Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Pocos se atreven a dudar de lo
difícil y complejo que será que en poco tiempo, de la Mesa de La Habana, salga un nuevo Acuerdo
Final que permita avanzar hacia la terminación del conflicto armado interno,
por lo menos con las Farc.
Pero más allá de las discusiones
alrededor de la viabilidad y legitimidad de las propuestas entregadas al
Gobierno por quienes “cobraron” el triunfo del NO en la jornada electoral del 2
de octubre, bien vale la pena pensar sobre lo que puede venir para el país
cuando se logre la conversión de las Farc - y ojalá del ELN- en partido
político.
Un país sin la presencia de la
guerrilla, echará a andar, casi de
manera inexorable, procesos sociales y políticos de una enorme complejidad, que
tienen en el (re)surgimiento de movimientos sociales, a su mayor y esperado
resultado. Movimientos sociales que, hay que decirlo, fueron debilitados,
perseguidos y estigmatizados por las
dinámicas del conflicto armado y por los
actores armados comprometidos en las hostilidades.
Las protestas sociales serán el
mecanismo con el cual, en adelante, las comunidades afrocolombianas, campesinas e
indígenas saldrán a defender sus territorios, proyectos de vida y procesos
comunitarios. Y los continuarán defendiendo de las iniciativas de desarrollo de empresas nacionales e
internacionales interesadas en explotar materias primas en las zonas y
territorios en donde dichas comunidades y pueblos resisten de tiempo atrás, no
solo a la arremetida de los actores armados, sino a la de los proyectos
extractivos asociados de manera natural a la locomotora minero- energética implementadas por los gobiernos de Uribe y Santos.
Si es así, bienvenidas sean todas
las protestas sociales que se den en un escenario de posacuerdos. Eso no tiene
mayor discusión si revisamos que en la Constitución Política se garantiza el derecho
a marchar, a movilizarse y a protestar. El asunto problemático pasa por la
seguridad de los líderes sociales y políticos que se harán visibles cuando las
movilizaciones sociales empiecen a torpedear y a evitar la ejecución de mega proyectos de
infraestructura, que comprometan los intereses de poderosos actores económicos,
nacionales e internacionales.
De tiempo atrás se vienen
asesinando líderes y lideresas sociales y políticos en territorios en donde los
movimientos sociales, en especial el movimiento indígena y campesino, resisten
no solo a los actores armados ilegales, al Estado mismo, sino a las fuerzas
económicas interesadas en penetrar y transformar ambiental y socialmente sus
territorios. Lo que las autoridades ven como casos aislados, realmente
responden a una muy bien pensada estrategia de debilitamiento del movimiento
campesino, afro e indígena, por la vía de la amenaza y el asesinado de sus
principales exponentes. Se trata de una práctica sistemática de exterminio, que irá consolidando y extendiendo de acuerdo con la complejidad de los conflictos y de las disputas que se presenten.
Una vez se concrete la dejación
de armas y la reincorporación a la vida social y política de los guerrilleros,
los territorios ocupados en los que las guerrillas hacían presencia, se espera
que sean copados por el Estado, o en su
defecto, por grupos al margen de la ley (narcos y paras), presentados hoy por
el Gobierno como Grupos Armados Organizados (GAO). Dichas organizaciones
responden, realmente, a procesos de mutación de las fuerzas paramilitares que
supuestamente se desmovilizaron en 2005 y que deambulan acéfalas,
políticamente.
Eso sí, lo que no ha cambiado es
el objetivo social, económico y político de los paramilitares: sacar de sus
territorios a indígenas, afros y campesinos porque sus vidas transcurren en
zonas en donde hay riquezas naturales que deben, inexorablemente, ser
explotadas. Por ello, sus proyectos de vida resultan inconvenientes para los
intereses de grandes corporaciones y para específicos actores de la sociedad
civil colombiana. Más claro: indígenas, afros y campesinos resultan ser ciudadanos
disonantes e incómodos, de allí que se busque su debilitamiento comunitario,
por la vía del desplazamiento forzoso, la intimidación, la estigmatización y el
asesinato. El exterminio se dará en términos simbólicos y físicos.
En el Foro sobre el desmonte del Paramilitarismo, llevado a
cabo en la Universidad Autónoma de Occidente, con el apoyo de la Corporación Nuevo
Arco Iris, el 9 de noviembre, se hicieron graves denuncias por la presencia de “nuevas”
estructuras paramilitares en zonas del Cauca y Nariño, que vienen amenazando y
asesinando a sus más visibles líderes. En particular, se exhibieron denuncias
de asesinatos y persecuciones de campesinos en Caloto, Cauca, y, en Policarpa,
Nariño, por parte de grupos paramilitares.
Así entonces, lo que se viene
para el país resulta positivo por un lado, en la medida en que se fortalecerá
la protesta social y los movimientos sociales, ojalá con vocación política;
pero negativo, por otro lado, por la ya
advertida persecución, hostigamiento, desplazamiento y el asesinato de sus
principales líderes, por parte de fuerzas paramilitares que continúan ancladas
a los intereses de las grandes Corporaciones y a los de los ganaderos, latifundistas, agroindustriales y empresas mineras. Más claro: subsisten y persisten los intereses compartidos entre agroindustriales, ganaderos, azucareros y hacendados y el proyecto Paramilitar.
Todo lo anterior, bajo la complicidad de los Medios masivos, de las autoridades de Policía y de la propia Fiscalía.
Imagen tomada de arcoiris.com.co
1 comentario:
Un plan a corto,mediano y largo plazo con una mesa integral en forma transversal y dinámica es urgente.Mostrando resultados por las actividades y funciones a cumplir con todas variables y personajes que participen el problema numero uno PARA Militarismo en todas sus fases !!
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