Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El fútbol, como deporte espectáculo, conlleva una serie de responsabilidades sociales porque con él y desde él, la sociedad moderna recrea, moldea y exhibe sus conflictos, incertidumbres y hasta sus percepciones alrededor de lo que es, debe y podría ser el devenir social de quienes asisten masivamente a los partidos o siguen a sus equipos a través de la televisión y la radio. Un deporte que incide, sin duda, en las conciencias de disímiles ciudadanos, pero de modo especial en las generaciones de jóvenes que ven en los futbolistas, dentro y fuera de la cancha, ídolos a seguir.
El deporte espectáculo llamado fútbol es la representación de la capacidad humana de generar cultura, y en esa medida recoge, escenifica, teatraliza y expone las maneras más disímiles de comprender, entre otros asuntos, qué es lo público, cuáles son los límites entre lo razonable y lo no razonable, cuáles son los límites entre lo público y lo privado, y en ese camino definitorio, qué es o no lo correcto. Un deporte que evocaría a la honestidad, la capacidad de reconocer los errores y acatar las normas y las reglas.
Pero el poder que tiene el fútbol no sólo se soporta en su naturaleza misma, en la estética misma del juego, sino que se sostiene en instituciones que superan, inclusive, la autonomía de gobiernos y Estados, hasta el punto que logran someterlos a las exigencias de la FIFA, sin duda, un organismo transnacional de gran poder.
Baste con mirar cómo la FIFA, junto con sus filiales regionales y nacionales, impone modelos de ciudad al momento de autorizar y avalar la realización de justas deportivas de gran calado como puede ser la realización de mundiales de fútbol. Un deporte espectáculo que moldea la ciudad y que logró insertarse en el estilo de vida urbano.
Ciudades que se modernizan bajo el direccionamiento de la FIFA, en donde las autoridades citadinas deben hacer todo lo posible para ocultar sus problemas de inequidad, de pobreza y de violencia, lo que se logra ocultando a los menesterosos y mejorando la seguridad. Al final, la intervención de la FIFA logra poner en marcha procesos de modernización a partir de desarrollos en infraestructura, pero sin que ello se traduzca en una modernidad estatal, cultural, institucional, democrática tanto de la sociedad civil, como de la sociedad en general.
La FIFA, para poder entregar avales y apoyos para la realización de justas deportivas como mundiales y otros torneos internacionales, exige e impone modelos pasajeros de ciudad, verdaderas maquetas que sólo exhiben lo bueno, lo bonito, lo funcional, y corren a esconder lo disfuncional, lo feo, lo que no encaja. Toda una geografía del espectáculo para que el capital circule sin problemas, y para que el mercado alcance los mejores guarismos al hacer que se conjuguen la oferta y la demanda.
En un sistema capitalista en el que el capital debe circular de manera libre y sin controles, las actividades ilegales que no sólo lo generen, sino que garanticen ganancias extraordinarias, suelen ser bienvenidas en la medida en que no desborden y confronten el poder del sistema financiero internacional y la propia institucionalidad de cada uno de los Estados que actúan bajo las directrices y lógicas de dicho sistema.
El narcotráfico, como actividad y fenómeno transnacional, encaja perfectamente en la lógica del capital en la medida en que no sólo dinamiza su circulación, sino que asegura prácticas monopólicas en quienes desde diferentes ámbitos de poder lo atacan y lo controlan.
En Colombia, el narcotráfico penetró no sólo el Estado, las prácticas políticas, la economía, sistema financiero, ámbitos societales, sino las organizaciones del fútbol, entre las que se destacan los clubes deportivos. Como deporte espectáculo que es, representó un escenario propicio para que los carteles de la droga lavaran las cuantiosas ganancias que deja el negocio de los narcóticos.
Colombia se narcotizó y de ello da cuenta uno de los procesos políticos y jurídicos más controvertidos: el llamado Proceso 8.000. En el ámbito internacional, la asimétrica lista Clinton permitió reconocer la penetración del narcotráfico en el fútbol, y en especial, en varios equipos profesionales del país.
A pesar de ello, públicamente no se da aún un reconocimiento generalizado de la sociedad colombiana en aras de replantear los principios y las conductas éticas comprometidas en los procesos sociales que facilitaron la tarea a los narcotraficantes de penetrar diversos ámbitos societales.
Por ello llama la atención que las directivas del equipo profesional de fútbol, los Millonarios, contemplen la posibilidad de devolver por lo menos dos títulos, dos estrellas, por considerar que se obtuvieron bajo la influencia del entonces narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha.
De inmediato, en medios masivos y en las redes sociales la propuesta desató opiniones a favor y en contra, así como inmediatos señalamientos para que otros equipos, entre ellos Nacional (de Medellín) y América (de Cali), pensaran en adoptar la misma postura de los directivos del club de los Millonarios, en la perspectiva de ‘devolver’ o de retirar de sus escudos las estrellas manchadas por los dineros del narcotráfico.
La iniciativa no deja de llamar la atención no sólo por lo tardía, sino porque su viabilidad, en el aspecto formal-legal, no ofrece mecanismos claros de cómo hacer efectiva la iniciativa. Es, entonces, una postura ética que hay que aplaudir en la medida en que dispone el reconocimiento de una conducta permisiva y perversa que abarcó el grueso del Estado y de la sociedad y que facilitó la penetración no sólo de dineros del narcotráfico, sino la entronización de un ethos mafioso que aún subsiste en las prácticas colectivas e individuales del devenir social, económico y político de la Nación colombiana.
Pero el tardío examen ético hay que extenderlo a otros sectores societales para darle vida a un proceso amplio de reconocimiento y de valoración crítica de lo que significó para el país que dicho fenómeno se instalara como posibilidad y modelo de vida para amplias capas de la sociedad. Así, hay que esperar que líderes sociales y políticos, así como banqueros, médicos y otros profesionales, así como empresarios y ciudadanos del común, reconozcan públicamente hasta dónde actuaron en contubernio o se beneficiaron del narcotráfico y de los narcotraficantes.
Después de ese esperado reconocimiento, debemos reflexionar alrededor de cómo enfrentar ese ethos mafioso que subsiste como valor en las relaciones y transacciones sociales, políticas y económicas que a diario se dan.
Es claro que la sociedad colombiana necesita recomponer las formas en las que se han ordenado las relaciones Estado-Sociedad- Mercado y los marcos mentales alrededor de qué es el éxito, qué es lo correcto y qué lo incorrecto.
Discutir sobre el lugar de la ética en una sociedad con valores acomodaticios alrededor de lo correcto y lo incorrecto, puede servir para llevar a la Nación entera a unos estadios distintos en donde la vida, la política y los asuntos público-estatales se soporten en prácticas transparentes, democráticas y respetuosas.
2 comentarios:
Hola Uribito:
¡Muy bien! Estamos de acuerdo.
Luis F.
Se está planteando una extinción voluntaria de dominio sobre todos los bienes adquiridos mediante el narcotráfico ??? Incluídas las medallas y los títulos..Vaya rasgadura de vestiduras después que el dinero narco permeó todas las instancias de Colombia y ocasionó miles de muertos.Quién le devuelve la vida a los muertos ?Es hipocresía o cinismo ?
Rodrigo
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