Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
A pocos días de la segunda vuelta presidencial y dada la difícil tarea que tienen los Verdes de superar el guarismo alcanzado por la campaña de Juan Manuel Santos en primera vuelta, podemos decir, con resignación, que Uribe será reelegido.
En el cuerpo de Santos, Uribe seguirá mandando en este país. El gran reto de Santos es demostrar que no será así. Y para ello deberá tomar distancia del estilo frentero y camorrero de un Presidente que logró polarizar a la opinión pública y llevar a niveles críticos los límites de respeto y autonomía que deben existir entre los poderes públicos.
Uribe tuvo la oportunidad histórica de cambiar el rumbo del país, pero la desperdició. Con el concurso de los medios masivos, hizo creer a millones de colombianos que el único problema de Colombia es la existencia de las Farc. Poco hizo para atacar problemas como la pobreza, la corrupción y la concentración de la riqueza. Por el contrario, en sus ocho años de gobierno los indicadores para cada uno de ellos, aumentaron considerablemente.
Si Santos logra tomar distancia de Uribe (situación poco probable), deberá trabajar muy fuerte para desmontar las prácticas criminales que se enquistaron en las fuerzas armadas de Colombia y que se expresan en los mal llamados ‘falsos positivos’. Hay organizaciones internacionales, entre ellas la CPI, atentas al desarrollo de las investigaciones y del castigo efectivo a quienes cometieron los delitos y a quienes los ordenaron.
La política al servicio del crimen y la corrupción es el sello que dejan ocho años de gobierno. Santos deberá trabajar muy duro en esa materia. De lo contrario, no será más que el clon defectuoso de Uribe. Santos cree tener perfil de estadista. Si de verdad lo tiene, lo mejor que puede hacer es edificar un gobierno alejado de las burdas prácticas y de los atajos a los cuales apeló Uribe en estos largos ocho años.
El delfín Santos deberá intentar restablecer la armonía entre los poderes públicos, especialmente con la Corte Suprema de Justicia, pues hay de por medio casos delicados como las ‘chuzadas’ del DAS, la yidispolítica, la parapolítica y el nuevo capítulo que debe abrirse en contra de grandes empresarios que apoyaron la empresa criminal de las AUC. La elección del nuevo Fiscal será el primer tire y afloje que se dé entre la Corte Suprema de Justicia y el nuevo inquilino de la Casa de Nariño.
Con un Congreso de bolsillo, muy seguramente se intentarán reformas a la justicia, soportadas en la necesidad del Ejecutivo de restarle poder a las Altas Cortes y de someter a los jueces que abiertamente decidan enfrentar con sus fallos el unanimismo político e ideológico que Uribe construyó en ocho años.
No es mucho lo que se puede esperar de la gestión de Juan Manuel Santos en materia económica, pues como declarado neoliberal, dará continuidad a las viejas ‘recomendaciones’ del Consenso de Washington. Habrá, sin duda, igual o más inversión sin que ello signifique que habrá más puestos de trabajo o el mejoramiento de las condiciones laborales para quienes hoy sobreviven en el subempleo. Es decir, mantener las condiciones favorables para las élites de siempre será el objetivo central de Santos.
Veremos si Santos tiene el talante y la decisión suficientes para tomar distancia de un Gobierno que avanzó en la guerra contra las Farc, pero que paradójicamente profundizó las circunstancias históricas que hace más de cuarenta años justificaron el levantamiento armado de las guerrillas: pobreza, concentración de la riqueza y exclusión política.
A pocos días de la segunda vuelta presidencial y dada la difícil tarea que tienen los Verdes de superar el guarismo alcanzado por la campaña de Juan Manuel Santos en primera vuelta, podemos decir, con resignación, que Uribe será reelegido.
En el cuerpo de Santos, Uribe seguirá mandando en este país. El gran reto de Santos es demostrar que no será así. Y para ello deberá tomar distancia del estilo frentero y camorrero de un Presidente que logró polarizar a la opinión pública y llevar a niveles críticos los límites de respeto y autonomía que deben existir entre los poderes públicos.
Uribe tuvo la oportunidad histórica de cambiar el rumbo del país, pero la desperdició. Con el concurso de los medios masivos, hizo creer a millones de colombianos que el único problema de Colombia es la existencia de las Farc. Poco hizo para atacar problemas como la pobreza, la corrupción y la concentración de la riqueza. Por el contrario, en sus ocho años de gobierno los indicadores para cada uno de ellos, aumentaron considerablemente.
Si Santos logra tomar distancia de Uribe (situación poco probable), deberá trabajar muy fuerte para desmontar las prácticas criminales que se enquistaron en las fuerzas armadas de Colombia y que se expresan en los mal llamados ‘falsos positivos’. Hay organizaciones internacionales, entre ellas la CPI, atentas al desarrollo de las investigaciones y del castigo efectivo a quienes cometieron los delitos y a quienes los ordenaron.
La política al servicio del crimen y la corrupción es el sello que dejan ocho años de gobierno. Santos deberá trabajar muy duro en esa materia. De lo contrario, no será más que el clon defectuoso de Uribe. Santos cree tener perfil de estadista. Si de verdad lo tiene, lo mejor que puede hacer es edificar un gobierno alejado de las burdas prácticas y de los atajos a los cuales apeló Uribe en estos largos ocho años.
El delfín Santos deberá intentar restablecer la armonía entre los poderes públicos, especialmente con la Corte Suprema de Justicia, pues hay de por medio casos delicados como las ‘chuzadas’ del DAS, la yidispolítica, la parapolítica y el nuevo capítulo que debe abrirse en contra de grandes empresarios que apoyaron la empresa criminal de las AUC. La elección del nuevo Fiscal será el primer tire y afloje que se dé entre la Corte Suprema de Justicia y el nuevo inquilino de la Casa de Nariño.
Con un Congreso de bolsillo, muy seguramente se intentarán reformas a la justicia, soportadas en la necesidad del Ejecutivo de restarle poder a las Altas Cortes y de someter a los jueces que abiertamente decidan enfrentar con sus fallos el unanimismo político e ideológico que Uribe construyó en ocho años.
No es mucho lo que se puede esperar de la gestión de Juan Manuel Santos en materia económica, pues como declarado neoliberal, dará continuidad a las viejas ‘recomendaciones’ del Consenso de Washington. Habrá, sin duda, igual o más inversión sin que ello signifique que habrá más puestos de trabajo o el mejoramiento de las condiciones laborales para quienes hoy sobreviven en el subempleo. Es decir, mantener las condiciones favorables para las élites de siempre será el objetivo central de Santos.
Veremos si Santos tiene el talante y la decisión suficientes para tomar distancia de un Gobierno que avanzó en la guerra contra las Farc, pero que paradójicamente profundizó las circunstancias históricas que hace más de cuarenta años justificaron el levantamiento armado de las guerrillas: pobreza, concentración de la riqueza y exclusión política.
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