Por Germán Ayala Osorio,
comunicador social y politólogo
La misiva que el Presidente envió al senador y expresidente
Álvaro Uribe Vélez tenía como propósito político mostrarle al ganadero y
latifundista antioqueño dos únicos caminos: el primero, aceptar la invitación
para sellar la reconciliación y de esa forma, ampliar el consenso político en
torno a lo negociado en La Habana, de cara a la refrendación popular a través
del plebiscito; y el segundo camino, aceptar “graduarse” como detractor del
Proceso de Paz y más adelante, ser señalado como el “enemigo”[1]
de la implementación de lo acordado entre el Gobierno de Santos y las Farc. Uribe,
al responder en la forma como lo hizo, claramente optó por el segundo camino.
El tono conciliador y profundamente diplomático de la carta de
Santos, contrasta con el tono rencoroso y de mínima altura diplomática con el
que el senador Uribe respondió a quien durante su gobierno fungiera como su Ministro
de la Defensa.
En varios apartes de la
epístola, Santos alude a espinosos temas que confrontan directamente la postura
del hoy senador del Centro Democrático, sus miedos[2] y
preocupaciones, así como las decisiones políticas tomadas durante sus dos
mandatos (2002- 2006, 2006-2010).
Ejemplo de ello lo
constituye el asunto de las víctimas. Santos le dice: “Este proceso de paz es el primero en el mundo en el que la prioridad son las victimas y sus
derechos. Esto parte del reconocimiento de más de 7 millones de
víctimas que ha dejado el conflicto armado, de las cuales 8 de cada 10 han sido
civiles. Las víctimas recibirán justicia, verdad, reparación y garantías de no
repetición. Los colombianos podremos vivir sin esa macabra y tenebrosa fábrica
de víctimas que hemos tenido que soportar en estos últimos 50 años”[3].
Si leemos este párrafo en
perspectiva histórica, debemos recordar que el proceso[4]
adelantado con los paramilitares no solo guarda enorme diferencias
jurídico-políticas con el Proceso de La Habana, sino que en términos de
resultados en lo que tiene que ver con verdad, justicia, reparación y no
repetición, la negociación propiciada por Uribe con las estructuras
paramilitares resultó todo un fracaso. Peor aún, cuando extraditó a los máximos
jefes de las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) no solo desconoció
a las víctimas y sus derechos, sino que evitó que el país conociera gran parte
de la verdad en torno a las disímiles formas en las que operaron los
paramilitares, en demostrado contubernio con sectores de las fuerzas armadas y
de agentes de la sociedad civil que patrocinaron sus acciones criminales de
despojo, desplazamiento y comisión de masacres. Además, lejos de garantizarse
la desmovilización, el sometimiento a la justicia y la reintegración social de
los paramilitares, lo que se dio fue un proceso de reacomodamiento de esas
fuerzas que negociaron con el
Gobierno de Uribe, pero que no se desmovilizaron y mucho menos entregaron las
armas. Al final, el país jamás supo qué se negoció.
El otro tema al que alude
Santos y que claramente preocupa al combativo político antioqueño, tiene que
ver con la suerte jurídica de los no combatientes que coadyuvaron de manera
directa o indirecta con el escalamiento del conflicto armado, en calidad de
auxiliadores y patrocinadores, por ejemplo, de grupos paramilitares.
De igual manera, el
presidente Santos confronta la alharaca con la que Uribe viene descalificando
lo acordado en Cuba en materia de justicia transicional, señalando que en La
Habana habrá impunidad. De esta forma, Uribe confunde a las audiencias que aún creen
en los noticieros[5]
privados de televisión y radio que le sirven de caja de resonancia. Es tanta la
confusión que generan sus constantes arremetidas contra el Proceso de Paz de La
Habana, que cientos de miles de colombianos siguen creyendo que por cuenta de
la extradición de 14 líderes paramilitares a los Estados Unidos, en el país
hubo efectiva justicia, cuando el juzgamiento de los comandantes de las AUC,
por cuenta de los jueces estadounidenses, se dio por narcotráfico y no por la
violación de los derechos humanos y mucho menos por haber conculcado las reglas
del DIH.
Además, que claramente la
medida sirvió para callar la verdad de lo acontecido con el fenómeno
paramilitar[6].
Se suma a lo anterior una circunstancia clave: no se puede hablar de impunidad
cuando en lo acordado en Cuba se establece la creación de una Jurisdicción
Especial de Paz y de unos mecanismos de
juzgamiento que aún no han entrado en operación.
Ahora miremos algunos
detalles de la respuesta de Uribe. El país parece haberse acostumbrado a que el
senador del Centro Democrático no responda de manera directa a señalamientos o
a hechos políticos. En el primer párrafo de su misiva no queda claro a qué
punto de la carta enviada por Santos se refiere. Leamos: “Ha sido dañino para la democracia que
personas con notoriedad pública distraigan a los ciudadanos en el juego entre
el insulto y el elogio, entre la acusación temeraria y la declaración magnánima”. Quizás se refiera al calificativo con el que el
Presidente se refirió a Uribe cuando lo llamó rufián o a otros episodios en los que Santos se vio forzado a
cambiar de tono[7] ante los constantes
ataques[8]
mediáticos del polémico congresista.
En otro momento de la epístola, Uribe insiste en descalificar a
un actor armado con el que su Gobierno mantuvo contactos con miras a establecer
una eventual negociación que jamás se dio. En su misiva, Santos se lo recuerda[9].
“Ha sido dañino para la democracia que
personas con responsabilidades públicas creen confusión entre la indulgencia al
narco terrorismo en nombre de la paz y la represión al reclamo justo en nombre
de la autoridad”. Además, consecuente con esa forma de contestar, sin
contestar, Uribe habla de represión al
reclamo en el Gobierno de Santos, mientras olvida y oculta los episodios de
las detenciones masivas y arbitrarias que promovió, especialmente, durante su
primer mandato (2002-2006).
Así termina la corta misiva con la que Uribe “respondió” a
Santos:
“Parecería inútil invitar
a un diálogo para notificar lo resuelto. Cuando el crimen es campeón el perdón
y la reconciliación corren el riesgo de no ser sinceros y la paz sin justicia
corre el riesgo de no ser paz”.
Al final, Uribe leyó, medio contestó y optó por un tenebroso
camino que lo va llevando de opositor y detractor del Proceso de negociación de
La Habana, a enconado enemigo de la implementación. Será, en todo caso, un
enemigo de cuidado.
Imagen tomada de Semana.com
[3] Tomado de la Carta (PDF) que circuló ampliamente
en la Red.
[4] Véase http://observatoriorealidades.arquidiocesiscali.org/semanarios/dos-procesos-distintos.html
[6] Véase: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2011/11/presentacion-del-libro-paramilitarismo.html
[9] En la carta se lee: “Si hoy las FARC están en un proceso de paz que ha avanzado
como ningún otro, listas a dejar las armas y reintegrarse a la sociedad, se
debe en buena parte a esos reiterados y contundentes éxitos. Y se debe también a que retomé las
conversaciones discretas para avanzar en una solución negociada –como en el mundo
de hoy debe terminar toda guerra asimétrica- que su gobierno comenzó”.
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