YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 18 de marzo de 2013

LA ESCUELA, EL PERIODISMO Y LA TELEVISIÓN EN LA CONSTRUCCIÓN DE ESCENARIOS DE POSCONFLICTO

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


Difícil imaginar escenarios de posconflicto en un país como Colombia, con un Estado débil, precario y cooptado por prácticas mafiosas y un clientelismo que cada vez más se erige como una institución social y política. Un Estado que jamás ha sido un referente de orden social y una guía efectiva para activar y mantener en el tiempo procesos civilizatorios, no puede ser garante y auspiciador de circunstancias, valores y de una nueva ideología que necesariamente deberá dar vida a condiciones propias del posconflicto. Esto es, escenarios de reconciliación, de reconstrucción ética y moral, de modificación profunda de actitudes y aptitudes para convivir en medio de las diferencias. Incluso, de refundación del Estado, pero no en los términos en los que los plantearon los aupadores del paramilitarismo.

Ese es, quizás, uno de los obstáculos más fuertes a los que  nos debemos enfrentar en el momento en que se logre que las Farc hagan dejación de armadas y se firme la paz con esta agrupación armada ilegal (de seguro, no todos los frentes armados aceptarán reintegrarse). Pero hay otros.

Industria del entretenimiento y unidades de negocio que hacen periodismo

Los noticieros de  la televisión privada no son ejemplos de pluralidad, por el contrario, son expresiones de un claro unanimismo que desfigura la democracia y promueve la polarización y la intolerancia. Así, los tratamientos periodísticos cada vez más se definen desde unidades de negocio en donde hacen periodismo para satisfacer indicadores del rating y no para que las audiencias queden completamente informadas. Tal nivel de tergiversación del oficio periodístico es posible gracias a un imperativo: hay que entretener a las audiencias. Y hay que hacerlo con los hechos noticiosos y por supuesto, con la producción de películas, series y novelas, géneros pensados justamente para que las audiencias consuman sin mayor reflexión sobre contenidos.

En cuanto a la producción televisiva de series y novelas, hay que decir que dicha industria opera en condiciones hegemónicas e ideológicamente comprometidas con una única forma de entender y asumir el orden político, social y económico establecido de tiempo atrás en Colombia y el mundo. De allí que la producción televisiva e informativa de canales privados como RCN y Caracol resulte comprometida, en forma negativa, para ambientar escenarios de posconflicto en Colombia. Baste con mirar series como Tres Caínes, Escobar, el Patrón del Mal y Sin Tetas no hay paraíso, entre otros más,  para descifrar un discurso que claramente hace apología a los victimarios, lo que los eleva a la condición de héroes social y culturalmente aceptados.

Por la debilidad del Estado y por la evidente incapacidad de otros agentes de la sociedad de civil de medir el impacto y el poder de penetración de la industria televisiva privada, el Posconflicto en Colombia no será posible que alcance un lugar de importancia en quienes de tiempo atrás vienen haciendo apología al delito e insisten en la entronización masiva de imaginarios y representaciones sociales negativos en torno a voces críticas de un sistema político y económico ‘perfecto’ y único posible, que hoy les facilita a los canales privados, la tarea de uniformar a unas audiencias empobrecidas en su capacidad de análisis y de comprensión de los discursos de los productos comunicativos (novelas, series y noticieros), así como de los hechos de la  realidad diaria reseñados a través de noticias.


La educación en crisis

La Escuela está en crisis. Como institución socializadora, la Escuela compite con la tecnología, en un complejo contexto en el que a diario lo que se impone es una idea de éxito que no pasa por la necesidad de estudiar y de formarse como ciudadano. Leer y estudiar dejaron de ser actividades gratificantes para una juventud confundida ideológicamente, que deambula sin referentes éticos y políticos, pero sobre todo, sin claridades en torno a qué hacer con la vida en sociedad.

La crisis del modelo educativo y de la educación pública y privada es evidente porque cada vez la Escuela está atormentada por las exigencias y las condiciones que el mercado le hace e impone a diario, con las que se logra que el saber-hacer se imponga sobre el saber-pensar.

Un saber-hacer que se erige como una suerte de ideología subsidiaria del mercado y que sirve a los propósitos políticos y culturales de procesos hegemonizantes, activados por una globalización que necesita transformar las viejas luchas ideológicas, en simples recuerdos de una determinada generación de ciudadanos, políticamente comprometidos. Hoy, lo que cuenta es formar ciudadanos acríticos, clientelizados, pero sobre todo, alejados de la historia, en especial de los hechos políticos relacionados con un largo conflicto armado interno como el colombiano.

A pesar de interminables discusiones sobre proyectos educativos interesados en cambiar sustancialmente los problemas generados por una educación alejada del pensamiento crítico, colegios y universidades siguen entregando a la sociedad colombiana y al mercado estudiantes incapaces de comprender, explicar y narrar años y años de violencia. Estudiantes que hacen parte de unas audiencias cautivas, presa fácil de unos desarrollos tecnológicos (celulares, por ejemplo), terminan siendo alienados instrumentos ideológicos de diversas expresiones de poder, legal e ilegal, que se la juegan por mantener las históricas condiciones y las razones objetivas que hicieron posible el levantamiento armado en los años 60. Esto es, desigualdad, pobreza y su correlato, la concentración de la riqueza, así como prácticas de exclusión social, política, cultural y económica.

Otro elemento que se suma a este oscuro panorama que se advierte para la construcción de escenarios de posconflicto,  tiene que ver con la cultura machista que históricamente acompaña a la violencia política, al mismo conflicto armado interno y que ha servido también para reproducir tipos de violencia dentro del ámbito familiar, como dentro de de los mismos procesos educativos de colegios y universidades. Cultura machista que bien sabe usar el discurso publicitario, alfil ideológico del mercado y de una sociedad que sigue determinando cuáles son los roles que deben ocupar hombres y mujeres. Basta con mirar anuncios publicitarios de productos de cocina y de belleza para reconocer la intención manifiesta de replicar roles que han servido para someter a la mujer y para cosificarla: madre, ama de casa, amante y símbolo sexual.

En ese camino, el Posconflicto demanda, desde ya, acciones educativas y culturales distintas, en aras de modificar, sustancialmente, las cosmovisiones de millones de colombianos que aún mantienen prácticas culturales premodernas. Para ello, necesitamos que por fin haya consensos políticos y sociales alrededor de qué es y qué caracteriza a un Estado Social de Derecho. Es urgente que compartamos una sola idea de Estado y que la exijamos a quienes tradicionalmente vienen construyendo un Estado justo a la medida de unos reducidos intereses de clase o de proyectos políticos que dependen de individuos.

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