La
violencia sexual, en el contexto del conflicto armado interno, es el correlato
de una sociedad machista.
Colombia
corre el riesgo de que la violencia política, se convierta en un inamovible
cultural.
Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
En el contexto de múltiples
violencias que se registran en Colombia, incluyendo por supuesto los hechos
violentos generados en el marco del degradado conflicto armado, las empresas
mediáticas han servido para que el grueso de los miembros de la sociedad exprese
su indignación frente al asesinato de una menor, o la comisión de un feminicidio.
Y eso, para muchos, parece positivo en la medida en que el cubrimiento
noticioso, suple la necesidad de información de las audiencias y permite algo
más, como el creciente rechazo social frente a crímenes en los que las mujeres
resultan ser las víctimas.
Cada cierto tiempo en el país se
suceden y se registran hechos que por la espectacularidad mediática y por su
execrable carácter, terminan “conmoviendo” a la sociedad. Hoy es Rafael Uribe Noguera, capturado por
haber secuestrado, torturado, violado y asesinado a la menor Yuliana Andrea
Samboní. Pero ayer fueron Luis Alfredo Garavito, recordado asesino en serie;
Javier Velasco, quien asesinó a Rosa Elvira Cely[1]; el
subteniente del Ejército, Muñoz[2]
Linares, quien mató a tres menores de edad en Tame (Arauca) y Freddy Valencia,
conocido como el “asesino de Monserrate”, entre otros tantos.
Todos estos hechos, con gran
despliegue mediático, lograron conmover, por un tiempo, a esa parte de la
sociedad mediatizada (urbana) que se horroriza y se moviliza por los señalados
homicidios de mujeres y menores de edad, pero que poco interés muestra por el
genocidio de los miembros de la Unión Patriótica y ahora, por el ya sistemático
asesinato de líderes sociales, reclamantes de tierra, defensores de los
derechos humanos y militantes de Marcha Patriótica. Entre estas víctimas,
varias mujeres fueron ultimadas.
Muchos sostienen que se trata de
circunstancias y hechos distintos que no se deben conectar, especialmente
cuando se trata de señalar responsabilidades y la toma de conciencia individual
y colectiva en lo que concierne al ejercicio del poder político. Lo cierto es
que tanto los crímenes de líderes sociales, entre estos a varias mujeres, así
como los feminicidios, comparten un mismo contexto social, político, económico
y cultural. Es decir, una cultura masculinizada y violenta, atravesada por una misma idea compartida: la presencia dominante del Gran Macho[3].
En las últimas 48 horas, las
redes sociales y los medios masivos, en especial la televisión, dedican tiempo
al nuevo crimen de una menor, perpetrado por Uribe Noguera. El hecho mismo y el
registro noticioso que de este vienen haciendo y harán en lo consecutivo los
Medios masivos, tendrán el mismo efecto: muestras de indignación, repudio
colectivo y las sempiternas exigencias sociales para que se imponga en el país
la cadena perpetua e incluso, la pena de muerte para violadores, abusadores, pederastas
y feminicidas. Pero nada más. En unos días todo seguirá igual. Ya miembros del Partido Cambio Radical, radicaron proyecto de ley para instaurar la cadena perpetua para quienes cometan este tipo de delitos. Lo más probable es que la iniciativa fracase.
¿Por qué tanta indignación,
repulsión y repudio frente a un hecho a todas luces condenable, no permite
avanzar hacia cambios culturales e institucionales que nos permitan como sociedad, consolidar lo que hasta ahora bien puede calificarse como truncos
procesos civilizatorios? Trataré de dar respuesta a esa compleja pregunta.
Los feminicidios y los ataques
con ácido y en general las disímiles violencias que a diario sufren las
mujeres, se dan en el contexto de una sociedad profundamente patriarcal que ha
cosificado a la Mujer y la ha convertido en un objeto sexual que se desea con
inusitada pasión y voracidad; curiosamente, los mismos Medios de comunicación y
los canales de televisión que hoy hacen gran despliegue por el ominoso crimen
de Yuliana Andrea Samboní, sirven de plataforma ideológica para entronizar en
las audiencias esa negativa representación de la Mujer y de lo femenino.
Así entonces, se equivocan la
prensa y los colombianos que en general califican a Rafael Uribe Noguera, a Garavito,
al subteniente Muñoz o a Javier Velasco de “Monstruos”, o de “Animales”. Es un
error deshumanizar a estos criminales y asesinos seriales. Más allá de si sufren o no trastornos
mentales, lo cierto es que todos comparten un mismo contexto cultural. Y ese
contexto, para el caso específico de las Mujeres, señala, con enorme
naturalidad y permisividad social y política, que pueden ser acosadas,
maltratadas, deseadas, tocadas y finalmente, asesinadas.
Uribe Noguera, como los otros, es
el resultado de una sociedad educada para dominar a las mujeres. El rapto de la
niña y su posterior sometimiento a su fuerza masculina, se da en el contexto de
una sociedad en la que los hombres deseamos mal. Somos un país de Machos
cabríos que actúan sin mayor control social, político, cultural e
institucional.
Sin duda, Uribe Noguera excedió
los límites de esa equivocada concepción cultural de la Mujer, pero en el fondo,
su comportamiento violento deviene auspiciado por prácticas, discursos y
dispositivos culturales como la moda, los reinados de belleza, la publicidad
sexista, los piropos y la música (ejemplo, las canciones de Maluma), entre
otros, que cosifican a la Mujer, de allí que pueda y esté socialmente aceptado
ser cogida, tocada, raptada, acosada, alcanzada, conquistada y hasta rifada (práctica muy común entre los 'traquetos' de Cali) . Y
para el caso de criminales como Uribe Noguera, asesinadas.
Así entonces, solo resta esperar
a que la Fiscalía haga su trabajo y que un juez de la República condene
ejemplarmente a este nuevo asesino, atendiendo, eso sí, el debido proceso. Mientras pasa la efervescencia de los
hechos y se enfría la conciencia
episomediática[4],
las autoridades deberán estar atentas a la aparición del próximo criminal. Y
quizás ante un nuevo caso, vuelvan a indignarse los mismos ciudadanos que hoy piden
cadena perpetua para Uribe Noguera,
mientras consumen, sin asomo de crítica, la publicidad sexista y aceptan
con resignación la dominación masculina. Mientras pasa la indignación, Uribe
Noguera es, desde hace 48 horas, el Nuevo
Monstruo.
Adenda: rechazo el intento de linchamiento protagonizado por varios ciudadanos que se apostaron a la salida de la clínica en la que se encontraba recluido el asesino Uribe Noguera. Dicho comportamiento no puede aceptarse.
Imagen tomada de las2orillas.co
[1]
Véase: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2012/06/el-caso-de-rosa-elvira-una-racionalidad.html
[2]
Véase: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2010/11/la-muerte-de-los-menores-torres-hora-de.html
[4] Entiendo por Conciencia Episomediática: Aquella que, soportada
en un lenguaje periodístico y en una técnica periodística ahistóricas,
acríticas, moralizantes y macartizantes, logra influir en las audiencias de tal
forma, que éstas asumen posturas resultantes de una exposición rápida a unos
hechos televisados, elevados al estatus de noticia, que resultan socialmente
sensibles y reprochables. Los estados de opinión pública generados se basan en
episodios rápidamente superados por nuevos hechos noticiosos, lo que
inmediatamente expresa una conciencia episódica, que no permite a las
audiencias hacer un ejercicio comprensivo, complejo y sistémico de los hechos
consumidos. La conciencia episomediática resulta convenientemente pasajera en
la interesada tarea de los medios de generar estados de opinión pública
ajustados a sus intereses, motivaciones e inclinaciones políticas. Una
conciencia episomediática facilita la incomprensión de complejas realidades
colombianas, relatadas mediante un discurso periodístico-noticioso sujeto a
intereses económicos y políticos de las empresas mediáticas, que están en
consonancia con la cultura dominante.
2 comentarios:
Apreciado Germán, tienes razón. En Colombia, nuestras indignaciones duran apenas unas cuantas horas... esa es una de nuestras desgracias.
Las violencias de todo tipo y la corrupción promovida por las castas dominantes nos han vuelto casi insensibles...
Y cuando realmente sentimos una fuerte indignación y dolor, queremos olvidar y negar muy rápidamente...
Y los medios de comunicación ayudan en eso. Utilizan con morbo las noticias y convierten en "espectáculo" todas las tragedias, pero no se ayuda a reflexionar sobre las causas de esos hechos.
Y quienes utilizamos las redes sociales también caemos en esa dinámica morbosa y dañina.
Debemos cambiar...!
Totalmente de acuerdo Germán. Lo brutal y criminal del episodio no es solo el acto mismo cometido por el asesino de la niña, sino el espectáculo morboso y desenfreno pasional de la masa que estimulado por el amarillismo periodístico, convirtió una situación que cuestiona la cultura patriarcal y excluyente en un circo de desmedida oligofrenia colectiva.
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