YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 1 de febrero de 2016

Diálogo Nacional

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Si no pasa algo extraordinario, muy pronto las Farc pasarán de ser un grupo guerrillero a un partido o movimiento político. Han dicho sus líderes[1] y comandantes que harán política sin armas y que aceptarán las condiciones del Régimen, y por ese camino, aportarán al afianzamiento y a la puesta en marcha de lo acordado en La Habana.

No les quedará fácil a los señores y señoras de las Farc ganarse un lugar social y político en las zonas urbanas en donde, por la acción mediática[2], se ha venido consolidando una fuerte animadversión a todo lo que huela a Farc y al Proceso de Paz de La Habana. Es probable que en territorios rurales cuenten con mayor aprecio, pues finalmente esa Colombia de la periferia jamás ha sido comprendida por los centralismos bogotanos y regionales, que siguen impidiendo, a través de una “amarrada” o fallida descentralización, la consolidación de un proyecto de Nación que recoja las diferencias regionales.

Por largo tiempo la gran prensa hizo de la ideología de izquierda el gran monstruo al que había que odiar y temer, mientras la Derecha se atornillaba en el poder y permitía el afianzamiento de un capitalismo salvaje que no solo arrasa con ecosistemas naturales, sino que le pone precio a la vida y hace que las relaciones humanas graviten en torno a intereses y acciones derivadas y asociadas al poder y al reconocimiento que otorga el dinero y por supuesto, a las necesidades que cada individuo esgrime para sentirse feliz, así sea a merced del Otro, de los Otros.

Las acciones de guerra y  varios actos de terror perpetrados por las Farc coadyuvaron en buena medida a que la opinión pública urbana asumiera la ideología de izquierda como inconveniente para pensar lo público, lo privado y las relaciones Hombre- Naturaleza. Eso en el ámbito interno. En cuanto al ámbito externo, el régimen socialista de Venezuela fue y sigue siendo expuesto por la gran prensa colombiana (de Derecha), como el referente negativo hacia el cual el país irá de permitirse la reinserción y la participación política de los líderes farianos.

De allí que los miedos de muchos colombianos se concentren en expresiones como el Castro-chavismo, indicando de esa manera que el modelo socialista resultaría inaceptable para el grueso de la población colombiana que vive y sobrevive en ciudades capitales y que por supuesto, sigue a pie juntillas a los medios informativos privados.

Ni Juan Manuel Santos está entregando el país al terrorismo, y mucho menos la propiedad privada estará en riesgo en la Colombia de los posacuerdos. Lo que si deben tener claro los colombianos es que el Estado, la sociedad y el mercado deben sufrir transformaciones si de verdad se quieren superar los altos índices de pobreza, de concentración de la tierra y la exclusión social y étnica, en un país que ya no tendrá como gran disculpa que libra una costosa guerra interna.

Terminado el conflicto armado interno, le corresponde a los movimientos sociales, partidos políticos, empresarios y académicos, entre otros, tanto de Derecha como de  Izquierda, dialogar y buscar consensos alrededor del tipo de ajustes que se requieren hacer en materia económica e institucional, en aras de consolidar un Estado que promueva políticas sociales que beneficien a las grandes mayorías que sobreviven en condiciones de precariedad, que haga posible que los grandes ricos paguen los impuestos que les corresponde y que cree condiciones para que la seguridad alimentaria no siga viéndose afectada por políticas y decisiones macro económicas.

Es tiempo de que la izquierda colombiana asuma esta especial coyuntura con la suficiente madurez histórica, y lidere los cambios que la guerrilla de las Farc buscó hacer a través de la lucha armada. Y ese liderazgo se debe asumir sin revanchismos y ojalá sin la tozudez de insistir en el viejo modelo socialista de la URSS, dejando de lado la posibilidad de buscar, de acuerdo con las condiciones contextuales internas y externas, un modelo de Estado, de sociedad y de mercado que dignifique la vida humana, que modifique las relaciones entre el Hombre y la Naturaleza y sobre todo, que transforme la mezquindad de los “grandes Cacaos”, en acciones propias de responsabilidad social y ambiental.

Solo a través de un diálogo sincero entre todos aquellos actores y agentes de poder, Colombia podrá caminar hacia estadios de posconflicto en los que sea posible afianzar escenarios de paz y convivencia en los que aprendamos a resolver los conflictos y las diferencias de manera civilizada. Sin matarnos.

Esos estadios de posconflicto serán viables, posibles y perennes si todos asumimos compromisos sociales, ambientales, políticos y económicos, en el contexto de un urgente cambio cultural que ojalá sea liderado por quienes históricamente han detentado el poder para beneficiar a unas pocas familias. 

Que el lugar ideológico y político al cual llegarán las Farc una vez se desarmen sea la izquierda democrática, no es óbice para provocar un Diálogo Nacional que busque la transformación de Colombia. Sin mezquindades, sin odios y sin resquemores, unos y otros tenemos la obligación ética de intentar una positiva metamorfosis para el país, en aras de sacar adelante esta Nación. Al final, cuando revisemos y evaluemos los hechos, nos daremos cuenta de que era y fue relativamente fácil ponerle fin al conflicto armado y lo que realmente difícil estaba – está – en cambiar culturalmente. Esa es la apuesta.






[2] El periodismo debe transformarse y para ello debe modificar sus rutinas de producción noticiosa, pero sobre todo, repensar sus criterios de noticiabilidad. 

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