YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 14 de julio de 2014


El  proyecto nación en Colombia

ENTRE EL DEBER SER Y LOS INTERESES DE CLASE 


Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo y  et al.[1]


Hacer claridad en torno a la influencia de la cultura política colombiana en la construcción histórica de nación a finales del siglo  XX,  implica reconocer el advenimiento de movimientos modernizadores y modernizantes, que para el caso de Colombia y Latinoamérica,  fueron impulsados por oligarquías progresistas, alfabetizadas y  europeizadas que, preocupadas por  perpetuarse en el poder y en la definición de políticas públicas encaminadas a “desarrollar” (se impuso el desarrollismo) a Colombia y los países latinoamericanos, minimizaron la noción y el ejercicio de la política,  al configurar, para el caso nuestro,  dos partidos políticos[2], que no solo han excluido a otras opciones y privatizado para ellos el Estado, sino que han vejado los principios de una cultura política incipiente, dado que se ha construido en la ignorancia, en la falta de autonomía[3] y en las necesidades básicas insatisfechas.

“Como la modernización y democratización abarcan a una pequeña minoría, es imposible formar mercados simbólicos donde puedan crecer campos culturales autónomos. Si ser culto en el sentido moderno es, ante todo, ser letrado, en nuestro continente eso era imposible para más de la mitad de la población en 1920. Esa restricción se acentuaba en las instancias superiores del sistema educativo, las que verdaderamente dan acceso a lo culto moderno. En los años treinta no llegaban al 10 por ciento los matriculados en la enseñanza secundaria que eran admitidos en la universidad[4].

Así las cosas, hemos asistido a la configuración de una cultura política apegada a  valores y  prácticas políticas nocivas para las concepciones que sobre democracia y el ejercicio de la política se han ventilado y propuesto desde espacios académicos y realidades escenificadas en entornos distintos al nuestro.  Es decir,  la cultura política colombiana es la resultante de un Estado privatizado y premoderno, en el sentido en  que no ha podido erigirse como el único actor  capaz de garantizar el ejercicio legítimo de la violencia (Weber). Pero no sólo este elemento es el responsable; hemos señalado en este ensayo  a las élites colombianas que,  al  avergonzarse de su pasado  y preferido, como diría el escritor William Ospina, mirarse en el espejo de los franceses [5], han aportado para que hoy  tengamos en Colombia una pobre  cultura política.

Es posible entonces que para  hablar de la existencia de una cultura política colombiana, sea necesario advertir que en términos ideales,  ésta adolece de unos principios básicos que le darían un mejor papel en la estructuración, por ejemplo, de una opinión pública deliberante. Si la cultura es un constructo humano, los ciudadanos colombianos y su posibilidad de generar una cultura  política que aporte a la edificación de una Nación, deben tener en su haber: Autonomía (capacidad para decidir que se garantiza, en parte,  cuando las necesidades básicas están satisfechas, hecho que para nuestro contexto no se cumple, dejando el camino a prácticas  clientelistas); escenarios plurales de construcción de opinión pública.  Para el caso nuestro, hemos dejado claro que solo un puñado de colombianos han tenido acceso a una educación calificada. Así hoy hayan grados de democratización, el acceso sigue siendo limitado. Además, los medios masivos de comunicación están concentrados en élites políticas y económicas, hecho que hace que  las posibilidades de fundar medios alternativos,  sean cada vez menores; 

Capacidad para comprender discursos.  Este elemento es vital para la discusión de políticas públicas y para la comprensión de propuestas de gobierno (en campaña), planes de desarrollo y  proyectos de  desarrollo en infraestructura, entre otros. Está claro que muy pocos grupos sociales están en capacidad para entender estos discursos; Tolerancia ante la diferencia.  Este factor ha sido clave para que en el país se pueda hablar de una reducida cultura política, dado que la muerte de activistas de derechos humanos, de opciones políticas encarnadas en líderes como Jorge Eliécer Gaitán Ayala, Luis Carlos Galán Sarmiento y Carlos Pizarro Leongómez, entre otros, han limitado la oportunidad para conocer maneras distintas de concebir el cosmos y el ejercicio de la política.

Intentar describir  la influencia de la  Cultura Política en la construcción de la Nación, parece llevarnos obligatoriamente, a pensar en que ha existido una única cultura política, desconociendo de paso, distintas y disímiles maneras no solo de concebir la política, sino la cultura. Es preciso entonces decir que desde los tradicionales grupos que han ostentado el poder político, económico, social y cultural, se puede advertir que su influencia ha sido determinante, como cultura dominante, en la construcción de una nación excluyente, fragmentada y atomizada.  Y si miramos la influencia de otras culturas (grupos culturales),  hay que señalar que éstas han sido víctimas de la exclusión y de la dominación de unas minorías.

Por  ello se hace necesario repensar  no sólo el ejercicio de la ciudadanía, sino la concepción del Estado – nación, de la soberanía y de la política, en un escenario como el que nos plantea la Globalización. Así las cosas,  les cabe razón a quienes plantean la necesidad de desarrollar un nuevo ethos cultural, orientado a la superación de la raíz de los problemas esenciales de la sociedad colombiana y la potenciación máxima de las capacidades intelectuales y organizativas; Valoración del reconocimiento moral del individuo y el deber  de la civilidad – la responsabilidad del individuo consigo mismo y con los otros en pie de igualdad – como requisito para la formación  de una ciudadanía deliberante, autorreflexiva y protagonista del desarrollo  de la sociedad”[6].

Hablar del proceso de conformación de un proyecto de Nación en Colombia implica reconocer, en el cruce de variables,  realidades territoriales, económicas, sociales, políticas y culturales que dieron lugar a un país que como Colombia, se mueve hoy entre la premodernidad, la modernidad y la posmodernidad[7].

Hay que advertir que el elemento territorial – cultural  funge como pivote que sostiene el cruce de las variables atrás sugeridas. Y con ello queremos decir que pensar en la unidad nacional y  en  la posibilidad de estructurar un proyecto de Nación, de Estado – nación, como factor clave de la Modernidad, tuvo y tiene para Colombia especiales repercusiones dadas las dificultades generadas a finales del siglo XIX y principios del XX, a raíz de la división política administrativa (el paso de Estados soberanos a departamentos) que no tuvo en cuenta los disímiles  imaginarios y  prácticas culturales de los  nacionales de la época.

Y es que el proceso de fundar un Estado – nación legítimo, cohesionado e  incluyente, ha estado mediado por los intereses mezquinos de unas élites que jamás reconocieron las condiciones propias de un mestizaje y el sentido de unas culturas nacionales, que estaban por fuera del escenario del poder político. “Estos procesos conocieron una etapa de auge durante la República Cristiana de Laureano Gómez, en la cual se asiste de nuevo a un intento desesperado por fundar una nacionalidad oficial a partir de la hierocracia y el autoritarismo de Estado. Durante estos años, se estimuló el desorden territorial, pues las normas jurídicas que vinieron a sustentar el régimen y el sistema político terminaron por desconocer las formaciones económico – sociales de las regionalidades construidas a lo largo de los siglos anteriores[8].

Quizás entonces el llamado de Fals Borda de reconocer en  ocho regiones[9], con sus propias particularidades socioculturales, económicas y espirituales,  el sentido de la Nación en términos reales e imaginados a partir de las realidades territoriales, sea clave para pensar en una cultura política distinta.  Este  un hecho que tiene relevancia dada la manera  equivocada como se ha concebido el  proyecto de Nación,  porque en él  se generan valores culturales que apoyan las concepciones que  de ciudadanía, de  política y de la democracia los colombianos han tenido y hoy tienen.

Es pertinente  para la discusión  reconocer que el  proyecto de Estado - nación se configuró bajo la minimización u ocultamiento de realidades construidas en esferas locales y regionales, que se mantuvieron relegadas, quizás adormecidas, bajo la concepción excluyente de lo que implicó pensar en un territorio, en una lengua y en una identidad; por eso hoy,  la Globalización, como proyecto igualmente hegemónico al de Estado – nación, además de recoger y exacerbar los conflictos no solucionados por aquella figura política, social, económica y cultural de convivencia humana,  muestra con claridad  la crisis del welfare state.



[1] Trabajo presentado en un curso de la Maestría en Estudios Políticos, cursada en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, ente 2002- 2004.

[2] Consideramos que no es posible hablar en Colombia de Partidos Políticos dado que no cumplen con las siguientes características: Que posean una estructura DURADERA, cuya esperanza de vida sea superior a la de sus dirigentes. Que posean una organización estable en los ámbitos local y nacional, dotada de comunicaciones regulares y diversificadas en todos los niveles. Que posean, por parte de sus dirigentes, de la voluntad deliberada para acceder al ejercicio del poder político, solos o en coalición con otros partidos o asociaciones. Que el propósito de la ORGANIZACIÓN sea el de buscar el apoyo popular. Que se sustenten en unos mínimos PROPÓSITOS, doctrinas o ideologías sobre el ser y el quehacer de la sociedad, y, Que pretendan Desarrollar un programa político coherente con sus principios y valores. Nota de los autores.

[3] Para Daniel Pécaut, el Frente Nacional fue dañino para los ciudadanos porque les hizo perder autonomía, entendida como la  capacidad de actuar, decidir, elegir y participar en procesos políticos, más allá de los rituales electorales.

[4] GARCÍA CANCLINI, Néstor. Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Grijalbo. México, 1990. Páginas 66 – 67.

[5] Sostiene Ospina que la clase alta quiere ser francesa; que la clase media, quiere ser americana; y que la clase baja, quiere ser mexicana. (véase En dónde está la Franja Amarilla).

[6] Repensar a Colombia, hacia un nuevo contrato social. Talleres del Milenio. Coordinación general por Luis Jorge Garay. Agencia Colombiana de Cooperación Internacional. PNUD. Bogotá,  mayo de 2002. Página 44.

[7] Talleres del Milenio. PNUD. Borrador 2001. “… puede decirse que Colombia es un país que vive en cinco siglos simultáneamente: se encuentra enfrentado a los dilemas y exigencias propias del nuevo siglo – a la globalización, a la inserción en una economía mundial, a los avances vertiginosos de la comunicación, a realidades virtuales – al mismo tiempo que requiere avanzar, sin embargo, en la construcción del Estado como proceso propio de los siglos XVI y XVII europeos. No existe en Colombia consolidada la paz como condición empírica para la existencia del Estado”.[7]

[8] BORJA, Miguel. La región y la nación en la sociedad global. Entre comunidades reales y comunidades imaginadas. Fotocopia no paginada.

[9] En el libro Región e Historia (TM Editores – IEPRI (UN), Fals Borda  entrega elementos para el ordenamiento territorial en Colombia, planteando, entre otras, la necesidad de sancionar una ley orgánica de ordenamiento territorial, que dé respuesta a las realidades – y a no a las ficciones – socioculturales de las distintas regiones que él reconoce  para Colombia.  

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