Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El actual momento histórico por
el que pasa Colombia resulta significativo por cuanto estamos muy cerca de la
firma del fin del conflicto armado entre el Gobierno y las Farc. Este hecho político podría establecer o
significar un quiebre histórico sobre el que el país deberá promover cambios
sustanciales en materia de cultura política y allanar caminos que en el mediano
y largo plazo permitan construir y consolidar escenarios de paz y convivencia.
Durante estos cuatro años de
negociación en La Habana, los colombianos han visto gestos de paz, así como actos
de reconciliación como la petición de perdón de las Farc a las víctimas que
viajaron a Cuba y a los sobrevivientes de la masacre de Bojayá. Para este caso
en particular, están por darse las peticiones de perdón por parte del Estado y
los paramilitares, grupo desestructurado en lo político y en franca
recomposición en lo militar. Ante esas circunstancias y por la connivencia de
sectores oficiales con las fuerzas contrainsurgentes, le corresponderá al
Estado, como símbolo de unidad, faro moral y máxima instancia de poder, pedir
perdón a la comunidad de Bojayá, en nombre de los paramilitares que combatían a
las Farc, resguardados en la Iglesia del pueblo, a donde cayó la pipeta lanzada
por la agrupación guerrillera con la se produjo la muerte de casi 80 civiles.
Si bien el acto público, mas no
mediatizado, en el que alias Pastor Alape pidió ser perdonado resulta
significativo, aún faltan peticiones de perdón que las Farc deberán hacer ante
las comunidades y pueblos que resultaron afectados y victimizados por sus
actividades y acciones de guerra. Pero no podemos exigir y esperar actos de
petición de perdón solo a las Farc. Por el contrario, la sociedad colombiana
deberá esperar y exigir acciones de perdón al Estado, a las élites de poder
económico, social y político que de disímiles maneras coadyuvaron al
escalamiento del conflicto armado.
Y en esos esperados actos de
petición de perdón a las víctimas y a la sociedad colombiana en general,
deberán hacer presencia industriales, banqueros, ganaderos, comerciantes,
políticos, militares y policías, acompañados, por supuesto, por miembros de
las Farc; pero también deberán
producirse actos de perdón, emanados de la propia sociedad colombiana, por los
silencios guardados durante estos 52 años de guerra interna.
Deberán sumarse a esos actos de
perdón, las distintas iglesias, pero en especial la Iglesia Católica, porque a
pesar de su acompañamiento y buenos oficios en varios esfuerzos de paz de
diversos Gobiernos, siento que pudo haber hecho más, en especial cuando el
conflicto se escaló y se degradó. Deberá sumarse a estas acciones de perdón, el
periodismo en sus expresiones nacional, regional y local, por haberse
preocupado más por sacar provecho económico, político y noticioso al cubrir los
horrores de la guerra, en lugar de mediar para disminuir el impacto de los
hechos bélicos acaecidos y registrados.
De esta manera, y ante la enorme
polarización política en la que deviene el país por cuenta del Proceso de Paz
de La Habana y la refrendación de lo acordado entre Farc y Gobierno,
Colombia necesita de un Gran Acto Público en el que todos nos pidamos perdón.
Quizás con un acto colectivo de ese talante y naturaleza, la polarización
disminuya y como sociedad empecemos a dar los primeros pasos hacia la enorme
transformación cultural que nos lleve a valorar la vida de los campesinos,
afros e indígenas que sufrieron los estragos del conflicto, así como a
proscribir la lógica de los
combatientes, legales e ilegales, recubiertos de un anacrónico talante de Héroes.
Y al final, cuando ese Gran Acto de Perdón se dé, quizás comprendamos que
debemos modificar sustancialmente las relaciones entre el Estado, la sociedad y
el mercado, atravesadas de tiempo atrás por un oprobioso, pero legitimado ethos mafioso.
Imagen tomada de Colombiaopina.wordpress.com
Imagen tomada de Colombiaopina.wordpress.com
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