Por Germán Ayala Osorio, comunicador
social y politólogo
El
miedo a la democracia jugó, juega y muy seguramente seguirá jugando un papel
clave en la manera como los colombianos dirimen sus diferencias, problemas y
conflictos, así como en el sentido y el talante democrático de las propuestas
que se diseñen y se discutan para superar el degradado conflicto armado
interno.
Ahora,
a ese miedo histórico que exhiben la élite empresarial y política, y el que se
pone de presente en escenarios privados y públicos, se suma el recelo, la
aprensión y la desconfianza que suscita el escenario electoral que se avecina
en 2014.
Una clara muestra de esa aprensión que aún
suscitan las elecciones en Colombia, en especial para la actual coyuntura
política en la que el gobierno de Santos y las Farc entienden que el proceso de
paz llevará más tiempo que el esperado, la dio el Presidente, quien en consulta
con su partido, abrió el camino para que el proceso de paz entrara en una
pausa, mientra pasan las elecciones. El propio Presidente de Colombia planteó
tres escenarios para la paz que se negocia en La Habana: “congelar el diálogo mientras el país está en época electoral;
levantarse definitivamente de la mesa, o seguir adelante con el diálogo”[1].
Quizás
Santos esté tratando de deslindar la paz de su reelección. Y en otras
condiciones, eso debería de ser posible, en la medida en que la paz fuera un
objetivo compartido por el grueso del Estado y de la sociedad en su conjunto.
Pero
sabemos que en Colombia hay sectores con poder económico y político que tienen
miedo de abrir la democracia para que la cúpula de las Farc pueda hacer parte
del Establecimiento. En el fondo, también hay una actitud mezquina, frente a la
necesidad de aportar económicamente a la construcción de costosos escenarios de
posconflicto. Por ello, hasta el momento no es clara la postura de los grandes
ricos de este país, frente al proceso de paz.
Es
decir, por cuenta de la proximidad del evento electoral, propio de una
democracia procedimental, la continuidad del proceso de paz se pone en
entredicho. Pero la decisión de aplazar o congelar los diálogos se sostiene
también en la frágil institucionalidad democrática, por la baja cultura
democrática de los políticos, en especial de los líderes que defienden la continuidad
de la guerra, así como de la débil capacidad para convocar a otras fuerzas y
sectores, de aquellos que creen en la necesidad de buscar caminos de
reconciliación.
Se
suma a lo anterior, la crisis de los partidos políticos y a la baja cultura
política de una clase dirigente y política que no sólo desconoce los elementos
sustanciales de lo público, sino que continúa aferrada a una caduca y reducida
idea de democracia, que se expresa única y exclusivamente en ejercicios de
participación ciudadana, es decir, salir a votar para elegir a unos
funcionarios públicos.
La reelección presidencial
En
una débil democracia como la colombiana, en donde el clientelismo aparece como
una vieja y tradicional institución social y política, la figura de la
reelección presidencial sirvió no sólo para hacer viable el proyecto
neoconservador que Uribe Vélez encarnó, sino para debilitar aún más la
democracia, y lograr que el clientelismo hiciera parte sustancial de ese ethos mafioso que acompaña el devenir de
la democracia en Colombia.
Aunque
se da por descontado que Santos aspirará a la reelección presidencial, el país
aún no recibe la confirmación de esa aspiración. Sorpresivamente, el Gobierno
se adelanta a ese escenario y de manera temprana manda un mensaje al país y a
las Farc, en el sentido en que se hace urgente pensar en suspender las
discusiones de paz, es decir, dar un receso a la mesa de negociación.
Corresponde ahora a los negociadores de los dos bandos, avanzar en los
acuerdos, para que el 18 de noviembre de 2013, el país tenga más claro para
dónde va el proceso de paz en La Habana.
Si
reelegir a Santos implica sostener en el tiempo la posibilidad de alcanzar el
fin del conflicto armado con las Farc, no debería de haber mayores prevenciones
a mantener los diálogos de paz mientras los colombianos van a las urnas para
elegir un nuevo congreso y luego, elegir un nuevo presidente o en su defecto,
reelegir al actual Presidente. Pero queda claro que la paz en Colombia sigue
siendo un asunto de Gobiernos y la guerra, un asunto de Estado.
Si
la paz realmente fuera un anhelo nacional, el propio Presidente de la República
no tendría porqué abrir la posibilidad de congelar los diálogos de paz, ante el
escenario electoral que se avecina. Por el contrario, la búsqueda de la paz y
la importancia de ponerle fin al conflicto armado interno solo convoca a ciertos
sectores societales y estatales, en este caso al Presidente Santos y algunos de
sus ministros, así como a grupos y actores de la sociedad civil. Es más,
poderosos grupos de poder económico y político se oponen abierta y
soterradamente a la paz, lo que hace el país devenga, históricamente, en un
complejo proceso de polarización política en torno a la paz y a la guerra. Sobre
esta dicotomía girará el escenario electoral de 2014, lo que de inmediato pone
a la paz, como posibilidad, a depender de la reelección de Santos. Allí,
nuevamente, el país se vuelve a equivocar.
[1] Tomado de http://www.eltiempo.com/politica/negociaciones-de-paz-en-la-habana-farc-estarian-dispuestas-a-suspender-dialogos-durante-elecciones_13110836-4. Consulta: 09 de octubre de 2013.
1 comentario:
Hola Uribito:
¡Buen día!
Un poco tarde, pero aquí estoy. Comparto tus opiniones, sin embargo, considero que es mítico pensar que el "innombrable" volverá a la presidencia. Creo y espero no equivocarme, que no lo logrará ni en cuerpo propio y menos en cuerpo ajeno.
Luis F.
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