YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 20 de enero de 2014

La Universidad y el papel de los intelectuales en el caso Petro

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


El caso Petro no sólo deja disímiles interpretaciones jurídicas y políticas, expresadas por abogados, politólogos y expertos constitucionalistas, sino la discusión pendiente  alrededor del modelo de Estado que está detrás del fallo del Procurador y del modelo que intentó promover el destituido alcalde Mayor de Bogotá, a través de lo que él llamó la Bogotá Humana.

Lo grave de lo acontecido en la capital del país está en la polarización política e ideológica, aupada por una prensa privada que defiende el modelo de Estado que Ordóñez protege, a juzgar por el sentido de su fallo, en lo que concierne a la defensa de un modelo privatizado de recolección de basuras, del que el Estado local, el distrito en este caso, no podría, no debería participar.

Se suma a la polarización política e ideológica, el débil papel que la Academia ha mostrado en esta crisis. Aparte del pronunciamiento de varios reconocidos constitucionalistas, la academia, como lugar de discusión de lo público, brilla por su ausencia. Las Facultades de Derecho y las universidades en su conjunto, han sido incapaces de arrebatarle a la prensa la discusión de un asunto jurídico-político de grandes dimensiones.

Al silencio poco responsable de la Universidad colombiana, se suma el de los magistrados de las altas Cortes, quienes no sólo están allí para fallar en derecho, sino para guiar la discusión y darle el nivel intelectual y filosófico que se merece un caso como el que se vive en la capital del país.

Ante una sociedad polarizada y poco ilustrada como la bogotana, cercano reflejo de lo que pasa en otras regiones del país, y dada la crisis política y jurídica que se vive en Bogotá por el fallo contra el alcalde Gustavo Petro, proferido por una autoridad administrativa, mucho aportaría que aparecieran en escena intelectuales, juristas y constitucionalistas no sólo para darle altura al debate, sino para superar la crisis institucional que devino con el fallo del Procurador Ordóñez.

Esa misma intelectualidad es la que debe aparecer para arrebatarle la discusión de estos asuntos, a los medios privados, que al jugar como interesados actores políticos, están cada vez más empeñados en servir a sus dueños, con la clara intención de apoyar la idea del Estado mínimo que defienden tanto el Procurador Ordóñez, como los empresarios del aseo, entre otros. Esa misma intelectualidad debe aparecer para construir análisis más neutrales de los problemas que vive la capital, dejando de lado los ‘análisis’ que promueven los medios masivos privados.

Hay que sacar la discusión de las salas de redacción y de emisión de los medios masivos privados. Y más aún cuando en el cuerpo de reporteros no sobresalen intelectuales, sino periodistas convertidos en figuritas, en vedette y en estafetas de un poder político y económico que no desea ceder un ápice en su objetivo de hacerse cada vez más con el Estado y con lo público. Con lo acontecido en las últimas semanas en Bogotá, queda claro que las tribunas mediáticas no son el escenario propicio para discutir asuntos públicos. El escenario mediático está contaminado.

La vida jurídica, política y periodística de un país como Colombia, requiere con urgencia de la presencia y de la intervención de intelectuales que sepan reconocer las múltiples relaciones que subsisten detrás de lo que viene aconteciendo en la capital y en el país. Es una lástima ver cómo una crisis como la que vive Bogotá, esté en manos de un periodismo irresponsable, de unas altas Cortes incapaces de convocar a la academia y de sugerir salidas institucionales; y de una Academia, amedrentada e insegura, que sigue de espaldas a las realidades de un país cuya institucionalidad da tumbos, porque no existen consensos alrededor del sentido de lo público. Por el contrario, lo que se impone, por el uso del poder económico y político, y si es necesario, por el uso de la fuerza, es el sentido de lo privado. 

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