Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Si no pasa algo extraordinario,
muy pronto las Farc pasarán de ser un grupo guerrillero a un partido o
movimiento político. Han dicho sus líderes[1] y
comandantes que harán política sin armas y que aceptarán las condiciones del
Régimen, y por ese camino, aportarán al afianzamiento y a la puesta en marcha
de lo acordado en La Habana.
No les quedará fácil a los
señores y señoras de las Farc ganarse un lugar social y político en las zonas
urbanas en donde, por la acción mediática[2], se
ha venido consolidando una fuerte animadversión a todo lo que huela a Farc y al
Proceso de Paz de La Habana. Es probable que en territorios rurales cuenten con
mayor aprecio, pues finalmente esa Colombia de la periferia jamás ha sido
comprendida por los centralismos bogotanos y regionales, que siguen impidiendo,
a través de una “amarrada” o fallida descentralización, la consolidación de un
proyecto de Nación que recoja las diferencias regionales.
Por largo tiempo la gran prensa
hizo de la ideología de izquierda el gran monstruo al que había que odiar y temer,
mientras la Derecha se atornillaba en el poder y permitía el afianzamiento de
un capitalismo salvaje que no solo
arrasa con ecosistemas naturales, sino que le pone precio a la vida y hace que
las relaciones humanas graviten en torno a intereses y acciones derivadas y
asociadas al poder y al reconocimiento que otorga el dinero y por supuesto, a
las necesidades que cada individuo esgrime para sentirse feliz, así sea a
merced del Otro, de los Otros.
Las acciones de guerra y varios actos de terror perpetrados por las
Farc coadyuvaron en buena medida a que la opinión pública urbana asumiera la
ideología de izquierda como inconveniente para pensar lo público, lo privado y
las relaciones Hombre- Naturaleza. Eso en el ámbito interno. En cuanto al
ámbito externo, el régimen socialista de Venezuela fue y sigue siendo expuesto
por la gran prensa colombiana (de Derecha), como el referente negativo hacia el
cual el país irá de permitirse la reinserción y la participación política de
los líderes farianos.
De allí que los miedos de muchos
colombianos se concentren en expresiones como el Castro-chavismo, indicando de esa manera que el modelo socialista
resultaría inaceptable para el grueso de la población colombiana que vive y
sobrevive en ciudades capitales y que por supuesto, sigue a pie juntillas a los
medios informativos privados.
Ni Juan Manuel Santos está entregando el país al terrorismo, y
mucho menos la propiedad privada estará en riesgo en la Colombia de los
posacuerdos. Lo que si deben tener claro los colombianos es que el Estado, la
sociedad y el mercado deben sufrir transformaciones si de verdad se quieren
superar los altos índices de pobreza, de concentración de la tierra y la
exclusión social y étnica, en un país que ya no tendrá como gran disculpa que
libra una costosa guerra interna.
Terminado el conflicto armado
interno, le corresponde a los movimientos sociales, partidos políticos,
empresarios y académicos, entre otros, tanto de Derecha como de Izquierda, dialogar y buscar consensos
alrededor del tipo de ajustes que se requieren hacer en materia económica e
institucional, en aras de consolidar un Estado que promueva políticas sociales
que beneficien a las grandes mayorías que sobreviven en condiciones de
precariedad, que haga posible que los grandes ricos paguen los impuestos que
les corresponde y que cree condiciones para que la seguridad alimentaria no
siga viéndose afectada por políticas y decisiones macro económicas.
Es tiempo de que la izquierda
colombiana asuma esta especial coyuntura con la suficiente madurez histórica, y
lidere los cambios que la guerrilla de las Farc buscó hacer a través de la
lucha armada. Y ese liderazgo se debe asumir sin revanchismos y ojalá sin la
tozudez de insistir en el viejo modelo socialista de la URSS, dejando de lado
la posibilidad de buscar, de acuerdo con las condiciones contextuales internas
y externas, un modelo de Estado, de sociedad y de mercado que dignifique la
vida humana, que modifique las relaciones entre el Hombre y la Naturaleza y
sobre todo, que transforme la mezquindad de los “grandes Cacaos”, en acciones
propias de responsabilidad social y ambiental.
Solo a través de un diálogo
sincero entre todos aquellos actores y agentes de poder, Colombia podrá caminar
hacia estadios de posconflicto en los que sea posible afianzar escenarios de
paz y convivencia en los que aprendamos a resolver los conflictos y las
diferencias de manera civilizada. Sin matarnos.
Esos estadios de posconflicto
serán viables, posibles y perennes si todos asumimos compromisos sociales,
ambientales, políticos y económicos, en el contexto de un urgente cambio
cultural que ojalá sea liderado por quienes históricamente han detentado el
poder para beneficiar a unas pocas familias.
Que el lugar ideológico y
político al cual llegarán las Farc una vez se desarmen sea la izquierda
democrática, no es óbice para provocar un Diálogo Nacional que busque la
transformación de Colombia. Sin mezquindades, sin odios y sin resquemores, unos
y otros tenemos la obligación ética de intentar una positiva metamorfosis para
el país, en aras de sacar adelante esta Nación. Al final, cuando revisemos y
evaluemos los hechos, nos daremos cuenta de que era y fue relativamente fácil
ponerle fin al conflicto armado y lo que realmente difícil estaba – está – en
cambiar culturalmente. Esa es la apuesta.
[2] El periodismo debe transformarse y
para ello debe modificar sus rutinas de producción noticiosa, pero sobre todo,
repensar sus criterios de noticiabilidad.
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