Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
La conversión de las Farc en
partido político será, sin duda alguna, la prueba más dura que deberán pasar
los colombianos, el Establecimiento, las propias Farc y el Proceso de Paz, en
la perspectiva de la refrendación, la implementación y la consolidación de los
acuerdos de La Habana, con los que se pondrá fin al conflicto armado interno.
Y el asunto va más allá de qué
grupos sociales, movimientos y partidos políticos vayan a “recoger” o a
conectarse con las ideas y las banderas de esa organización armada, hoy en
camino de reintegrarse a la vida social y política del país. Se trata de un
elemento que atraviesa la estructura social y política del país: la intolerancia. La misma que hizo
posible que líderes Liberales y Conservadores usaron a su favor para que
campesinos y cientos de miles de ignorantes e intolerantes, se mataran entre
sí, agitando con violencia esas ideas que
venían impregnadas en los indecorosos trapos
Rojo y Azul.
La misma intolerancia política,
social y cultural que ha hecho posible consolidar una democracia restringida y
circunscrita a los intereses de una clase que se considera “blanca” y de unas
élites acostumbradas a señalar, estigmatizar, perseguir y “neutralizar” a
quienes desde disímiles orígenes sociales y orillas ideológicas, osaron
competir por el poder que ellas han ostentado históricamente.
El titular del periódico ADN del
18 de septiembre de 2015 advierte que esa agrupación armada está lista para
convertirse en partido político. El titular reza así: Las Farc, listas para ser opción en
política. La pregunta es: ¿está listo el país? ¿Estamos listos los
colombianos? Me temo que no.
La sociedad colombiana debe
prepararse para ese momento. Será difícil para aquellos que siempre redujeron
el conflicto armado interno a la dicotomía Buenos y Malos, en donde los
segundos, claramente, son las Farc. Y los Buenos, la sempiterna élite bogotana
y sus espejos regionales.
Aceptar que esa guerrilla se
convierta en partido político es un “sapo enorme” que esos sectores sociales se
deberán tragar. Y será, sin duda, una especie de “castigo” para aquellos que
erróneamente han entendido las circunstancias objetivas que legitimaron el
levantamiento armado en los 60 y el propio devenir del conflicto[1]. Mismas
circunstancias que hoy se mantienen y que deberán modificarse y transformarse
si de verdad queremos que haya una paz
estable y duradera.
Para aquellos sectores que han
entendido de una mejor manera el conflicto, muy seguramente la participación
política, sin armas, de las Farc, será asumida como un final esperado y lógico,
dada la naturaleza política de esa organización y su lucha por el poder. Poder
político históricamente concentrado en una élite incapaz de llevar con acierto
y responsabilidad los destinos de una Nación compleja y diversa, que necesita
con urgencia otro tipo de dirigencia o por lo menos, el contra peso de unas
ideas que realmente busquen la transformación social, política y cultural del
país que demandará el posconflicto.
Es una lástima que los noticieros
RCN y Caracol no estén haciendo la tarea de preparar al país para ese momento.
No han hecho pedagogía del proceso de paz y de lo que implicará la construcción
y consolidación de la paz. Es de esperar, entonces, que tampoco hagan pedagogía
de lo que significa que las Farc muten y se conviertan en un partido político
que puede dar sorpresas en posteriores escenarios electorales, tal y como
sucedió con la UP[2].
Insisto, entonces, el tránsito de
las Farc hacia un partido político, será el escalón más difícil de sobrepasar
para una sociedad históricamente intemperante con el pensamiento divergente.
Baste con señalar el carácter intolerante, sectario y violento con el que el Procurador Ordóñez enfrenta el pensamiento,
las decisiones y la vida de la comunidad LGTBI, y las mujeres que deciden de
manera autónoma abortar, para imaginar el talante y las reacciones de aquellos
sectores de poder social, económico, político y militar que no aceptan que las
Farc se transformen en una opción política posible y viable para llegar al
poder del Estado.
Esperemos que las estructuras paramilitares que aún siguen en pie, a
pesar del proceso de desmovilización que se dio en 2005, no terminen asesinando
a los miembros de las Farc que harán política al lado y muy seguramente, de la
mano, de los partidos tradicionales y de los movimientos políticos que hoy
están vigentes en la vida política del país.
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