YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 29 de abril de 2013

SANTOS, UN LÍDER VACILANTE

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Santos, como Presidente, exhibe un perfil ambivalente, vacilante y un débil carácter, que puede, en el corto y mediano plazo, afectar el delicado y complejo proceso de paz que se adelanta en La Habana, e incluso,  terminar por aumentar las ventajas a una oposición que hoy encarna el uribismo y los áulicos que se esconden agazapados dentro la sociedad civil. Es más, dentro de su propio Gobierno hay personajes, como Vargas Lleras, que se han mostrado reacios a jugársela por el proceso de paz, esperando, muy seguramente su fracaso, para explotar esa circunstancia electoralmente.  

Juan Manuel Santos no es un líder acostumbrado a librar batallas ideológicas y políticas, pues su origen de clase le ha bastado para ocupar cargos públicos en diversos gobiernos, con orientaciones políticas e ideológicas distintas, sin que ello le haya importado. Con el carácter propio de manzanillos, el hoy Presidente de Colombia sabe jugar a la política a la manera tradicional: con el manejo milimétrico de puestos, pero sobre todo, con la acostumbrada diplomacia propia de su ‘linaje’, es decir, con una alta dosis de hipocresía, sobre la que suele transar y manejar los asuntos privados y públicos.

Con todo y lo anterior, Santos se siente acorralado por las arremetidas de su primo, Francisco Santos y las del ex presidente Uribe. Ambos, pero especialmente el segundo, conocen muy bien sus miedos y las características de un liderazgo apegado a la institucionalidad y a las formas tradicionales con las que las élites de poder (privilegiadas familias bogotanas) mantienen cooptado el Estado.

El Presidente de Colombia no sólo está enfrentado a una fuerte oposición política, ideológica y social frente al proceso de paz con las Farc, sino frente a las prácticas culturales que el anterior presidente logró entronizar en 8 años de ejercicio del poder, a través de la intimidación y del ejercicio de un liderazgo soportado en  relaciones de dominación y de sometimiento ideológico y político, que le permitieron erigirse, con la ayuda mediática, como un líder irremplazable.

Santos se muestra dubitativo frente a cómo desandar los tejidos de dominación, corrupción, lealtades propias de guettos mafiosos y miedos que se tejieron  dentro del Estado y en las relaciones con específicos grupos de poder de la sociedad civil a los que no les molestaron y no les molesta aún, las acciones que Uribe emprendió para desmontar la histórica y débil institucionalidad estatal. Al final, todos sabemos en Colombia que AUV sometió al Estado a sus caprichos, lo privatizó y lo convirtió en un problema personal y quizás, en un ‘negocio’ familiar más.

Al entregarle el total manejo del proceso de paz a Humberto de la Calle Lombana y por ende, al no asumir de manera decidida los diálogos con las Farc, Santos viene dejando dudas sobre su compromiso con la paz y con el posconflicto. Y sobre esas dudas, justamente, la oposición viene ganando terreno dentro de una opinión pública aún manipulable por encuestas y por el discurso noticioso de algunos medios masivos que vienen de manera decidida poniéndole palos en la rueda al proceso de paz, aupados por poderes económicos y políticos que extrañan el fuerte liderazgo de aquel que mandó en Colombia entre 2002 y 2010, así sea sobre la base del desmonte de la institucionalidad estatal, las amenazas y los arreglos subrepticios.

De cara al escenario electoral de 2014, Santos viene dejando crecer enemigos dentro del Estado. Por su falta de liderazgo y decisión, coadyuvó a la reelección del Procurador Ordóñez Maldonado, quien hoy no sólo funge como todo un histórico Regenerador, sino como un abierto y claro enemigo del proceso de paz y de las circunstancias en las que podría darse la participación política de los guerrilleros que se desmovilicen.

Santos actúa políticamente no sobre la base de un proyecto de Nación que permita llevar a Colombia, por ejemplo, a un estadio de posconflicto, sino sobre la necesidad mantener o ampliar privilegios a la clase política que lo ampara y lo apoya.

Quienes venimos insistiendo en que necesitamos superar la polarización política propuesta entre guerreristas y amigos de la paz, y entre uribistas y santistas, ya es hora de que la izquierda democrática exhiba la carta electoral que encarna Clara López. Bienvenidas todas las opciones de poder distintas a las que se esconden detrás de la figura polémica y montaraz de Álvaro Uribe Vélez, y que se concentran en la nueva empresa electoral, Centro Democrático y las que por supuesto encarnará el presidente-candidato, Juan Manuel Santos Calderón.

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