YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 28 de mayo de 2007

Mensajes claros de una propuesta indecente, por Germán Ayala Osorio

De la curiosa propuesta del presidente Uribe de premiar la verdad y por esa vía excarcelar a los políticos presos por el escándalo de la parapolítica, se recogen varios mensajes: El primero, que las víctimas de la atroz tarea de limpieza ideológica y territorial de las AUC valen muy poco para el Gobierno y para el Estado en su conjunto. Finalmente, son gente pobre, campesinos, sindicalistas, obreros y ciudadanos ‘desviados’ ideológicamente.

El presidente y su comité de áulicos sienten el mismo desprecio por la dignidad de quienes combaten desde distintos frentes (soldados, guerrilleros y paracos pobres), y por quienes han sido víctimas del actuar de estos ‘guerreros’ convencidos de estar sirviendo a la Patria. Finalmente, saben que alimentar la guerra entre ‘desposeídos’ garantiza las simpatías de las minorías que representan al Estado y la dirección política de los asuntos públicos que se orquesta desde la fraternidad de exclusivos clubes sociales.

Diez mil o cuarenta mil muertos resultan insignificantes para el quehacer político y mediático. Para qué preocuparse si los muertos, mutilados y dolientes representan a la clase de los desposeídos, y por esa vía, son ciudadanos de quinta categoría.

De un segundo mensaje sobresale un hecho escabroso: la política, su sentido y su quehacer deben servir para salvaguardar los máximos intereses de la nación y del país, esto es, mantener un modelo económico y político excluyente incapaz de recoger las demandas sentidas de amplias mayorías. Es decir, la política, lejos de ser el camino para dirimir conflictos, buscar soluciones, generar bienestar y dignificar la vida humana, es la mejor estrategia para forzar consensos y gobernar con mínimos éticos.

El tercer mensaje es una lección de un exacerbado pragmatismo que se apoyó y se apoya en la incapacidad de las fuerzas militares para combatir el crimen organizado, esto es, la subversión. Ese mismo pragmatismo llevó a empresarios, medios, periodistas y políticos, a crear, apoyar o dejar actuar a un para-ejército de mercenarios, no para acabar con una otoñal guerrilla, sino para garantizar la viabilidad de un régimen político y de unas circunstancias económicas y culturales que sostienen el carácter exclusivo del Estado y de lo público.

De esa misma incapacidad de las FFMM se desprende la desconfianza que sienten esos mismos que aplaudieron la aparición y esperan el mantenimiento de las AUC. Desconfían tanto de la Fuerza Pública, que la utilizan para encubrir y acompañar el accionar criminal de mercenarios investidos de Héroes.

Dicho pragmatismo, propio de las sociedades contemporáneas, también se advierte en militares que, preocupados por asegurar una pensión, hinchar sus pechos con latas e insignias, y por ende, sus egos, permitieron que en los patrullajes, para cumplir con la constitución y la ley, los acompañaran matarifes de las AUC.

Quizás por ello el escándalo de la parapolítica no pasará de ser una escaramuza mediática y política, incapaz de competir con el efecto teflón de un mandatario blindado por las empresas demoscópicas y sostenido por una clase dirigente (política y económica) que siente el mismo desprecio por aquellos que hoy reposan en fosas comunes.

Adenda: El escándalo de la parapolítica ha servido para visibilizar un modelo de Estado ilegítimo, inviable e insostenible en el tiempo. Un modelo que le sirve al capital transnacional y a quienes desde, lo nacional, orquestan su afianzamiento a pesar de la suerte que corran centenares de miles de colombianos. Los paras no refundaron la patria, tan sólo hicieron visible un viejo modelo de exclusión y muerte que ha gobernado en este territorio.

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