Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Las relaciones sexuales, el sexo, el deseo por tener relaciones sexuales y en general los asuntos de la sexualidad, históricamente han hecho parte de la vida humana. El deseo sexual en el ser humano suele asociarse a conductas que, en contextos específicos, pueden resultar aceptables o no de acuerdo con el tipo de lectura que se haga del asunto y por supuesto, de las características de esa práctica humana.
El sexo también ha sido y es un de factor de dominación, en un proceso que por supuesto, trasciende las relaciones consentidas entre adultos, independientemente de la orientación sexual.
Es tal la práctica humana de la sexualidad, del sexo y de las relaciones sexuales, que en disímiles espacios laborales ese factor se convierte en una herramienta poderosa para determinar quién es aceptado o rechazado por su orientación sexual o porque decide acceder o no a unas prácticas validadas y aceptadas dentro de tales espacios laborales (universidades, instituciones militares, empresas y ahora, el arbitraje colombiano).
Por estos días se habla públicamente de que para ser árbitro en Colombia, toca ser homosexual o por lo menos, acceder a prácticas homosexuales para poder trabajar; así lo aseguró a varios medios masivos, Álvaro González Alzate[1], presidente de la Difútbol. Si es así, como lo señala el dirigente deportivo, estamos ante una situación que vulnera varios derechos fundamentales consagrados en la Carta Política de Colombia[2] de quienes buscan satisfacciones laborales en esa actividad deportiva.
En sus palabras, el señor González señaló: "Hay prácticamente un malestar muy alto en un buen número de árbitros del país por ese tema, porque nadie presenta pruebas, y tampoco se atreven a hablar, pero se comenta que uno de los primeros requisitos que se tiene para llegar a las altas esferas del arbitraje colombiano es ser homosexual, y eso sí me parece muy grave"[3].
Así como es inadmisible que en determinados espacios laborales jefes heterosexuales intenten someter a mujeres a sus caprichos y deseos sexuales, a cambio de oportunidades de empleo o de ascenso, de igual manera debe rechazarse a quienes desde una condición de poder, con una orientación homosexual, quieran someter a hombres y mujeres, a prácticas que a todas luces no comparten quienes buscan un empleo, desean lograrlo y mantenerlo, o buscan un ascenso.
A lo denunciado en el arbitraje profesional de Colombia se suman las denuncias de otros espacios laborales donde la orientación homosexual se convierte en requisito más para ser contratado o ascendido. Estamos ante una situación abiertamente ilegítima, que connota años de maltrato, de persecución, de agravios y de ridiculización, que las personas de orientación no heterosexual han soportado, en especial en países como Colombia, en el que apenas estamos dando pasos hacia el reconocimiento de la diversidad sexual.
Tales núcleos cerrados resultan ser verdaderas logias, guetos perversos en los que la condición humana es violentada y sometida a la venganza de quienes por largo tiempo han sufrido agravios y estigmatizaciones de supuestas mayorías heterosexuales. Las víctimas más recientes son ciudadanos en busca de trabajo que se ven confrontados y presionados por jefes, que en un uso indebido del poder, someten a sus caprichos a quien buscan un trabajo, sostenerlo o tienen la aspiración de ascender en la escala laboral.
Se exhiben dichas logias homosexuales como una especie de team gay en donde no se reconocen potencialidades, habilidades, capacidades y estudios para desempeñar un determinado cargo, sino que la contratación queda supeditada al sometimiento de los favores sexuales que demanda el jefe de la logia sexual.
Cualquier práctica laboral que se ejerza desde una orientación sexual, que busque, a través de relaciones jerárquicas la dominación del otro, debe ser penalizada por cuanto eleva una necesidad humana al estatus de mercancía, lo que resulta a todas luces inconveniente y éticamente inaceptable.
Tan inaceptable resulta imponer deseos y prácticas sexuales a cambio de un contrato o de un ascenso, en una relación heterosexual, como en una homosexual. El respeto y el reconocimiento del otro como un par y un sujeto de derechos, deben ser principios básicos y orientadores de quienes al ostentar un cargo y un poder emanado del mismo, deben tomar la decisión de aceptar o no a un aspirante a un cargo o en promoverlo.
En una compleja condición humana, la valoración perversa y dañina de la sexualidad, se convierte en un factor de violencia simbólica y física, que nos hace aun más intolerantes y desdice de un proceso civilizatorio y de humanización, que en esta materia, a juzgar por lo que se conoce públicamente, en lugar de avanzar, parece que retrocedemos.
[1] Lo que sí resulta inaceptable es que el señor González califique la homosexualidad como una enfermedad. “A mí personalmente me tiene muy preocupado esto porque quienes llevamos muchos años administrando seres humanos aprendemos más o menos a conocer un poco lo que es la esencia de la vida humana, y por eso yo puedo decir que no hay nada con más posibilidades de contagiarse, no hay peor enfermedad, si se puede llamar así, con el respeto del que la sufra, que el homosexualismo”. http://www.semana.com/nacion/alvaro-gonzalez-no-peor-enfermedad-homosexualismo/171307-3.aspx
[2] Pueden verse afectados y vulnerados derechos fundamentales, que se expresan en los artículos 13, 15, 16, 18, 25 y 26.
[3] Tomado de http://www.semana.com/nacion/alvaro-gonzalez-no-peor-enfermedad-homosexualismo/171307-3.aspx
Las relaciones sexuales, el sexo, el deseo por tener relaciones sexuales y en general los asuntos de la sexualidad, históricamente han hecho parte de la vida humana. El deseo sexual en el ser humano suele asociarse a conductas que, en contextos específicos, pueden resultar aceptables o no de acuerdo con el tipo de lectura que se haga del asunto y por supuesto, de las características de esa práctica humana.
El sexo también ha sido y es un de factor de dominación, en un proceso que por supuesto, trasciende las relaciones consentidas entre adultos, independientemente de la orientación sexual.
Es tal la práctica humana de la sexualidad, del sexo y de las relaciones sexuales, que en disímiles espacios laborales ese factor se convierte en una herramienta poderosa para determinar quién es aceptado o rechazado por su orientación sexual o porque decide acceder o no a unas prácticas validadas y aceptadas dentro de tales espacios laborales (universidades, instituciones militares, empresas y ahora, el arbitraje colombiano).
Por estos días se habla públicamente de que para ser árbitro en Colombia, toca ser homosexual o por lo menos, acceder a prácticas homosexuales para poder trabajar; así lo aseguró a varios medios masivos, Álvaro González Alzate[1], presidente de la Difútbol. Si es así, como lo señala el dirigente deportivo, estamos ante una situación que vulnera varios derechos fundamentales consagrados en la Carta Política de Colombia[2] de quienes buscan satisfacciones laborales en esa actividad deportiva.
En sus palabras, el señor González señaló: "Hay prácticamente un malestar muy alto en un buen número de árbitros del país por ese tema, porque nadie presenta pruebas, y tampoco se atreven a hablar, pero se comenta que uno de los primeros requisitos que se tiene para llegar a las altas esferas del arbitraje colombiano es ser homosexual, y eso sí me parece muy grave"[3].
Así como es inadmisible que en determinados espacios laborales jefes heterosexuales intenten someter a mujeres a sus caprichos y deseos sexuales, a cambio de oportunidades de empleo o de ascenso, de igual manera debe rechazarse a quienes desde una condición de poder, con una orientación homosexual, quieran someter a hombres y mujeres, a prácticas que a todas luces no comparten quienes buscan un empleo, desean lograrlo y mantenerlo, o buscan un ascenso.
A lo denunciado en el arbitraje profesional de Colombia se suman las denuncias de otros espacios laborales donde la orientación homosexual se convierte en requisito más para ser contratado o ascendido. Estamos ante una situación abiertamente ilegítima, que connota años de maltrato, de persecución, de agravios y de ridiculización, que las personas de orientación no heterosexual han soportado, en especial en países como Colombia, en el que apenas estamos dando pasos hacia el reconocimiento de la diversidad sexual.
Tales núcleos cerrados resultan ser verdaderas logias, guetos perversos en los que la condición humana es violentada y sometida a la venganza de quienes por largo tiempo han sufrido agravios y estigmatizaciones de supuestas mayorías heterosexuales. Las víctimas más recientes son ciudadanos en busca de trabajo que se ven confrontados y presionados por jefes, que en un uso indebido del poder, someten a sus caprichos a quien buscan un trabajo, sostenerlo o tienen la aspiración de ascender en la escala laboral.
Se exhiben dichas logias homosexuales como una especie de team gay en donde no se reconocen potencialidades, habilidades, capacidades y estudios para desempeñar un determinado cargo, sino que la contratación queda supeditada al sometimiento de los favores sexuales que demanda el jefe de la logia sexual.
Cualquier práctica laboral que se ejerza desde una orientación sexual, que busque, a través de relaciones jerárquicas la dominación del otro, debe ser penalizada por cuanto eleva una necesidad humana al estatus de mercancía, lo que resulta a todas luces inconveniente y éticamente inaceptable.
Tan inaceptable resulta imponer deseos y prácticas sexuales a cambio de un contrato o de un ascenso, en una relación heterosexual, como en una homosexual. El respeto y el reconocimiento del otro como un par y un sujeto de derechos, deben ser principios básicos y orientadores de quienes al ostentar un cargo y un poder emanado del mismo, deben tomar la decisión de aceptar o no a un aspirante a un cargo o en promoverlo.
En una compleja condición humana, la valoración perversa y dañina de la sexualidad, se convierte en un factor de violencia simbólica y física, que nos hace aun más intolerantes y desdice de un proceso civilizatorio y de humanización, que en esta materia, a juzgar por lo que se conoce públicamente, en lugar de avanzar, parece que retrocedemos.
[1] Lo que sí resulta inaceptable es que el señor González califique la homosexualidad como una enfermedad. “A mí personalmente me tiene muy preocupado esto porque quienes llevamos muchos años administrando seres humanos aprendemos más o menos a conocer un poco lo que es la esencia de la vida humana, y por eso yo puedo decir que no hay nada con más posibilidades de contagiarse, no hay peor enfermedad, si se puede llamar así, con el respeto del que la sufra, que el homosexualismo”. http://www.semana.com/nacion/alvaro-gonzalez-no-peor-enfermedad-homosexualismo/171307-3.aspx
[2] Pueden verse afectados y vulnerados derechos fundamentales, que se expresan en los artículos 13, 15, 16, 18, 25 y 26.
[3] Tomado de http://www.semana.com/nacion/alvaro-gonzalez-no-peor-enfermedad-homosexualismo/171307-3.aspx
2 comentarios:
Germán:
“…universidades, instituciones militares, empresas y
ahora, el arbitraje colombiano”, en la lista maestro se olvidó de la perversa Iglesia.
Razón tenía Freud cuando nos decía que la libido nos deja lívidos y como en un limbo chimbo.
Corolario: hay quienes se ganan el pan con el sudor de su….
Gracias y buena tarde
De acuerdo. Si la sexualidad es un valor, en tanto que es el lenguaje del amor entre las personas, tranzar con él otros valores de cambio, lo vuelve una vil mercancía. Como suele hacerlo el capital con cualquier otro valor moral. “Ni se compra ni se vende, el cariño verdadero”.
Jaime
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