Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
La exclusión social y la marginalidad de millones de seres humanos en el mundo son consecuencia no sólo de modelos económicos y políticos que requieren de la presencia de pobres y de la pobreza para sostenerse en el tiempo, sino de un ser humano que parece venir con una carga genética que lo hace proclive a querer dominar a otros, para alcanzar metas cuyos límites se definen en la individualidad.
Es decir, la exclusión social y la marginalidad no siempre son externalidades resultantes de modelos económicos incompletos, fallidos o imperfectamente diseñados para reproducir pobreza e incertidumbres, correlatos y pivotes sobre los cuales nacen los excluidos y marginales. No. Hay un asunto humano de fondo en el que podría gestarse un gusto por sentir y ver a millones de semejantes sometidos a condiciones extremas de vida indigna.
Tanto en el sistema capitalista como en el socialista, los marginales y excluidos juegan un papel fundamental en la idea y necesidad de que cada sistema político y económico se legitime y se reproduzca de acuerdo con un ser humano que desde su nacimiento está sujeto y sometido a relaciones de poder.
En el sistema capitalista la pobreza, la marginalidad, los pobres y los marginales son elementos constitutivos de gran valor político, social y económico en la medida en que sin ellos, el propio sistema colapsaría o sería inviable. Es decir, este sistema requiere de mano de obra no sólo barata, sino frágil culturalmente y presa fácil de las incertidumbres que de manera natural dicho sistema reproduce.
Las factorías, los ejércitos y modernas actividades económicas como la construcción de vivienda, requieren de mano de obra pobre, cuya presencia se garantiza porque el sistema está diseñado para que no todos puedan acceder a estudios y capacitaciones que social, económica y culturalmente sean reconocidos y que otorgan un estatus a quienes logran culminarlos.
Pero así como el sistema capitalista se reproduce así mismo a través de su inercia, hay un insumo vital sin que dicho sistema y otros, inmediatamente fenecerían: la existencia de gente. Es decir, parece ser que quienes hoy lideran y dominan el mundo a través de la especulación financiera y el sistema financiero internacional están convencidos de que siempre habrá gente para expoliar y explotar. Y es posible, pues reproducirse parece ser un código o un valor universalmente compartido, a pesar de que cada día aparecen en el mundo seres humanos que han decidido no tener hijos.
Así, la pobreza, la marginalidad, los marginales y los pobres serían circunstancias de nunca acabar, pues, a pesar de la precariedad de las condiciones de vida de millones de pobres, éstos siguen reproduciéndose a una escala superior a la que lo hacen quienes, por ejemplo, piensan y están seguros de poder extender y mantener en el tiempo sus dominios sobre alguno de los medios de producción que les garantiza un mejor estar en el mundo.
En cuanto al sistema socialista, éste también necesita de los marginales y de los pobres para legitimarse. Y lo hace, mostrando las bondades de un sistema que, frente al capitalista, parece menos injusto, en la medida en que a través de políticas públicas y de un Estado benefactor, se logra dar calidad de vida a quienes viven bajo este sistema, garantizándoles educación, salud y bienestar, eso sí, bajo estrictos controles estatales, con los que se ocultan las propias inequidades de un sistema en el que de todas formas hay seres humanos, lo que hace que las injusticias aparezcan de forma natural, en especial cuando se trata de mantener un orden social, político y económico en el que hay quienes ordenan y otros que obedecen.
En el sistema socialista la marginalidad y la pobreza se disipan a través de una falsa conciencia alrededor de la eliminación total de la propiedad privada, motor que genera pobreza y marginalidad. Garantizada la propiedad estatal sobre los medios de producción, la marginalidad se elimina y la pobreza se universaliza, en una suerte de cambio en las circunstancias y condiciones de sometimiento entre humanos: quien los domina ahora es el Estado, el gran patrón, y no varios, como sucede en el sistema capitalista.
En cualquier sentido y sistema, la marginalidad y la pobreza, los pobres y los marginales no sólo pueden ser vistos y calificados como una vergüenza de un sistema capitalista diseñado para reproducir inequidades e injusticias, sino como una contradictoria oportunidad para aquellos que mejor sepan jugar con las condiciones y las reglas de juego del capitalismo, eso sí, con la claridad de que ese éxito de alguna manera siempre estará soportado o logrado en la naturalización de unas condiciones indignas de vida de otros, bien por la vía de la dominación (relaciones de poder) o por la vía de la marginalidad y la pobreza.
De lo anterior es fácil colegir que los Estados, independientemente del sistema económico y político que los soporte, están pensados para reproducir la pobreza y la marginalidad, y mantenerlas en niveles aceptables de control. De allí que esos mismos Estados no planteen siquiera la posibilidad de imponer controles a la natalidad o de diseñar políticas educativas con el firme propósito de modificar actitudes, prácticas y comportamientos frente a las tasas de fecundidad, en aras de lograr, por ejemplo, reducir el número de hijos en familias pobres o de escasos recursos.
Una forma de enfrentar este orden criminal del mundo, tal y como lo califican hoy Eduardo Galeano y Jean Ziegler, es revisar los imaginarios de realización de mujeres y hombres en el mundo, en relación con la reprodu´cción. Es decir, no tener hijos podría en el largo plazo someter a un fuerte remezón a quienes orquestan ese orden criminal del mundo, pues al disminuir sustancialmente el número de habitantes en el mundo - o en específicos países- el consumo de servicios y mercancías se afectaría.
Nota: no comparto las brutales acciones del gobierno chino, en las que una mujer fu obligada a abortar, porque ya era madre de una niña (http://www.eltiempo.com/mundo/asia/mujer-obligada-a-abortar-en-china_11945081-4). Pero dadas las condiciones ambientales, la pobreza de millones de habitantes y los efectos al planeta por las actividades humanas, sí creo posible en que cada ser humano repiense su idea de familia y llegue a la conclusión de que es necesario reducir el número de hijos.
Una forma de enfrentar este orden criminal del mundo, tal y como lo califican hoy Eduardo Galeano y Jean Ziegler, es revisar los imaginarios de realización de mujeres y hombres en el mundo, en relación con la reprodu´cción. Es decir, no tener hijos podría en el largo plazo someter a un fuerte remezón a quienes orquestan ese orden criminal del mundo, pues al disminuir sustancialmente el número de habitantes en el mundo - o en específicos países- el consumo de servicios y mercancías se afectaría.
Nota: no comparto las brutales acciones del gobierno chino, en las que una mujer fu obligada a abortar, porque ya era madre de una niña (http://www.eltiempo.com/mundo/asia/mujer-obligada-a-abortar-en-china_11945081-4). Pero dadas las condiciones ambientales, la pobreza de millones de habitantes y los efectos al planeta por las actividades humanas, sí creo posible en que cada ser humano repiense su idea de familia y llegue a la conclusión de que es necesario reducir el número de hijos.
1 comentario:
Hola Uribito:
¡Buena tarde!
Estuve fuera de Colombia un mes y, por ello, no había vuelto a leerte.
En este artículo visualizo dos cosas:
1. Una visión demasiado liberal, individualista y egoísta.
2. Un determinismo que pudiera ser grosero.
Lo importante, independientemente de que sean ambas o una sola cosa, es establecer qué es pobreza, qué es exclusión porque, no puedes olvidar, el lenguaje es indeterminado, total o parcialmente y, por tanto, interpretable a fin de concluir sobre lo que se dice.
Un abrazo,
Luis F.
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