Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
La campaña política por la
Presidencia de la República se adelanta en medio de crecientes incertidumbres alrededor
de las conversaciones de paz en La Habana, que por estos días avanzan con
lentitud, pero también en torno a hechos sociales y políticos de distinto orden,
que hacen parte de la agenda pública y mediática.
Entre ellos, la salida de Petro
de la alcaldía de Bogotá y el rol que jugará en la elección presidencial, el
conato de paro agrario que tuvo su primer aviso ayer lunes 17 de marzo con la
marcha por las calles de la capital del país; de igual manera, aportan a ese
enrarecido ambiente electoral, las dudas que subsisten en un sector gremial
frente a lo que se está negociando en Cuba en materia agraria y de propiedad de
la tierra; y no se puede negar que los hechos de violencia y barbarie en
Buenaventura aportan a la generación de ese entorno grisáceo que cobija la actual
campaña presidencial. Sin duda, habría que sumar otros hechos, pero digamos que
estos son suficientes para señalar que esta campaña por la presidencia avanza
en medio de dudas y tensiones que van y vienen de La Habana, pasando por los
problemas que parecen no tener solución dentro del territorio nacional.
Esta campaña presidencial deviene
confusa porque el triunfo del presidente-candidato no se ve claro en primera
vuelta, en buena medida porque el Gobierno de Santos exhibe claras
contradicciones entre sus políticas agrarias y ambiental, a juzgar por los
desastres ambientales y sociales generados por la locomotora minera que camina sin control y
por el malestar social que evidencian indígenas, afros y campesinos, en
relación con la equivocada política agraria impulsada por el actual Gobierno.
Hay que sumarle a ese ambiente enrarecido de la actual campaña presidencial, la
llegada de la ultraderecha al Congreso, representada en el Centro Democrático,
fuerza política que hará todo lo que esté a su alcance para evitar la refrendación
de los acuerdos que firmen los negociadores de las Farc y del Gobierno,
instalados en La Habana.
El camino de la paz
A pesar de lo anterior, ponerle
fin al conflicto armado interno, conseguir la paz y consolidarla en escenarios
de posconflicto sigue siendo una prioridad para el grueso de la población. Pero
alcanzar la paz deviene en preocupación para sectores políticos y económicos
responsables, por acción u omisión, de que este conflicto armado esté soportado
históricamente en una lucha por la tenencia y explotación de la tierra.
La molestia que expresó días
atrás el presidente de la Sociedad de Agricultores de Colombia, SAC, Rafael
Mejía, debe tomarse en serio. De igual
manera, hay que tomar en cuenta la reciente movilización de la Cumbre Agraria,
cuyos miembros reclaman al Gobierno el cumplimiento de los pactos firmados en
2013, con los que se puso fin al Paro Nacional Agrario.
Estos dos hechos políticos,
sumados a las dudas que genera la reelección
de Santos, aportan en buena medida para que los negociadores de las Farc
hayan decidido bajar el ritmo de las
conversaciones. Las Farc van a esperar atentos el desenlace de estos hechos, en
especial, lo que toca a la continuidad o no del Presidente que hoy los tiene en
Cuba negociando. Con todo y los problemas que exhibe Santos para manejar
complejos asuntos públicos, las Farc y el país no verían con buenos ojos un
cambio de Gobierno, bien que le dé continuidad al proceso de paz, o que lo dé
por terminado.
Lo cierto es que el presidente
Santos da bandazos en el manejo interno de la cuestión agraria y en general, de
muchos asuntos de Estado. Por un lado, es incapaz de convocar públicamente a
los agroindustriales para comprometerlos con la superación del conflicto
agrario. La apropiación de baldíos es una práctica que requiere de toda la
atención y de la firmeza del Gobierno, que se muestra permisivo o complaciente
con los casos ya conocidos de usurpación
por parte de ingenios azucareros. De otro lado, Santos insiste en mantener sin
control social, ambiental y político su propia locomotora minera con la que
arrasa ríos, zonas de parques nacionales y páramos, entre otros frágiles
ecosistemas. Y se suma a estas circunstancias, el desinterés por reorientar los
tratados de libre comercio que vienen afectando la seguridad alimentaria del
país y la vida de cientos de miles de campesinos, indígenas y
afrocolombianos.
Es decir, en lugar de generar las
condiciones internas que permitan la superación de las circunstancias objetivas
que generaron las luchas agrarias que tuvieron expresión armada con el
surgimiento de las guerrillas en los 60, el Gobierno de Santos insiste en una
política agraria que no asegura condiciones de vida digna para los campesinos,
afrocolombianos e indígenas; y continúa con un modelo de desarrollo extractivo
que con el tiempo irá consolidando nuevos tipos de conflictos, esta vez socio
ambientales.
Con todo, ponerle fin al
conflicto armado debe ser prioridad para
el Gobierno y para las Farc. Pero
debemos saber que el camino de la refrendación de los acuerdos no será fácil.
Hay actores políticos y económicos que internamente se opondrán a los cambios
sugeridos en el Informe Conjunto, en materia de desarrollo agrario integral. Es
posible, incluso, que el país avance en el silenciamiento de los fusiles, y que
no logre siquiera poner en marcha escenarios de posconflicto.
La SAC, ingenios azucareros,
ganaderos, latifundistas, banqueros y palmicultores, entre otros, no se ven
dispuestos a firmarle a Santos el cheque en blanco de la paz y el posconflicto.
Que Santos sea un conciliador no significa que la tendrá fácil para convencer a
estos actores, de que es necesario que depongan sus intereses para pacificar el
país como debe ser: transformando las precarias condiciones de campesinos,
afros e indígenas, redireccionar la
política minera y consolidar el Estado como un orden viable y justo para todos.
1 comentario:
Uribito:
Te veo muy lúcido.
Luis F.
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