Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y
politólogo
Cuando la prensa y
las audiencias hablan de la lista de Álvaro Uribe Vélez al Senado, exponen, sin
mayor reflexión, la idea de propiedad, es decir, que hay un dueño de algo. Y
ese propietario, llamado Álvaro Uribe Vélez, es dueño no sólo de una lista,
sino de las voluntades y casi de las vidas de quienes aparecen en ella.
Esto solo es
posible de entender en el contexto de una democracia debilitada por la
presencia histórica de gamonales y de ‘barones electorales’, y de unos insepultos
partidos políticos que participan activamente del proceso universal de descentramiento
de la política.
De otro lado, la
lista de AUV al Senado expresa la crisis programática, estatutaria e ideológica
de los partidos políticos tradicionales, hoy insepultos en Colombia, y además, confirma
al ex mandatario como un gran ‘barón electoral’ como lo fueron Bernardo Guerra
Serna, Fuad Char y Juan Carlos Martínez Sinisterra, entre otros.
Aprovechando la
debilidad manifiesta de los partidos políticos tradicionales, AUV nuevamente
apela a la estrategia de diseñar y montar una micro empresa electoral, tal y
como la que le sirvió de plataforma para llegar a la Casa de Nariño en 2002. Ayer se llamó Primero Colombia y ahora Centro
Democrático.
Es posible que esta nueva micro empresa dure un poco más en el
escenario político-electoral, de cara a las elecciones de 2018, norte que muy
seguramente se fijará el ex presidente, para recuperar la Casa de Nariño para
la derecha y la ultraderecha y de esta manera “recuperar el rumbo”, que no es
más que insistir en el desmonte del Estado de Social de Derecho, para instalar
un Estado de Opinión, justo a la medida de los intereses de empresarios,
industriales y militares, entre otros, que siguen a pie juntillas las ideas de
quien mandó -no gobernó- en Colombia entre 2002 y 2010.
La confirmación de
Uribe Vélez como gran ‘barón electoral’, es un hecho político que es posible no
sólo gracias a su carácter mesiánico, sino a la dócil y sumisa actitud asumida
por quienes le siguen y le acompañan en
esta aventura electoral. Se suman, periodistas y empresas mediáticas que se
hincaron ante su investidura durante ocho años, haciendo posibles la construcción
de un fuerte unanimismo ideológico y político y la deificación de un político
cuya ética, en varios episodios y hechos, está comprometida.
Sin duda alguna, la
lista de AUV al Senado representa los intereses individuales de quien la
convoca, apoya, defiende y patrocina, hecho que de inmediato somete las
intenciones, ideas y propuestas de quienes le acompañan, a una suerte de dictadura ideológica y de franco
adoctrinamiento por parte del ex mandatario, que funge como una suerte de
deidad que señala qué se hace, con quién se hace y bajo qué condiciones.
Estas
circunstancias son posibles por la débil institucionalidad democrática
existente en Colombia y porque subsiste una empobrecida idea de lo que es la democracia,
reducida ésta a un asunto formal, procedimental y electoral. En lugar de
pensarse como un escenario de discusión política, a través de partidos fuertes
y disciplinados, y además, con una opinión pública capaz de discutir asuntos
públicos de manera amplia y por fuera de las presiones de medios de
comunicación y del poder de persuasión del clientelismo, la democracia en la
que cree Uribe Vélez se soporta en la cooptación clientelar del electorado, en
el sometimiento de la justicia a los designios del Ejecutivo y del Legislativo,
dos poderes públicos que bien supo Uribe, en ocho años, poner por encima del
poder judicial, al que persiguió, subvaloró y maltrató.
Frente a los perfiles de las personas que sirven de relleno a la lista de Uribe Vélez al Senado, se reconocen académicos, periodistas y jóvenes políticos(1). Es claro que se trata de ciudadanos que no arrastran votos, de allí que sobre él, como cabeza de lista, recaerá la posibilidad de conseguir curules en el Congreso de la República en las elecciones de 2014. Esta circunstancia eleva su ego, profundiza su carácter mesiánico y su autoridad como ‘barón electoral’.
Como simples
amplificadores de lo que predica el Mesías, ya varios de sus acompañantes
parlotean sobre la necesidad de defender, ya no tres, sino cinco huevitos. Es
decir, que a la confianza inversionista, a la seguridad y a la cohesión social,
se suman Estado austero[1]
y diálogo popular.
Detrás de la
controvertible metáfora de los tres huevitos, subsiste una profunda cultura
machista, sostenida en el liderazgo de Machos cabríos que no sólo pueden dar en la cara marica, sino que son los únicos
capaces de enfrentar con decisión el terrorismo y a todos aquellos que se
atrevan a esculcar el pasado de un Presidente señalado de tener vínculos con el
paramilitarismo.
La alusión a los
tres o a los cinco huevitos, confirma entonces, que el ejercicio del poder solo
puede sostenerse en la firmeza y en el
tono de un discurso masculino, lo que se traduce en que la mujer debe
seguir sometida a las orientaciones de los machos. Así mismo, que los conflictos
y los problemas, propios de una sociedad como la colombiana, cuando no se
puedan solucionar por la vía del diálogo, deberán resolverse, inexorablemente,
a través del uso de la fuerza bruta, bien a los puños, como gamines, o a través
de la fuerza coercitiva y represora del Estado, guiada y encarnada, eso sí, en
un verdadero Macho, que tiene nombre propio: Álvaro Uribe Vélez.
Una lista y un proyecto contra los diálogos de paz
El regreso de Uribe
a la política no se sostiene exclusivamente en su enfermizo apego al poder,
sino en el relanzamiento del proyecto que la derecha y la ultraderecha le
encargaron cuando llegó a la Presidencia en 2002.
Es claro que varios
de los puntos que Uribe propuso en su Manifiesto
Democrático, los 100 puntos de Uribe, serán llevados al Congreso de la República,
para desde allí retomar el camino que trazó en 2002. Ya José Obdulio Gaviria,
quien hace parte de su lista, habla
de reducir el Congreso a una sola Cámara y de bajar considerablemente el
salario de los legisladores.
Estos asuntos así
quedaron consignados en el Manifiesto Democrático que puso en marcha en 2002: “Punto 18. No podemos seguir con un Congreso
que cuesta $600.000 millones al año cuando para vivienda social solo hay
$150.000 millones. El número de congresistas debe reducirse de 266 a 150. Sin privilegios
pensionales, ni salarios exorbitantes. Punto 20. Soy partidario de una sola Cámara,
que integre al Congreso con la ciudadanía…”[2].
Ahora bien, de cara a la posible firma de la paz
entre las Farc y el gobierno de Santos y la necesaria refrendación en el
Congreso, la eventual llegada de Uribe al Senado está pensada para torpedear
las iniciativas legislativas que nazcan para el logro de ese propósito de
ratificar lo que se acuerde finalmente en La Habana. Estamos, entonces, ante un
claro movimiento político contra la paz, que se suma a las actuaciones del
Procurador Ordóñez, otro reconocido enemigo del proceso. De esta forma,
y nuevamente, las elecciones en Colombia vuelven a polarizarse en torno a la dicotomía Guerra- Paz, que para la actual coyuntura, el país deberá escoger entre apoyar el proceso de paz o darle continuidad a la guerra, tal y como lo busca el llamado uribismo.
1 comentario:
Profesor German, muchas gracias por el artículo, muy interesante su reflexión. El varón se aprovecha de la debilidad humana, a propósito Kant expresaba que la paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia la debilidad del fuerte. El pueblo colombiano tuvo ocho años de paciencia cuando el varón estuvo en la silla de su caballo nacional, cuatro en el senatorial y otros tantos como gobernador, más de catorce años de paciencia no derrotaran la impaciencia del débil?
Un cordial saludo
Luis
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