras de discriminación racial que de manera subrepticia, escondida y sigilosa aparecen en un país como Colombia, que avanza sin que haya aún consolidado un proyecto de Nación en el que de manera respetuosa nos reconozcamos en las diferencias regionales y en las particulares diferencias que devienen de las formas de vida de afros, campesinos, indígenas y citadinos, de las  creencias religiosas o de las elecciones y tendencias en materia política[11].

Y mientras ello sea así, los procesos de intervención económica y los planes de desarrollo diseñados y ejecutados a lo largo y ancho del Chocó Biogeográfico seguirán soportados en esa inquina o malquerencia con la que desde Bogotá, como centro de poder político y económico, se toman decisiones frente al futuro de esta vasta y olvidada región.

Claro que esa animosidad étnica no sólo es responsabilidad de las élites ‘blancas’, sino también de los pueblos indígenas y afrocolombianos porque muchos o algunos de sus líderes han aceptado las lógicas de un poder que deviene no sólo viciado ideológicamente, sino comprometido por la señalada animosidad y con prácticas clientelares que dan cabida a la corrupción administrativa.

Les cabe responsabilidad a los líderes políticos y miembros de comunidades afrocolombianas e indígenas, que con toda capacidad de negociación y sostenida legitimidad entregada por sus pueblos, optaron por hacerle el luego a la corrupción política y al clientelismo, pensando que  eran los mecanismos idóneos y los únicos, además, para buscar la reivindicación política, social y cultural que dichas comunidades han esperado y buscado de tiempo atrás. Allí cometieron un error histórico quienes en el pasado y en el presente político de Buenaventura, del Pacífico y del Chocó Biogeográfico en general, han vivido en contubernio con aquellas fuerzas políticas, cuyos líderes mestizos los han usado para dar continuidad a una apuesta de desarrollo para dicha región, que no sólo deviene  inconsulta, sino social y ambientalmente insostenible.

Examinar hasta dónde tiene asidero la tesis aquí planteada es un paso clave en el camino de recomponer las relaciones políticas, económicas, sociales y culturales que el Centro del país ha venido estableciendo con las comunidades y pueblos afrocolombianos e indígenas, asentadas a lo largo y ancho del Chocó Biogeográfico. Considerada como parte de una olvidada periferia, esta vasta zona del país deviene en una suerte de abandono socio ambiental, consecuencia de un poder político que sabe muy bien soportar sus acciones – y la propia inacción- en una clara animosidad étnica.




Imagen tomada de biblioteca.gov.co


[1]Las posibilidades políticas para ajustar el Estado a las consideraciones y orientaciones de mandatarios de turno, del orden nacional, regional y local nacen de la crisis ideológica y programática de los partidos políticos Liberal y Conservador. Entonces, no existe consenso político alrededor de la tipología de Estado que necesita un país biodiverso y con las condiciones de concentración de la riqueza y la creciente pobreza en la que sobreviven millones de colombianos”. Véase http://elpueblo.com.co/modelos-discrecionales-de-estado/

[2] Para efectos de este texto, se reconoce la región del Chocó Biogeográfico, que se extiende desde Nariño, hasta la frontera con Panamá, incluyendo los departamentos de Nariño, Cauca, Valle, Risaralda y Chocó.

[3] Véase El abandono del Chocó y del Pacífico: un asunto de animosidad étnica. Publicado en Semanario Realidades y Presencias, del Observatorio de Realidades de la Arquidiócesis de Cali, Nro 17, abril-mayo de 2014.

[4] “El Estado reconoce  y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana”.

[5] “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica. El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará todas las medidas en favor de grupos discriminados o marginados”.

[6] La idea de vivir bajo la lógica de la propiedad colectiva sólo se aplica para zonas rurales. Ello entra en contravía de las aspiraciones de individuos afrocolombianos que al vivir, por ejemplo, en el casco urbano de Buenaventura, toman distancia del Proceso Organizativo de Comunidades Negras.

[7] Relación consustancial que puede tener algún sentido todavía en comunidades que viven en zonas selváticas. Pero es claro que aquellos afrocolombianos que viven en ciudades como Buenaventura, esa relación se ha debilitado por las condiciones laborales y las lógicas de consumo que han adoptado en la Ciudad puerto. Igual puede pasar con indígenas que hoy viven en cascos urbanos como Buenaventura, Pereira e incluso, Cali, cuyos orígenes territoriales y culturales están en las comunidades asentadas en el Chocó Biogeográfico.
[8] Baste con recordar iniciativas como Plan Pacífico y hasta el mismo Proyecto Biopacífico, con el que de muchas maneras se han prometido pagar esa deuda histórica que el Estado tiene con el puerto, con el Pacífico y con el Chocó Biogeográfico en general.

[9] Es clara la cooptación mafiosa del Estado local, bien por grupos políticos que administran los recursos públicos con criterios clientelistas, lo que termina en el despilfarro o la desviación de fondos con destinación precisa. La corrupción campea por el municipio.

[10] Casi nulas son las protestas sociales en torno a procesos de explotación de oro, a través de actividades propias de la mega minería. Ello contradice, claramente, el sentido ambiental de protección y de aprovechamiento ambiental que aún exhiben grupos de afrocolombianos pertenecientes o cercanos al Proceso de Comunidades Negras.
[11] Apartes de un artículo titulado El legado de Mandela para pensar la paz en Colombia, http://laotratribuna1.blogspot.com/2014/04/el-legado-de-mandela-para-pensar-la-paz.html

No hay comentarios.: