Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Con el anuncio reeleccionista de Santos, la campaña electoral de 2014, ‘oficialmente’, ya empezó. Destapadas las cartas del Mandatario, el país se presta no tanto a reelegir al actual Presidente y a sus políticas sociales, económicas y ambientales, sino a darle continuidad al proceso de paz. Esto es, Colombia volverá a polarizarse en torno a un viejo dilema: paz o guerra.
‘Iván Márquez’, negociador de las Farc, dejó entrever su beneplácito por la intención manifiesta de Santos de reelegirse, desde la perspectiva de que el anuncio mismo le quita presión al proceso. Y es cierto. Por lo tanto, es posible y deseable que las negociaciones en La Habana se prolonguen en el tiempo, eso sí, con la necesidad de ir mostrando acuerdos entre las partes, que hagan posible que el país camine con firmeza hacia escenarios de posconflicto.
Jugadas las cartas por parte de Santos, sólo queda esperar que el Centro Democrático presente al ungido del ex presidente AUV, para enfrentar al Presidente-candidato en unas elecciones que muy seguramente vendrán cargadas de insultos, propaganda de todos los colores y una enorme polarización política. La izquierda tiene la obligación no sólo de participar con decoro en la próxima contienda electoral, sino de construir una plataforma ideológica y política de verdadero alcance nacional que recoja más que el pensamiento de las Farc, el sentido y las dimensiones de los acuerdos a los que se lleguen en La Habana. Allí está su verdadera oportunidad de llegar al poder.
Si se confirma a Francisco Santos, el Centro Democrático dará pasos en falsos, en la medida en que el ex vicepresidente no tiene el talante para llevar las riendas de un país tan complejo como Colombia. Su carácter infantil, belicoso y su incontrolada lengua, pueden llevarnos por caminos insospechados de violencia política e incluso, podría generar problemas a las delicadas relaciones con Venezuela y Ecuador. Y la verdad es que Carlos Holmes Trujillo y Óscar Iván Zuluaga tampoco tienen cómo ofrecer resistencia al Presidente-Candidato que parece tener ‘amarradas’ las fuerzas políticas en el Congreso y en otros ámbitos, para lograr su reelección.
De cara a las elecciones de 2014, los colombianos no votaremos para reelegir unas políticas de Gobierno, sino para dar continuidad a un proceso de paz que día a día siembra más y más incertidumbres, por cuanto aún no se sabe en qué van las negociaciones y sobre todo, cómo, quién y cuándo se harán efectivos los acuerdos a los que lleguen las partes y qué demandará estos acuerdos de una clase dirigente acostumbrada a mantener, por la fuerza, grandes privilegios.
Santos tendría cuatro años más no para finalizar con decoro el proceso de paz, sino para afianzar lo acordado, bien a través de finas cirugías constitucionales para las que necesitará mantener al Congreso cooptado burocráticamente por el Ejecutivo, o a través de una Asamblea Nacional Constituyente, con el riesgo de que en ella se abra paso la derecha y la ultraderecha que buscan torpedear el proceso de paz y devolvernos al contexto constitucional y político de la Carta de 1886.
En todo caso, es preferible darle una nueva oportunidad a la paz y no continuar con una guerra que sólo beneficia a las empresas fabricantes de armas y a los señores de la guerra, que dentro del Estado y fuera de él, hacen todo lo posible para que el conflicto armado interno se prolongue otros 50 años más. Guerra interna que, por supuesto, también beneficia a la derecha empresarial y política que insiste en hacernos creer, a través de los medios masivos, que la lucha armada no tiene justificación alguna.
De esto hay que decir que si bien es claro que las guerrillas perdieron su cuarto de hora y que no es posible que hoy alcancen el anhelado triunfo militar, ello no significa que las circunstancias objetivas que generaron su levantamiento en los años 60 hayan desaparecido. La lucha por un país justo sigue siendo legítima, pero deberá darse a través de un reformado juego democrático y de unas decisiones políticas y económicas a las que seguirán resistiéndose la derecha que hoy confluye en el Centro Democrático.
Reelegir a Santos significará, por otro lado, legitimar sus políticas económicas, en especial a la que dio vida y sostiene a una descontrolada locomotora minera, que avanza sin control socio ambiental y político, dejando a su paso destrucción de una frágil biodiversidad que apenas si sobrevive a los embates de agentes privados y estatales enceguecidos por la eterna búsqueda del Dorado.
Santos y su gobierno deberán continuar blindando el proceso de paz. De parte de las Farc, su dirigencia deberá colaborar para que las negociaciones transiten con seriedad y con el pactado hermetismo, pero convencidos de que llegado el momento justo, deberán informar al país sobre los avances y los acuerdos. De esta manera, lograrán bajar en algo la presión que varios medios masivos y sectores de derecha le vienen poniendo al proceso de paz, dados los niveles de incertidumbre generados por la reserva con la que hasta ahora avanzan las negociaciones.
Insisto en que reelegir a Santos no valida por completo su desastrosa política ambiental, que nos llevará, con toda seguridad, a nuestro propio avatar. Por el contrario, permitirle cuatro años más de gobierno es darnos la posibilidad de transformar el país, de pasar estas dolorosas páginas de la guerra y de ver hasta dónde somos capaces de edificar escenarios de posconflicto en los que se dignifique, por fin, la vida humana, se repiense el Estado y se logre modificar el talante de una élite profundamente patrimonialista, comprometida en gran medida con el país injusto, excluyente y violento en el que aún vivimos.
Ojalá Santos entienda que la transformación de Colombia no sólo pasa por el fin del conflicto armado interno, sino por una exigida metamorfosis social y cultural que involucra a sus orígenes de clase y que necesariamente deberá impactar a las otras clases sociales. El reto es mayúsculo, de allí que debamos superar el impacto ideológico que genera aún la reelección presidencial, en aras de avanzar hacia escenarios de discusión de asuntos públicos que hagan verdaderamente sostenible un orden social y político, en donde sea posible vivir sin mayores incertidumbres que las que produce la vida misma.
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