Por Germán Ayala Osorio, columna
para EL PUEBLO
El desordenado crecimiento de la
ciudad de Cali y de otras urbes en Colombia, pone de presente la incapacidad
del Estado, en sus ámbitos local, regional y nacional, para planear y pensar
las ciudades bajo criterios de calidad de vida y sustentabilidad. Como orden político
y social, el Estado colombiano deviene débil, precario y sometido a un “ethos
mafioso”, fruto de una clase empresarial y dirigente mezquina, miope y
desligada de las circunstancias y realidades socioculturales de comunidades mal
educadas, sin oportunidades, en el contexto de una sociedad atomizada.
Nos hemos acostumbrado a ver las
laderas y los ecosistemas de montaña urbanizados bajo condiciones de riesgo
para los seres humanos y de un efectivo deterioro ambiental y paisajístico de
dichos ecosistemas, lo que parece importarle a muy pocos ciudadanos e
instituciones. De igual manera, se volvió paisaje ver gente asentándose en jarillones
en condiciones indignas.
Cali es un ejemplo de ciudad
desordenada y ambientalmente insostenible. Los cerros y el valioso ecosistema
de los Farallones de Cali dan muestra de una ciudad que legitimó los
asentamientos informales y formales, de allí que haya sido la desidia estatal
la circunstancia que de tiempo atrás facilita que agentes privados, legales e
ilegales, ejerzan una fuerte presión sobre ese valioso ecosistema montañoso y
productor de agua, hoy afectado por la minería y la llegada incontrolada de más
y más pobladores.
Cali sigue creciendo de manera
desordenada, mientras que la clase empresarial y dirigente poca atención le
otorga a los fenómenos de poblamiento que se dan al interior de la capital del
Valle del Cauca. El Concejo y la Asamblea departamental legislan a espaldas de
una realidad socio ambiental que dentro de poco se hará insostenible.
Como receptora de población en
condición de desplazamiento forzado y de cientos de connacionales que buscan en
ella un mejor futuro, la ciudad de Cali enfrenta desde ya problemas de
abastecimiento de agua, asunto que parece importar poco a diversas autoridades,
preocupadas más en posicionar a la capital del Valle del Cauca, apelando a
nomenclaturas como “La Sucursal del Cielo”,
y la “Capital de la Salsa y Deportiva de América”. Nomenclaturas estas
que sirven como simples etiquetas y dispositivos culturales con los que se
pretende ocultar la grave situación de abastecimiento de agua que ya vive la
ciudad, por la enorme presión que sobre sus siete ríos viene ejerciendo el
crecimiento urbanístico desordenado.
Imagino que la solución ante una
eventual e irreversible escasez de agua será tirar una red de tuberías para
traer el agua, captándola de uno de los caudalosos ríos del Pacífico. Esa
solución no solo generaría enormes efectos socio ambientales, sino elevados
costos por el tratamiento y distribución del valioso líquido, que pagarían los
habitantes de la capital del departamento del Valle del Cauca. Llegado ese
momento, las inercias de poblamiento y
de crecimiento desordenado de esta urbe servirán para corroborar la
torpeza de su clase dirigente y empresarial, y por supuesto, la del resto de la
sociedad que parece incapaz de evaluar el daño que como seres humanos
producimos.
Es tiempo de que vayamos pensando
políticas públicas de control a la expansión desordenada y ambientalmente
riesgosa de la ciudad, al tiempo que abrimos la discusión sobre acciones
políticas que hagan pensar en el auto control de la natalidad. Y quizás, si
llegase el caso, de medidas de control ejercidas por el Estado para disminuir
la presión que como humanos ejercemos sobre valiosos ecosistemas naturales. Es
hora de evaluar este “proyecto humano”
que en particular se posó sobre la ciudad de Cali y que pone en riesgo la vida
de otras especies y degrada ecosistemas, al tiempo que consolida guetos en
donde la condición humana se hace miserable, como los que se levantan en el
Oriente de Cali y en las zonas de ladera.
Los procesos de poblamiento de las laderas de Cali y del Oriente, sector
de Aguablanca, son muestras claras de la incapacidad de su dirigencia para
construir una urbe decente, no segregadora y amigable con el medio ambiente,
pero por sobre todo, digna para quienes decidieron quedarse y tratar de
edificar un proyecto de vida en este territorio.
Imagen del diario EL PAÍS, tomada de internet.
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