Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El Proceso de Paz de La Habana,
como ningún otro intento de negociación política con la guerrilla de las Farc, ha
servido tanto para develar y medir el talante democrático de aquellos sectores
de poder, abiertamente declarados como detractores o enemigos de los diálogos
de La Habana.
Ya Uribe Vélez tomó partido y se
instaló[1] en la
orilla contraria a los esfuerzos de pacificación, y claramente le apuesta a la
prolongación de la guerra interna. Su postura nace del miedo[2] que
tiene a que la puesta en marcha de la Jurisdicción Especial de Paz y la
Comisión de la Verdad haga evidente y confirme
su participación en la creación y apoyo a grupos paramilitares.
Otro expresidente que decidió
jugar el rol de detractor de la negociación política con las Farc es Andrés
Pastrana Arango. No le alcanza a Pastrana para ser enemigo de la paz, porque su
poder de convocatoria cada vez se reduce más. Lo mismo sucede con su capacidad
de desestabilizar el país, una vez se firme el Acuerdo Final y se inicien las
transformaciones institucionales que demanda
el posconflicto. Lo contrario sucede con Uribe, por eso éste si hay que
considerarlo como enemigo de la paz negociada.
Es tal el nivel de crispación
política que genera el proceso de paz entre Farc y Santos, que enemigos y
detractores apelan a nomenclaturas y a la manipulación conceptual, para
desvirtuar una negociación que para nada toca los intereses de quienes
sostienen el Establecimiento.
Dedicaré estas líneas al “líder”
conservador. Andrés Pastrana Arango, hijo de Misael Pastrana Borrero, asegura
que el proceso de paz de La Habana es un “golpe de Estado”. En carta enviada a
la dirección nacional del insepulto Partido Conservador, señala que “Ante
el golpe de Estado contra el orden constitucional y la legalidad que se
pretende rematar con un plebiscito espurio, he sostenido, al margen de la
dirección del Partido, una posición de rechazo”[3].
Ante el uso irresponsable y ligero de conceptos como golpe de Estado y espurio plebiscito[4],
bien vale la pena recordar las decisiones políticas que tomó Pastrana cuando
fungió como Presidente (1998-2002), y el manejo que le dio a la pre-negociación política que adelantó con
las Farc en el Caguán.
Si se trata de evaluar el fallido proceso del Caguán de la
mano de los conceptos, entonces hay que decir con total claridad que Pastrana pulverizó la soberanía nacional con la
aprobación extraterritorial del Plan Colombia y su aplicación en Colombia, sin
ninguna clase de control institucional (político). Es claro que el Congreso
de la época jamás hizo control político a una estrategia político, militar y
económica que, al final, significó el sometimiento del país a las decisiones y
orientaciones del FMI y por supuesto, a las directrices del Departamento de
Estado de los Estados Unidos.
Igualmente, hay que señalar también que con la declaración de
la zona de distensión, Pastrana permitió el nacimiento de un “estado fariano”,
dentro del Estado. De manera irresponsable, el entonces presidente conservador
le entregó a las Farc un amplio territorio que dicha guerrilla aprovechó para
recuperar combatientes, fortalecer la instrucción militar, descansar y
prepararse para la ofensiva que se venía venir con el mejoramiento técnico de
las fuerzas militares, gracias a los recursos entregados por el Plan Colombia. Por
supuesto, las Farc usaron esa zona como retaguardia para golpear a las fuerzas
militares y negociar drogas por armas.
La Agenda de 12 puntos pactada entre Pastrana y la dirigencia
de las Farc no solo era inabordable, sino que su discusión estaba viciada por
la decisión política y militar de entregar una zona de distensión sin reglas de juego, lo que finalmente convirtió
el proceso de paz del Caguán en un juego en el que las partes sentadas en la
Mesa sabían de antemano que el fracaso vendría, por cuenta de la debilidad
compartida del Establecimiento y de las Farc para alzarse con la victoria
militar y por supuesto, por la presión que ejercieron los fabricantes de
helicópteros y de pertrechos militares para que el Congreso de los Estados
Unidos aprobara el Plan Colombia y se ejecutara rápidamente, lo que terminó con
el escalamiento y la degradación del conflicto armado interno.
Al final, Pastrana sepultó en la zona de distensión del
Caguán el Mandato por la Paz que 10 millones de colombianos le dimos para que
negociara el fin del conflicto con las Farc.
También hay que recordar que en la administración de Pastrana
creció el fenómeno paramilitar y se fortalecieron las Autodefensas Unidas de
Colombia, lo que al final sirvió a los intereses de grandes empresarios,
nacionales y extranjeros, que lograron hacerse con las tierras de campesinos,
indígenas y afrocolombianos que sufrieron el desplazamiento forzado y el
despojo, especialmente por la arremetida paramilitar, que contó con el respaldo
del Establecimiento.
Así entonces, la reciente misiva enviada por Pastrana a su
colectividad, que deviene fragmentada y en franca decadencia, y sus
expresiones, hay que entenderlas en el marco de un desesperado expresidente que
hace rato debió seguir el ejemplo de Belisario Betancur Cuartas. Su tardío
retiro de la vida pública y las nuevas circunstancias contextuales por las que atraviesa el
país, están develando su empobrecido talante democrático, su mezquindad con el
país y que está somatizando los efectos de esa grave enfermedad llamada viudez del poder.
Imagen tomada de EL TIEMPO.COM
[3] Véase:
http://www.semana.com/nacion/articulo/plebiscito-por-la-paz-andres-pastrana-apoya-el-no-e-invita-al-partido-conservador/483662
[4] Pastrana desconoce el rol de la
Corte Constitucional, corporación que dio el aval al plebiscito.
1 comentario:
Excelente su análisis profesor Ayala, y de verdad lo más positivo de este proceso -a pesar de todo- es que ha sacado lo mejor y lo peor de cada uno de sus agentes, si señor.
Publicar un comentario