viernes, 10 de abril de 2015

EL LUGAR SOCIAL, MEDIÁTICO Y POLÍTICO DE LA JUSTICIA TRANSICIONAL

Quizás el punto más álgido y polémico del proceso de paz de La Habana, sea el del modelo de Justicia Transicional[1] que el país deberá diseñar e implementar hacia el futuro, en aras de asegurar Verdad, Justicia, Reparación y Reformas Institucionales, que aseguren la no repetición de los eventos y circunstancias que facilitaron y legitimaron el levantamiento armado y las condiciones de anormalidad, anomia social y múltiples violencias, asociadas al conflicto armado interno.

Con todo y los acuerdos preliminares sobre varios de los puntos de la Agenda pactada, el país aún no asume la discusión pública de lo que implicará para el Estado y la nación, el diseño y la aplicación de una Justicia Transicional[2] que asegure Verdad, Justicia, Reparación a víctimas y Reformas Institucionales.

Debido a los cuestionamientos y reparos del Procurador Ordóñez y del Centro Democrático, en torno a varios de los elementos constitutivos de la Justicia Transicional que se discuten en La Habana, y a los ligeros tratamientos periodísticos de los medios de comunicación, la opinión pública parece reducir la Justicia Transicional, al juzgamiento y condena de los líderes de las Farc, por la comisión de delitos de lesa humanidad y/o delitos de guerra. Es decir, que haya cárcel efectiva y privación de la libertad de los máximos jefes de dicha organización armada.

De esta manera, cientos de miles de colombianos creen que la Justicia Transicional solo está para establecer niveles de verdad, justicia y reparación, en torno a las acciones de un solo actor armado, que para el caso que nos ocupa, son las Farc. Nada más inconveniente que reducir dicho de tipo de justicia, al cumplimiento de esas condiciones, en relación con uno solo de los actores armados que participaron y participan aún de las hostilidades.

Sin duda, habrá que investigar, juzgar y sancionar a los responsables de las violaciones de los derechos humanos, en el contexto de un degradado conflicto armado interno, del que participaron tres actores armados: la Fuerza Pública, en representación del Estado, las guerrillas y los paramilitares. Estos actores armados son responsables de manera directa de las violaciones al DIH y a los DDHH. Pero hay otros actores no armados, que también deben responder por haber apoyado económica, social y políticamente a los grupos paramilitares y guerrilleros y por haber instigado, azuzado y aupado, a miembros de la Fuerza Pública, para que violaran de manera directa y sistemática los derechos humanos y desconocieran las normas del DIH.

Poco se habla de las reformas institucionales que el país deberá emprender para asegurar,  en la transición de un estadio de guerra, a uno de paz, restablecer la confianza de los ciudadanos en las instituciones de justicia, en las Fuerzas Armadas, en las élites, los partidos políticos, y en general, en el Estado.

Pensar la Justicia Transicional, exclusivamente, como un sistema especial y excepcional de juzgamiento penal de uno o de varios de los miembros de las organizaciones combatientes, no solo es un error de apreciación conceptual, sino un salto al vacío en el esfuerzo de ponerle fin al conflicto armado a través de la negociación política y, por ese camino, alcanzar una paz estable y duradera.

Es claro que el colombiano promedio no confía en el Estado y en sus instituciones, debido, precisamente, a que dicho orden social y político deviene privatizado, débil y capturado por disímiles tipos de mafias, que operan la institucionalidad para asegurar beneficios a unos reducidos grupos de poder y de interés.

Poco o nada están haciendo el Congreso de la República y el Gobierno de Santos para el logro de las reformas institucionales que el país necesita. Dirán algunos que la discusión de la reforma política al equilibrio de poderes, apunta hacia el cumplimiento de ese elemento constitutivo de la Justicia Transicional. Pero es claro que no es suficiente.

De igual manera, no se escucha a los banqueros, ganaderos, élites[3],  empresarios y en general, a los grandes ricos, en asocio con los partidos políticos, reconocer que el país requiere de nuevas instituciones, no solo para cumplir con las exigencias de un tipo de justicia excepcional y temporal, sino para asegurar, en el mediano y largo plazo, escenarios de paz y convivencia.

Colombia debe transformarse culturalmente. Y ello implica proscribir el ethos mafioso que se ha inoculado en la política, en las relaciones sociales y que claramente es promovido por los medios de comunicación[4] y los canales privados de televisión, a través de la producción noticiosa y seriados como Los Tres Caínes, Sin Tetas no hay paraíso, Las muñecas de la mafia, Tiro de Gracia, Rosario Tijeras, El Capo y El Cartel de los Sapos, entre otras; producciones estas, que insisten en posicionar imaginarios y representaciones sociales asociadas a la idea de Machos, de “Héroes”, en el contexto de una cultura machista, conservadora y goda como la colombiana.

Finalmente, la Justicia Transicional debe pensarse en clave de civilidad y de consolidación de los fallidos procesos civilizatorios[5] que Colombia exhibe de tiempo atrás.

Respetar las normas, la ley, ampliar la democracia, devolverle al Estado y a la función pública, el sentido de lo colectivo que el clientelismo les arrebató; lograr, por fin, una reforma agraria integral y la socialización de la riqueza que se produce dentro del país, son algunas de las circunstancias que bien deben acompañar a las reformas institucionales de una esperada y hasta ahora mal comprendida, Justicia Transicional[6].

Lo que viene sucediendo con la extranjerización de la tierra en Colombia, la eterna debilidad de la justicia y la histórica y creciente corrupción estatal y privada, que recientemente tocó las huestes de la Corte Constitucional, coadyuvan en gran medida a dudar de la capacidad, compromiso e interés de los colombianos para construir unas nuevas instituciones estatales y reconsiderar imaginarios y representaciones sociales en torno al sentido de lo público, de la política.

Las anteriores circunstancias contextuales se convierten en verdaderos obstáculos, que claramente impedirán que los objetivos de la Justicia Transicional se alcancen, en especial aquellos que tienen que ver con el restablecimiento y/o establecimiento de condiciones de convivencia pacífica, el reconocimiento de los derechos de las víctimas del conflicto armado interno y la promoción de la confianza de los ciudadanos en la función pública y en la privada, así como en la comprensión y exigencia de valores y principios democráticos.

Por ahora, es claro que la Justicia Transicional tiene un relativo y/o empobrecido lugar en la sociedad, en la política nacional y en los medios de comunicación. Amanecerá y veremos.


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Imagen tomada de colombiaopina.wordpress.com



[2] Agradezco al profesor Oscar Duque Sandoval, quien en el marco de la Cátedra de la Paz de la Universidad Autónoma de Occidente, la conferencia que recientemente dictó sobre Justicia Transicional. Eso sí, los errores en los que incurra o los vacíos conceptúales en los que haya incurrido en esta columna, solo comprometen al autor de la misma.

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