Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
En el proceso de paz que recién comienza entre las Farc y el Gobierno de Juan Manuel Santos Calderón, hay que mirar un asunto que puede ser clave y definitivo para la negociación y para el escenario de posconflicto que pueda resultar: las características de los actores que hablarán de paz en la mesa de negociación, a través de unos voceros ya elegidos.
Y desde allí cabe preguntarse si las negociaciones se darán con un Gobierno con las particularidades que exhibe el de Juan Manuel Santos Calderón, o con el Estado colombiano en su conjunto, lo que conlleva, necesariamente, a consideraciones distintas; y del otro lado, cabe preguntarse si se está negociando con las Farc, en la perspectiva de una organización monolítica y vertical, en la que no hay fuertes y definitivas fisuras ideológicas y políticas, así como divergentes perspectivas de mando que impidan una negociación con una sólida organización política y militar. O por el contrario, se negociará con una cúpula, con unos líderes políticos farianos que no tienen mayor representatividad y legitimidad en los mandos medios y en las bases guerrilleras, lo que podría llevar a una negociación con un sector de las Farc, con la clara consecuencia de la dispersión de frentes y el nacimiento de unas nuevas Farc o el simple surgir de bandas criminales.
No se trata, entonces, de asuntos menores y de disquisiciones teórico-conceptuales. Por el contrario, estamos ante asuntos claves que no sólo deben tener en cuenta los negociadores, sino la propia sociedad colombiana en su conjunto, en aras de esperar y evaluar, con mesura, los resultados, positivos o negativos, que arrojará la negociación.
Incluso, el tipo de paz que se logre y los escenarios de posconflicto que devengan de allí, pasan por comprender y saber la dimensión de los actores que negociarán el fin del conflicto. ¿Debemos hablar, entonces, de diálogos de paz entre el Gobierno de Santos y una cúpula de las Farc con relativa representatividad y legitimidad en los mandos medios y bajos?; ¿o estamos ante unos diálogos de paz entre el Estado colombiano y unas Farc que tienen un férreo carácter monolítico, de unidad y de integración? No lo sabemos.
Las Farc: ¿qué son hoy?
Miremos primero a las Farc, tratando de entender qué es hoy esa organización armada ilegal, sometida, como nunca en su historia, a certeros golpes militares que dejaron la muerte de importantes jefes y líderes políticos y militares: ‘Alfonso Cano’, Raúl Reyes’, ‘el negro Acacio’ y el ‘Mono Jojoy’, entre otros; y por supuesto, la desaparición, por muerte natural, de ‘Manuel Marulanda Vélez, el legendario jefe guerrillero.
La cúpula de las Farc quiere negociar hoy con Santos -o con el Estado colombiano- porque reconoce que hay un quiebre militar y político en su organización, y que por ello, resulta estratégico sentarse a dialogar ahora, antes de que por diversas razones y factores la organización vaya perdiendo a sus mejores líderes, en términos de su formación política y capacidad para liderar una organización de casi 50 años; o por el contrario, asumen estos diálogos desde un convencimiento de que tienen una fortaleza institucional que por razones ideológicas sucesivos gobiernos no se atrevieron a reconocer. Eso habrá que precisarlo en su momento.
Ello conllevaría a reconocer que subsiste una debilidad por la muerte o desaparición de históricos liderazgos, que difícilmente puedan ser remplazados en calidad porque puede darse o haber ya un agotamiento de la fuente de donde brotaron líderes como Alfonso Cano y Raúl Reyes, entre otros: un escenario político excluyente, entornos universitarios propicios y contextos nacional e internacional, en el marco de la ‘guerra fría’.
¿Están las Farc hoy en la capacidad y sobre todo, tienen la tranquilidad para formar nuevos líderes, cuando por razones de estrategia militar han tenido que dispersarse para sobrevivir a las arremetidas de su enemigo?
Tanto ‘Timoleón Jiménez’, conocido como ‘Timochenko’, como otros históricos de las Farc, saben que formar líderes políticos y militares, y más en el contexto actual de la sociedad, conlleva años y que resultará cada vez más difícil llevar a feliz término un proceso de formación porque se requiere del concurso de varios elementos que pueden hoy escasear por razones contextuales:
1. Tranquilidad para hacerlo. Es decir, la existencia de unas instalaciones aptas y seguras para la formación. Antes contaron con campamentos seguros, como el de La Uribe, Meta. Hoy, la mejor capacidad de combate y la decisión política de su enemigo, les impide instalarse por largo tiempo en un solo lugar.
2. Recurso humano. Es posible que esté llegando gente joven a remplazar a líderes y jefes de Frente desaparecidos, pero ello no garantiza calidad y una mínima estructura mental que entregue éxitos en el proceso de formación.
3. El narcotráfico. El cobro del impuesto del gramaje o la directa participación en la producción y distribución de alcaloides le resta importancia a la formación intelectual y a la reproducción del ideario fariano en las nuevas generaciones.
4. Reclutamiento de menores. Reclutar menores de edad garantiza la presencia de guerreros, pero no necesariamente de allí es posible esperar el nacimiento de nuevos liderazgos, en especial por las debilidades culturales de los niños y jóvenes reclutados.
Es posible que estas circunstancias contextuales- y de otras que seguramente desconocemos- estén llevando hoy a las Farc a sentarse a negociar con un gobierno, como el de Santos, que tiene una disposición distinta frente al régimen político venezolano que de manera directa o indirecta les brinda apoyo político, ideológico y abrigo en sus fronteras. Si es así, puede haber razones para confiar en el logro de la paz, siempre y cuando la decisión de la cúpula de las Farc sea compartida y apoyada por los mandos medios y bajos sobre los cuales se sostiene la presencia y la operación militar de las Farc.
El Estado colombiano y el gobierno de Santos
Los voceros de las Farc conocen muy bien al Estado colombiano y son conscientes de que hablar con el gobierno de Santos Calderón asegura, de alguna manera, hablar con el Estado, no sólo por lo que el Presidente representa para los poderes tradicionales y para el Establecimiento, sino porque los voceros nombrados por el gobierno de alguna manera recogen el sentir y los intereses de grupos de poder económico y político que han jugado a la guerra, pero que parecen dispuestos, de momento, a hablar de paz.
Pero también hay que reconocer que el Estado colombiano, por su histórica labilidad, no responde a un orden político, social, cultural y económico consolidado, razón esta que no sólo facilitó el levantamiento armado, sino la permanencia en armas de las Farc.
Esa circunstancia juega a favor de las Farc en la medida en que ante un fracaso de los diálogos de paz, su presencia puede estar mas o menos garantizada por las condiciones en las que se da la guerra interna, como por el contexto regional que de alguna manera favorece su presencia, a pesar de los discursos que llaman la atención alrededor de la necesidad de dar lucha a través de la acción política, esto es, sin armas.
Cuando las negociaciones transcurran, los voceros de las Farc sabrán si están negociando con el Gobierno de Santos o con el Estado colombiano. Hacerlo con el Estado implicará, en su momento, el involucramiento de todas las fuerzas y factores de poder, lo que dará legitimidad a los acuerdos de paz. Y ello pasa por escuchar a militares activos, empresarios grandes, medianos y pequeños, a los estudiantes, a los sindicatos, a las universidades y a todos los actores organizados de una sociedad civil que no necesariamente refleja el sentir de todos los colombianos, víctimas directas o indirectas de la guerra interna.
La reelección es un factor político que confirmará si las negociaciones de paz se dan, se estarían dando o se dieron con un Gobierno que buscaba únicamente otros cuatro años o por el contrario, un agente estatal dispuesto a asegurar que lo negociado se respete por la administración que llegue en 2018. En ese escenario, tanto las Farc, como el conjunto de los colombianos, sabremos si lo negociado y la paz se lograron o no con un Gobierno, o con el Estado colombiano.
Con todo lo anterior, hay que aplaudir la voluntad de paz de las partes, pero hay que entender que estamos ante una realidad compleja en la que juegan intereses de toda índole, sino las condiciones de representatividad que tengan y puedan ofrecer tanto las Farc, como organización ilegal consolidada o debilitada, y el Estado colombiano, como un orden social, político, económico y cultural débil, precario y privatizado, pero que puede tomar decisiones de largo plazo que exige la generación de consensos políticos que superen los intereses particulares de un nuevo gobernante.
Imagen tomada de Semana.com
Imagen tomada de Semana.com
1 comentario:
Uribito:
¡Buen día!
Creo que le apuntaste, decididamente, al centro del asunto. ¡Buena esa!
El estamento, tanto legal como ilegal, están en el punto de partida para logar cosas o aspectos que, dentro de la lógica actual del conflicto no alcanzarían; por esto, si el diálogo se realiza con claridad y seguridad, todos ganaremos.
Luis F.
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