YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 14 de noviembre de 2012

FALLAMOS TODOS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Revisar a diario la prensa y ver los noticieros de televisión es una suerte de práctica social con la que vamos formando un férreo cascarón que nos impide salir a reaccionar ante tanto desastre, ante tanta desidia, ante tanta desazón.

La unidireccionalidad de los medios masivos y los tratamientos amañados que hacen de los hechos humanos y sociales, ayudan en buena medida a mantenernos alejados de crueles realidades, a pesar de la cercanía física en donde aquellos se suceden.

Colombia, como gran parte del mundo, es una suerte de escenario en donde a diario nos desencantamos de la vida. Un país en donde el valor de la vida oscila entre el costo de un celular, el de unas zapatillas de marca, o el que empresarios, mafiosos, militares, paras y guerrilleros estimen conveniente ponerle a sus próximas víctimas.

Razón le cabe a Fernando Vallejo cuando dice que Colombia es un matadero. Y lo es. Y no sólo de animales, sino de frágiles ecosistemas. La locomotora minera de Santos, por ejemplo, lo único que ha hecho es poner sobre rieles las perversas lógicas de un desarrollo extractivo y los desastres ambientales producidos por sus antecesores, en especial por aquel que estuvo en la Casa de Nari por eternos ocho años.

Profunda tristeza genera ver la incapacidad que históricamente hemos construido para hacer de este país, de esta sociedad y del orden político y social vigente,  ejemplos de vida digna.

Hemos fallado todos. Fallaron, también, las instituciones. Falló el Estado como referente de orden. Quizás jamás fungió como tal. Falló la familia como institución nuclear. Fallamos ante la imperiosa necesidad de entender la política,  como lo hizo Hannah Arendt, esto es, como posibilidad de estar juntos, de vivir juntos, en medio de la pluralidad.

Falló la Escuela pues ella sobrevive en medio de un mercado que logró desplazar asuntos fundamentales para la formación de seres humanos y ciudadanos capaces de transformar entornos, y hoy apenas si logra entregarle a la sociedad profesionales ávidos de un cuestionable referente de éxito, que los arroja fácilmente a los abismos de una ética acomodaticia que se impone socialmente.

La salida no es fácil. Y no lo es, porque hay un trasfondo cultural que cada día toma más fuerza, se legitima, se fortalece por las acciones y decisiones de dirigentes gremiales, políticos, militares y por los valores que emana un sistema económico y financiero o un orden criminal, como bien dice Eduardo Galeano.

Declarémonos sobrevivientes pues lo hecho y producido por el ser humano, hasta ahora, sólo nos permite escapar por momentos, de esa racional irracionalidad con la que hoy pensamos el mundo y con la que nos relacionamos con el medio ambiente, con los animales, con los ríos, con la fauna y nuestros congéneres.

Asquea la finitud del ser humano cuando esta se eleva como disculpa y razón para acometer toda suerte de actos deplorables contra todo lo que nos rodea. Somos una pesadilla. Hacernos conscientes de ello puede servirnos, ojalá no muy tarde, para modificar sustancialmente las maneras de estar en este planeta.

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