Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Con una abstención de más del 80% y con escasos 262.500 votos, Ubeimar Delgado Blandón dirigirá los destinos del departamento del Valle del Cauca.
Los resultados de las elecciones atípicas en esta región del país confirman el regreso al poder de los partidos tradicionales y el uso de viejas prácticas clientelistas para llegar al poder, lo que al parecer significaría el debilitamiento de los poderes emergentes encarnados en las figuras del ex senador Martínez Sinisterra y de Juan Carlos Abadía, entre otros.
De igual forma, los resultados electorales confirman que las redes clientelares no sólo sirven para elegir gobernadores, alcaldes y hasta presidentes, sino para retar a la ya de por sí débil institucionalidad democrática, soportada en una baja cultura política.
Los votos que hoy dejan como gobernador electo del Valle a Delgado Blandón son la expresión de una clientela muy bien aceitada de tiempo atrás. Si tenemos en cuenta que el potencial de votantes en el Valle asciende a 3 millones doscientos mil ciudadanos aptos para votar, la elección de un gobernador con menos del 10% se convierte en una afrenta contra la institucionalidad democrática y contra el sentido mismo de la democracia, en la perspectiva de que en jornadas electorales, de los ciudadanos se esperaría que actuaran de manera responsable, exponiendo sus ideas a través del sufragio, como expresión de libertad de conciencia y de co responsabilidad social y política. Lo anterior, entendido desde de un deber ser con el que no pretendo desconocer las razones de quienes se abstienen de participar en los comicios, pues la desconfianza en los políticos y en la política misma, ha llevado a millones de ciudadanos a marginarse de estos eventos políticos.
En cuanto a los 133 mil votos en blanco, se puede decir que tienen un significado importante en tanto evidencian la presencia de ciudadanos que han hecho consciencia sobre la necesidad de expresar la desconfianza que tienen en la clase política y dirigente de la región.
Esa votación puede entenderse como un rechazo a los tres candidatos que se presentaron a las elecciones atípicas, pero también contra la clase dirigente del Valle y las fuerzas políticas agrupadas en la Unidad Nacional, con las que finalmente derrotaron a los proyectos emergentes de Martínez Sinisterra, Abadía Campo y Useche de la Cruz, entre otros.
En cuanto a la abstención del 80%, ésta debe mirarse desde dos perspectivas: la primera, como resultado de una baja cultura política, soportada en un viejo desinterés de millones de ciudadanos que creen que participar en eventos electorales no resulta significativo para sus vidas. Y la segunda, para el caso específico de las elecciones atípicas del 01 de julio, como expresión de un profundo rechazo al ejercicio de la política y del poder político ante las fallidas administraciones de Abadía y de Useche.
La débil legitimidad del electo gobernador y la crisis económica del departamento no parecen ser obstáculos para las fuerzas políticas que apoyaron a Ubeimar Delgado, que parecen convencidas de que es suficiente con haberle quitado el poder al clan Martínez-Abadía para garantizar un buen desempeño administrativo y económico del departamento. Se equivocan.
Se trata, sin duda, de un pírrico triunfo de fuerzas políticas tradicionales, que al no contar con el respaldo de las mayorías, se aferran al clientelismo como arma para gobernar.
Resulta a todas luces vergonzoso que el destino de un departamento esté soportado en los intereses clientelares de 262 mil personas, y que tres millones de ciudadanos aptos para votar y de más de 4 millones de habitantes en todo el departamento, deban ajustarse no sólo a esos intereses, sino que sus aspiraciones y problemas no cuenten para quien muy seguramente gobernará de espaldas a esas mayorías que bien se expresaron con el voto en blanco y con una abstención alta.
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